Reseñas sobre libros dedicados a investigar sobre Bruguera
El Mundo de Mortadelo y Filemón: el Making Of Por Miguel Fernández Soto
Hoy, en la era del DVD, estamos tan acostumbrados a que cada peli vaya acompañada de tropecientos extras, que hasta nos parece extraño si al comprar o alquilar una nueva, estos no aparecen por ninguna parte. Soy curioso por naturaleza y, por supuesto, me encanta descubrir qué hay detrás de la realización de una peli y, por qué no, de un libro. Por eso he pensado que quizá os gustaría saber algo más de la gestación de este trabajo. Muchos sabéis –ya lo explico en la intro de El mundo…- que existe un ensayo previo a éste que considero el definitivo (con minúsculas, ya que sé que, antes o después, volveré a retomarlo). Entre uno y otro median más de tres años de “inactividad” pero también de “reflexión”. En ese tiempo me entretuve recopilando más información, madurando cuales habían de ser los contenidos e incluso ensayando y escribiendo sobre algunos aspectos que no se habían incluído en el primero. Decidí de todas todas empezar de cero. Sería un libro nuevo, con planteamientos totalmente distintos al primero que, no lo olvidemos, fue una suma de partes más que un todo pensado así desde el principio. Mi intención era empezar por la creación de los personajes e ir avanzando en progresión de una manera ordenada y cronológica. Recorrer la obra de Ibáñez desde sus titubeos iniciales hastala maduración de un estilo propio que llegaría a convertirlo primero en la estrella de la editorial, el ejemplo a seguir por cualquier dibujante novel, y más tarde, en maestro de maestros. Conseguirlo, más que plantearlo en términos de “fácil” o “difícil”, era cuestión de trabajo. Mucho trabajo.
Arrancando Lo primero de todo era establecer un esquema básico, unos puntos clave a desarrollar. Luego ya habría tiempo de modificarlos o ampliarlos según las necesidades, pero un primer esquema era necesario para comenzar a redactar, y sobre todo, para poder presentar el proyecto a un editor. La ventaja en un libro de estas características es que no necesariamente hay que empezar por el principio. De hecho, lo primero que hice fue colocar en su lugar aproximado los escasos textos que ya había elaborado en esos tres años de “silencio” mencionados antes. Luego, había que empezar por algún lado, así que elegí hacerlo por el principio. Más que nada, también, porque habría que presentar algún capítulo al editor, y mejor que fuera el primero que el séptimo, ya me entendeis. Además, ya tenía el arranque que quería, pues en meses anteriores recibí el encargo de escribir una intro sobre el humor de la Escuela Bruguera para el libro-catálogo de las jornadas Crash comics 03, a las que también fui invitado. Tras este tramite, trabajé en los otros dos epígrafes iniciales previstos: unas minibiografías de los nuevos autores que se incorporana la editorial a la par que Ibáñez y que servía para encuadrar su obra con la del resto de componentes de la “generación del 57” –término acuñado para la ocasión-, así como un antecedente de los otros detectives de la historieta española.
La flor de mi secreto Tras estas introducciones, es cuando comienza el trabajo en serio: leer y analizar la obra de Ibáñez. La primera tarea, ordenar el material de lectura desde sus primeras apariciones, no fue difícil: disponía de varias recopilaciones (Bruguelandia 3 y 27, Olé 269,Super Humor 29) que bien contenían historietas por orden cronológico –el Olé, el Super Humor- o bien hacían referencia a los números originales de Pulgarcito donde aparecieron. El siguiente paso fue echar mano de los Olés que recopilaban –desordenadamente, por supuesto- material de los primeros años, y anotar en los márgenes de las páginas el número de Pulgarcito al que correspondían. Así, y comparando con historietas similares en estilo de las que desconocíamos su número de publicación, fue posible ir definiendo las diferentes etapas y características de las mismas. En un archivo iba apuntando ideas sueltas de cada etapa que más tarde, en las sucesivas fases de redacción, se fueron puliendo hasta darles forma y coherencia. Como veis, no hay secreto, sólo trabajo. Y trabajo sistemático, siguiendo un orden y unas pautas.
La sombra del testigo Desde el principio tuve “espectadores” de mi trabajo. A través del Messenger charlaba habitualmente con Antonio Tausiet, desde que entré en contacto con él tras publicar en su web unos interesantes datos sobre los personajes, y con el habitual del foro de la TIA, Chespiro, a quien ya conocía desde que se publicó mi primer trabajo,caracterizado este último por plantearme las dudas más insospechadas.A medida que iba escribiendo los capítulos, ambos se convirtieron en mis cómplices, los primeros lectores con los que compartí la preciada información y a través de los cuales, dada su condición de fans expertos de los personajes, pude sondear la eventual aceptación de este nuevo libro, pues desde entonces ha estado sometido a sus críticas y alabanzas (siempre constructivas) y me han animado enormemente a seguir adelante en mi no siempre gratificante labor. Ahora, les cedo la palabra a estos testigos de excepción, para que podais conocer directamente sus primeras impresiones.
Te toca, Chespi: Ser testigo de la gestación de una obra literaria o de investigación siempre es un privilegio. Pero el privilegio se convierte en placer cuando el tema de la obra en cuestión es una de tus mayores aficiones: los cómics de Mortadelo y Filemón, en mi caso. Tuve, pues, el placer de ser testigo no sólo de la formación del libro, sino de parte de esos tres famosos años “de silencio” de los que habla su autor. En realidad, tengo que decir, no fueron tan silenciosos, pues a lo largo de los mismos pude ir escuchando agradables susurros de lo que se avecinaba. Sin embargo, las primeras (y segundas, y terceras) redacciones de lo que sería el libro definitivo superaban cualquier expectativa previa. La labor llevada a cabo por Miguel Fernández Soto se podía calificar de “titánica”. Analizar la ingente producción de Ibáñez puede resultar desbordante y, de hecho, la exhaustividad del trabajo de Miguel (anotándolo todo, reseñándolo todo) me llevó a presenciar en más de una ocasión algunos que otros “tijeretazos” por cuestiones de espacio que, bien lo sabe él, me dolían en lo más profundo de mi afición. No obstante, solventados estos y otros problemillas, la publicación del que va a ser el GRAN LIBRO (sí, sí, con mayúsculas) de Mortadelo y Filemón es ya un hecho. A mí me queda la satisfacción de haber sido espectador de primera fila de este proceso embrionario (me río yo de los partos, oigan), con las alegrías y los sinsabores que esto conlleva. José Ángel Quintana
Tu tampoco te libras, Antonio: Lo primero y más importante que tengo que añadir a las doctas palabras de don Miguel es que este curioso cartagenero es en sí mismo todo un personaje. ¿No habíamos soñado todos los mortadelómanos con escribir el libro definitivo sobre los dos detectives de Ibáñez? Pues hete aquí que de repente aparece aquel librico, lo descubrimos por Internet, cómo no, y además lo había escrito un señor del sur… que se proponía rematar la faena con ese anhelado segundo texto irreversible, contundente, decisivo, irrevocable, palmario, incuestionable (pero en blanco y negro) que ve la luz en 2005. No me digáis que no es todo un personaje alguien a quien se le ocurre hacer algo así… y lo hace. En una de las introducciones del libro ya explico los detalles de nuestro conocimiento mutuo (aunque no añado que me debe una ronda). Mi colaboración en la edición del detalladísimo estudio comenzó por unos pequeños datos; luego escribí los comentarios de las películas con personajes reales y las series de televisión. Mientras, me iba leyendo todo a medida que Miguel me lo enviaba y le hacía comentarios tan poco útiles como peregrinos. A ello le sumé la ardua tarea de la corrección de los textos. Y por fin, cuando ya creía que no tenía más trabajo… va y tengo que escribir esto. ¡Quiero unas vacaciones, Miguel! Antonio Tausiet
Al orden a través del caos Como he dicho, lo normal es que fuera escribiendo por orden, pero cuando me atascaba en algún punto, o simplemente porque me apetecía cambiar de tercio, me iba a un capítulo cualquiera, y comenzaba a redactar algún epígrafe ya previsto. En el caso del apartado dedicado a la publicidad y el merchandising -el único bloque que he aprovechado íntegro del“Cuatro décadas de historietas”- mi única labor consistió en integrar en cada capítulo la parte correspondiente a las sucesivas décadas, con el añadido de una introducción, algunos retoques y miniepígrafes dedicados a otros productos editoriales de los que no tenía información entonces; De esta forma, cuando terminaba el análisis de los cómics de cada capítulo, me encontraba que el resto del trabajo estaba hecho. Mientras aún redactaba los capítulos tres y cuatro, fui avanzando algo en la lectura de los álbumes del capítulo cinco, leyendo y comentando algunos de ellos sin orden ni concierto, colocando además en su sitio los que ya tenía redactados del libro anterior. Tampoco leí seguidas las cortas, la labor de integrarlas vino después, según un esquema que había elaborado en el periodo de “descanso” entre el primer trabajo y éste. Considero que esta agrupación temática de las historietas ha sido uno de los mayores aciertos de este libro. Volviendo a los álbumes, pronto se hizo evidente la necesidad de leerlos por orden ya que, de este modo, podía apreciarlos en su contexto natural y con una perspectiva correcta. Mi reticencia era porque veía muy difícil la tarea de comentar cada uno sin repetirme. Afortunadamente, tras entrar en materia, me fui soltando y si al principio solo leía un álbum cada dos o tres dias –para desconectar un poco del comentario anterior- al final podía con dos o tres álbumes en una noche redactando además los textos correspondientes –¡y eso, mientras atendía las más peregrinas cuestiones de mi contertulio Chespiro!-. Me habitué a apuntar en archivo aparte detalles como los escenarios, las apariciones de Rompetechos, la utilización de esquemas preestablecidos…(Para otro de los epígrafes previstos que al final desestimé pero que espero que algún día vea la luz). Muchos de estos comentarios, que ávidamente me solicitaba Chespiro cada noche para ofrecerme su réplica al día siguiente, se han enriquecido con sus ideas y sugerencias, como ya puntualicé en la introducción de El Mundo. Al final creo que hallé la fórmula, “el sistema” de comentar los álbumes de Ibáñez, ya que mi intención no era “destriparlos”, sino resaltar algunos aspectos generales del mismo, de manera que el lector de la reseña sintiese curiosidade interés por leer el álbum de referencia. Aportar, en suma, las claves de la historia enmarcadas en el contexto original de la serie.
El rompecabezas El resto, la información sobre revistas, personajes, etc, “sólo” era cuestión de ir ordenando esa abundante documentación de que disponía, colocando cada pieza en su lugar correspondiente, como si de un gigantesco puzzle se tratara. Para enclavar adecuadamente la obra de Ibáñez en su revista y época correspondiente, me fueron de enorme utilidad los listados que en su día elaboró Juan Ramis a instancias de Julia Galán, con fines a editar unos anuarios de Ibáñez cuando ella trabajaba para Ediciones B en calidad de editora. Dichos listados contenían un vaciado de todas las revistas donde aparecían personajes, historietas o chistes de Ibáñez (hasta 1970 aproximadamente). Gracias a ellos, mi trabajo ha ganado muchos enteros, entremezclando esta información privilegiada con mis comentarios de la obra, desentrañando de una vez por todas la compleja participación del autor en la pléyade de revistas de la casa durante toda la década de los sesenta, y dejando claro para siempre su evolución como artista clave de esos años. Luego vendría la década de los setenta, la más importante para mí por dos motivos: primera, porque es la época en la que se destapa el tarro de las esencias, todo el potencial cómico y creativo de la serie de ibáñez, y segunda, porque ahí es cuando empieza mi relación con los personajes. Desde el principio me enamoré de los detectives catastróficos , disfrutando como el enano que era -8 años en 1971- de aquellas aventuras mágicas y desternillantes a partes iguales. Sin esta experiencia de mi infancia, dudo mucho que me hubiera decidido nunca a escribir sobre ellos. Por ello le doy la máxima importancia a esta etapa y me recreo en ella con todo lujo de detalles. Mi objetivo ha sido intentar transmitir toda la fascinación que sentí entonces por aquella avalancha de inventiva sin tregua en que se había convertido la serie.
Falta de previsión Desde el principio, y teniendo en cuenta que el libro lo iba a editar Dolmen, me propuse hacerlo según el modelo de los que ya conocía y admiraba: Spiderman, bajo la máscara, de Julián M! Clemente y Rubén Guzmán o Hulk aplasta! De David Fraile y Eduardo de Salazar. Curiosamente, coinciden bastante con mi propia concepción de cómo debe ser un libro ilustrado: profusión de imágenes, portadillas en cada capítulo e incluso algún detalle en cada uno que recuerde de qué personaje estamos hablando. Me propuse también que su extensión rozase –o incluso superase- las 300 páginas de texto, puesto que mi anterior trabajo se me quedaba muy corto. El problema vino después, cuando ya llevaba redactado medio libro. Según las sencillas normas de redacción de la casa, yo tenía que presentar el documento en un tamaño y tipo concreto de letra (courier new, a 14.5 puntos), pero, por costumbre, mis archivos los escribía a 12 puntos con la fuente comic sans. Al comenzar a pasar los capítulos ya redactados al formato que me pedían, me asusté: lo que para mí eran menos de 200 páginas, se habían extendido en el cambio de formato casi hasta las 300 previstas en tan sólo 5 capítulos, de los 10 de que constaba el esquema. Sólo el quinto capítulo ya ocupaba un tercio de la extensión total. Es cierto que la primera parte era la más larga y que a partir de ahí los capítulos serían más breves, pero había que hacer algo, porque si no, fácilmente podría alcanzar las 450 o incluso 500 páginas. Consulté con el editor, pero me contestó lo que ya sabía: quedaba fuera de las posibilidades, tenía que ajustarme a las 320 páginas, no más. Se me venía todo encima. Después de todo el trabajo realizado, había que volver al principio y darle vueltas para ver lo que sobraba . La primera medida fue intentar resumir los capítulos, condensando el texto. Pero de esta forma solo podía ahorrar unas pocas páginas en cada uno, así que hube de pasar al plan B, más drástico: cortar algunos epígrafes, aquellos que fueran más prescindibles. Del primer capítulo quité el apartado de la “generación del 57”, el comentario a la vida y obra de los autores contemporáneos de Ibáñez ya que, aunque interesante para comparar sus trayectorias, el trabajo estaba dedicado exclusivamente a este último. En sucesivos capítulos eliminé algunos cuadros, quité epígrafes enteros y resumí los restantes. El quinto fue, de nuevo, el que más trabajo me dio. Después de tres meses de redacción, ahora tenía que resumirlo al máximo. En el apartado de los seriales estaban comentados todos los ciclos individualmente. Me ví obligado a dejarlo en unas consideraciones generales. Quité muchos cuadros que ahora veo como poco relevantes (dedicados a los chuchos, apariciones de Rompetechos, los monstruos en la obra de Ibáñez…incluso uno sobre el Sir Tim O`theo de Raf, el tercero en discordia de los investigadores bruguerianos, junto a Anacleto y nuestros protagonistas) y, para mi pesar, tuve que eliminar un apartado que resumía buena parte de los logros alcanzados por Ibáñez en esos años, un apartado importante para mí, ya que había ido acumulando notas a medida que leía los álbumes y registrando todos aquellos aspectos que forman parte integrante de las historietas, los esquemas utilizados por el autor para realizar sus aventuras. A partir del sexto capítulo intenté economizar espacio y, nada más acabada la redacción, pulía y resumía el texto. Con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que este proceso de revisión me ha permitido mejorar la redacción. Estoy contento, porque cada palabra o frase está muy pensada y tiene su contenido. No hay, creo, concesiones a la floritura innecesaria.
Bien está lo que bien acaba Aún con todas estas precauciones, terminé el libro con 380 páginas. El editor insinuó que quizá habría que cortar algo más, y lo que más posibilidad tenia de desaparecer era el capitulo “Otros medios”, realizado por algunos amigos, cosa que me parecía totalmente injusta después de haberles encargado expresamente sus artículos. Crucé los dedos, pero al final hubo suerte. Tras un par de meses de agonía, el editor me escribió para comunicarme que podía entrar todo, reduciendo un tanto el tamaño de letra. El maquetista ha hecho un trabajo estupendo, pues ha sido capaz de embutir el texto en las 320 paginas previstas sin renunciar por ello a la espectacularidad de las imágenes escogidas, o al exquisito diseño de las páginas y los encabezamientos de los capítulos. Me sorprendió incluso el diseño del apartado final, la lista de publicaciones. Y la portada es una de esas que hacen época, con ilustraciones clásicas que nos recuerdan la mejor etapa de nuestros personajes. Una edición impecable, aún con un parto tan largo y difícil como el que acabo de relataros.
|