¡Oh, el mundo gira!

 

 

DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 25
24-05-99
¡Olé!
Uno de los vestigios vivos más ridículos del pasado de los españoles es, sin duda alguna, la llamada Fiesta Nacional. Ese espectáculo bochornoso en el que el pueblo aplaude entusiasmado cada vez que clavan uno de los artilugios de tortura a un animal acorralado. Ese fenómeno que anula las conciencias de muchos individuos que parecen racionales en otras circunstancias. Son aparentemente personas normales hasta que defienden las corridas de toros. Alegan, frecuentemente, que forman parte de la tradición a conservar y que la violencia es innata al hombre. Claro, claro, la violencia innata, la tradición de los sacrificios, grandes valores... Además, ¿es que no como carne, o qué? Por su puesto, y bien buena me sabe, pero cada vez que me meto un pedazo a la boca no me levanto de la silla con los brazos en alto, y recordando cómo se han cargado a la vaca grito: "Olé, olé". Creo que se aprecia la diferencia... Pues bien, como barbarie e incultura generan incultura y barbarie, la última necedad del mundo taurino (tan relacionado con los latifundios, el folclore barato y la aristocracia esclavista) ha sido lanzar a la fama a un menor de edad. Un torero que ya protagoniza anuncios de coches en televisión, en los que se queja de no poder conducir todavía. Un joven sin edad para votar, al que se permite con total impunidad que mate animales con saña ante los espectadores sedientos de sangre. Pero un resquicio de cordura se ha colado en todo este asunto: en Francia se ha presentado una denuncia por haber toreado el chaval sin tener la edad legal. La odiada Francia del norte, dando lecciones a nuestra España profunda, imponiendo la razón al pueblo que gritaba a Fernando VII el Vivan las caenas. La misma Francia cuyo gobierno ha sacado hoy a la luz un documento que preserva un valle pirenaico, amenazado por una carretera que se está construyendo en España. El torero muerto es un símbolo de la justicia universal, y por desgracia las malas costumbres son las madres de las buenas leyes.

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