¡Oh, el mundo gira!

 

 

DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 47
27-06-99
Sindicatos transgénicos
Toda la vida, los sindicatos habían sido el instrumento de los trabajadores para defender sus derechos y denunciar los atropellos de la patronal. En España quedaban dos grandes sindicatos que debían cumplir esa función, y  habían llegado a maniobrar tan coordinadamente, que formaban en la práctica un solo ente. Hasta ahí, todo parecía correcto. Una organización robusta, una gran fuerza para los débiles. Pero las condiciones laborales se han ido deteriorando de tal modo que parece que los sindicatos están ahí para ayudar a los empresarios a que los trabajadores traguen sapos cada vez más gordos. Con el apoyo de estos farsantes, el gobierno cuela leyes inmorales sobre incentivos a la productividad y traslados forzosos. Los viejos líderes lloran en la sombra, los dos aguerridos izquierdistas, uno asturiano, el otro vasco, viendo cómo sus sucesores traicionan la causa de los desheredados. El sucesor del asturiano, con brillo en los ojos cada vez que piensa liderar la patria, una vez despejado su camino hacia la cúspide. El sucesor del vasco, desorientado, sin protagonismo, descafeinado, sin norte, ve cómo la organización que dirige se transforma a ojos vista en un gestor de seguros, en una agencia de viajes, en una empresa que contrata temporeros, como las de la peor calaña. Este fenómeno, que deja en manos de un partido casi extraparlamentario el amparo del obrero, sólo puede deberse a una mutación genética. Desde los tiempos del anarcosindicalismo, o del socialismo utópico, hasta las promociones inmobiliarias, los mismos que se autodefinen como sindicalistas han sustituido la azada por la corbata y las convicciones por la moqueta. Un cerdo transgénico ha sido presentado esta semana en sociedad. Su ventaja principal es que cuando defeca contamina menos la naturaleza. El moderno Prometeo de esta temporada es un marrano, y parece que dentro de lo malo, este cerdo es más útil que otros.
 

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