¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 48
28-06-99
Patos y cebras
Ya lo decía el intelectual de los filmes didácticos:
"Para mí los patos son sencillamente fascinantes". Esta locución, que puede
parecer pueril y vana, resume un concepto de la vida enquistado en el pasado,
en el que el ánade silvestre ejercía la benigna función de inspirar a los
creadores de personajes animados seres tan trascendentales como el pato
Donald o el pato Lucas. El primero, con sus tres sobrinos, su novia, su
tío multimillonario... todos ellos palmípedos. El otro, con su eterno enemigo
el conejo, y su eterna víctima el cerdo. Grandes historias infantiles,
reflejo de la vida adulta que nos esperaba. Patos, como el patito de goma
que acompañaba los placenteros baños de Epi, simpático muñeco de trapo
que ayudó a que sobrelleváramos con cierta dignidad nuestra maltrecha niñez.
Y patos como los que nadaban junto a los cisnes en los estanques que se
nos hacían lagos, y a los que había que acertar en la cabeza con nuestras
migas de pan duro. Pero si un animal nos marcó realmente la infancia, ése
fue la cebra. Sin haber visto nunca una de cerca, tan sólo sabiendo que
eran como caballos con rayas, las cebras venían a nuestra mente cada vez
que cruzábamos la calle. Y cuando mirábamos ensimismados esas bandas de
color blanco pintadas en el suelo, alguien nos decía siempre desde arriba:
"Bienaventurados los que creen en los pasos de cebra, porque pronto alcanzarán
el Reino de los Cielos". Poner nuestros pies en la calzada en un paso sin
semáforo era sinónimo de atropello mortal, y eso añadía un toque de aventura
al devenir diario de nuestras vidas urbanas. Patos y cebras, animales que
siempre conservaremos en la memoria como el símbolo de un pasado cargado
de cochambre.
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