¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 65
15-07-99
Discriminación positiva
Un negro se acerca a una ventanilla de una oficina
bancaria. Varios clientes anteriores han sacado dinero mostrando sólo su
cartilla de ahorros, y el negro se dispone a hacer lo mismo. El cajero
desconfía porque lo ve distinto, y le pide también la documentación. El
negro se da cuenta de la discriminación y acumula pequeñas píldoras de
odio. Un marroquí se acerca a una ventanilla de una oficina bancaria. Varios
clientes anteriores han sacado dinero mostrando el carné caducado, y el
marroquí se dispone a hacer lo mismo con su tarjeta de residencia. El ordenador
del cajero le avisa de que la fecha de residencia ha pasado, y se lo dice
en voz alta al marroquí. El marroquí aguanta molesto que un burócrata prepotente
le recrimine ser extranjero, y acumula pequeñas píldoras de odio. Un transexual
se acerca a una ventanilla de una oficina bancaria. Varios clientes anteriores
llevaban horrendas prendas horteras, y el transexual muestra claramente
su buen gusto al vestir. No obstante, el cajero se burla de él arropado
por toda la plantilla, gritando el nombre legal masculino que el transexual
aún no ha podido modificar en su documentación. Y las pequeñas píldoras
de odio, fruto de las pequeñas discriminaciones, en oficinas bancarias,
en supermercados y en estafetas, se convierten en grandes bolsas de odio.
Y crecen descomunales volúmenes mentales diferenciadores, que dividen a
las sociedades en odiosos seres vacíos políticamente correctos, y resentidos
humanos distintos, cuyo hecho diferencial es cada vez más el odio. Se discute
la existencia de la discriminación positiva para los colectivos marginados
(mujeres, inmigrantes o chabolistas), cuando la única manera de contrarrestar
las pequeñas píldoras de segregación es potenciando la integración. Hemos
de dar un trato doblemente positivo a quienes suelen recibir desprecio
tras desprecio. No valen demagogias populistas de falsa igualdad. Hasta
que la mujer no acceda al cincuenta por ciento de los puestos de responsabilidad,
hay que potenciar como sea su acceso a esos puestos. Hasta que los inmigrantes
no lleguen a convivir en igualdad con los orgullosos oriundos, habrá que
ofrecerles gratis todos los servicios. Hasta que los miserables no alcancen
el nivel medio de ingresos, habrá que asegurarles un salario social digno
y una vivienda de más fácil acceso que para el resto. Porque al margen
del engendro que supone la denominación, la discriminación positiva es
necesaria si nos consideramos seres humanos. Y si alguien no está de acuerdo,
tiene abiertas de par en par las puertas del zoo.
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