¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 69
19-07-99
Hermanamiento
Existe una ciudad en Yugoslavia que se llama Belgrado,
y es la capital. La traducción de su nombre es "La ciudad blanca". Tristemente
famosa durante los últimos meses por ser incesante, feroz y salvajemente
bombardeada, la ciudad blanca es todavía una perla en los Balcanes por
su belleza y ambiente cultural. Los jóvenes dominan cinco idiomas, las
mujeres son bellas hasta el límite de lo que soporta un corazón masculino,
sus viejecillos respiran amabilidad y sabiduría, y lo que queda de su centro
histórico se mantiene en pie con orgullo y sentido del humor. Otra ciudad
europea, llamada Zaragoza, cuyo nombre es el resultado de una evolución
lingüística desde Cesaraugusta, tuvo una de sus épocas de mayor esplendor
bajo dominio árabe. Por aquellos tiempos, los poetas musulmanes definían
a la ciudad española como Medina Albaida, que traducido quiere decir ni
más ni menos que "La ciudad blanca". Como Belgrado, sí. Este lugar situado
entre las dos grandes capitales españolas, centro de un valle cruzado por
el río Ebro, debe su fama a nivel internacional a los Episodios Nacionales
de Pérez Galdós, que escribió sobre la invasión francesa de la ciudad a
principios del siglo XIX. Zaragoza resistió con inusitada tozudez los llamados
Sitios, hasta que Francia pudo tomar las ruinas de lo que había sido la
floreciente plaza. Belgrado muestra su paseo central como una dentadura
desdentada, sin los edificios oficiales emblemáticos que le daban señorío.
Zaragoza se quedó entonces sin su famoso Hospital, pionero en tratar
las enfermedades mentales como tales. Belgrado sufrió el acoso de los que
le querían colonizar, sin que éstos lo hayan conseguido. Sus habitantes
se lanzaban como una piña a defender los puentes, símbolo de la resistencia
en esta guerra, y cantaban y se turnaban y permanecían despiertos a la
luz de las velas. Los puentes que cruzan el Ebro en Zaragoza y los que
cruzan el Danubio en Belgrado son sólo otro ejemplo de paralelismos que
deberían confluir en una constatación: hermanemos Belgrado y Zaragoza,
simbolizando con este gesto una verdadera unión europea y construyendo
un alegato contra las guerras y a favor de la soberanía de los pueblos.
La paz es blanca, como Belgrado y Zaragoza.
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