¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 76
26-07-99
Llora, llora
Cómo llora el rey de España por la muerte del dictador
marroquí. Eran tan amigos, dicen. Y el rey Hasán II era tan bueno, que
llevaba 38 años en el poder, decidiendo el destino de sus súbditos como
lo decidían sus antepasados. Era tan bueno, ahora que se ha muerto, que
todos los gobernantes van a Rabat a derramar sus lágrimas de cocodrilo,
y a recordar que el integrismo islámico no pudo atravesar las fronteras
del reino. Pero la memoria debe de ser cosa de memos, porque nadie recuerda
que la democracia, ese valor supremo que defienden los perros internacionales,
era algo que brillaba por su ausencia en Marruecos. Y el muerto imponía
su terror allá donde las gentes disentían del régimen. Y un territorio
dejado de la mano de Alá, al sur del país, llamado Sahara Occidental, reconocido
por la ONU como independiente, pero pendiente de un referéndum cuya celebración
se retrasa por tradición, no llora demasiado la muerte del tirano. Porque
el tirano ya tenía preparado un censo de mayoría marroquí, y porque el
referéndum sólo se podría celebrar si el buen rey lo tenía ganado de antemano.
Muchos saharahuis llevan 25 años viviendo en campos de refugiados en Argelia,
porque el simpático monarca aprovechó para invadir su tierra cuando Franco
se lavó las manos en el asunto. Hasán II ha sido relevado por su hijo,
como muestra de avance en las costumbres viciadas del humano irracional.
Los hijos de los grandes asesinos sustituyen a los grandes asesinos, porque
esa es la ley de la selva. Un presidente electo de un país europeo ha sido
bombardeado recientemente, y Hasán nunca recibió un bombardeo. Era amigo
de Occidente. Era amigo de Juan Carlos I, que llora la muerte de su colega
como lloró la muerte de Franco. Nostradamus se ha vuelto a equivocar: la
invasión de España por parte de Marruecos, rechazada por el Borbón, no
tiene visos de realizarse. A menos que los herederos Felipe VI y Mohamed
VI rivalicen por tener el mismo número. Poco probable, siendo reyes antidemocráticos
ambos (la jefatura del estado español también está ocupada por un cargo
no electo) de unos pueblos que consienten que les mangoneen para que les
dejen en paz.
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