¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 85
16-08-99
Yugoslavia al alcance de todos
(4)
Desde dentro: Belgrado
El transporte urbano de la capital de Yugoslavia
está organizado mayoritariamente desde empresas privadas. Los autobuses
del ayuntamiento son tan escasos que no se suelen ver, y los privados cumplen
su cometido de traslado de la población, aunque las condiciones del traslado
dejen mucho que desear. (No olvidemos que estamos hablando de un país hasta
hace poco del primer mundo). Una de las principales avenidas del centro
de la ciudad presenta un aspecto sorprendente: los edificios oficiales
que dependían del gobierno, mayoritariamente militares, son un amasijo
de ruinas y sus alrededores un campo de cristales rotos. El bombardeo selectivo
respetó un edificio, y destruyó el del al lado. Las maquiavélicas armas
inteligentes, pese a tener errores (reales y provocados), son quirúrgicamente
espeluznantes. Esqueletos de mastodontes muertos, casas que se ciernen
sobre el espectador como si fueran a abalanzarse y sepultarte. En la principal
calle comercial, sólo para peatones, se pueden ver los antiguos centros
culturales de Francia y de Estados Unidos, hoy locales vacíos, sin puertas
ni ventanas, sin mobiliario. Sólo con pintadas, desnudos, destrozados en
revancha por los jóvenes airados. La cultura, hecha pedazos. El ayuntamiento
de Belgrado se va a encargar de la reconstrucción. Humillación, de nuevo.
La estatua que representa a la ciudad se asoma a la confluencia de los
dos grandes ríos desde la colina que domina el horizonte. Los dos grandes
rascacielos gemelos, sede de los partidos de Slobo y su señora, lucen un
amasijo de estructuras metálicas en su parte superior. Eran los repetidores
de las televisiones del régimen. En las terrazas beben cerveza policías
melancólicos, añorando quizás lóbregas represiones, y familias de gordos
recalan en las orillas del río con sus lanchas para proveerse de bebidas,
y se alejan sorteando detritus aglomerados que flotan en el agua. A lo
lejos, se divisa un tupido bosque, que alberga especies salvajes en libertad.
Se escucha jazz en directo en la cafetería-librería anexa a la Facultad
de Filología. La compañía de Correos y Telecomunicaciones se vendió a los
italianos; a la mayoría les da igual a quién pertenezca; la palabra progreso
ha llegado a ser negativa para un serbio, para un habitante de un país
excomunista. Arkan, un serbio loco con ejército propio, se ha casado con
la cantante más popular del país, y tiene también un equipo de fútbol.
Los jóvenes de la capital se debaten entre interesarse todavía por la política
o sustituir sus preocupaciones con la creación artística. El cambio de
divisas se consigue en la calle tres veces más favorable que en los bancos.
La guerra ha hecho mella en todas las actividades: por todos lados se pueden
comprar postales con las consecuencias de los bombardeos. Acaba nuestra
visita: una mujer pregunta si somos católicos practicantes, y su hija se
adelanta a responder: "¿Acaso nosotros somos comunistas?". En los ordenadores
domésticos, una colección de iconos contra la OTAN acompaña al sonido de
cerrar el equipo: una voz imita a la perfección la de Milosevic, que dice
en serbio amenazante: "Camarada: ni se te ocurra cerrar Windows sin pedirme
permiso".
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