¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 91
24-10-99
La cárcel mata
Si no eres uno de esos innombrables que viven como
rajás en sus suites privadas dentro del recinto de los centros penitenciarios,
o si no eres uno de esos que simplemente se libran de la cárcel mediante
sobornos o chantajes a los jueces, eres un candidato a caer con tus huesos
en la prisión. Ahora sí que vas a necesitar el dinero. Fuera malvivías,
quizás, con lo poco que robabas y lo menos que te daba el estado. Dentro,
sin pasta, limpiarás los váteres de todos los demás, y defecarás con dolor
los primeros días. Porque las descargas de sexo en tu interior serán ahora
violaciones continuadas. Tu rehabilitación como ciudadano modelo no tendrá
lugar nunca, porque cuando estés hastiado de recibir palizas y el terror
te haya desequilibrado lo suficiente, el instinto de supervivencia te proporcionará
no se sabe muy bien cómo el dinero suficiente para comprar heroína, que
corre con fluidez por los corredores. Compartirás jeringuilla en camaradería
con tus compañeros, y los funcionarios de prisiones y los directores generales
y los ministros del interior y los presidentes del gobierno y los reyes,
pensarán en el fondo que si te mueres en la cárcel será porque sobrabas.
Que si te mueres en la cárcel será porque te lo tenías merecido, delincuente
bastardo. Y si sobrevives a las violaciones, a la comida en mal estado,
a las palizas, a la heroína adulterada, a las jeringuillas con SIDA, quizás
puedas salir a la calle por tu propio pie. En ese caso, estarás igualmente
muerto, porque para esta sociedad cuyos representantes suelen reflejar
muy bien el pensamiento de la mayoría, si tienes antecedentes penales no
podrás nunca incorporarte a la rueda de la producción, a la rueda de la
vida. Sólo te queda el consuelo de que dentro de la rueda la felicidad
es un bien tan escaso como fuera de ella. Y morir en la cárcel es el símbolo
vivo de la descomposición de este fracaso de vida en común que llamamos
mundo.
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