¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 94
24-10-99
La plaza
Arrumban capitostes, descelebran aminorando. Comen
de lo que no hay, son de lo que no hay. Sus supuestas alegrías nacen y
mueren en el mismo instante del hueco entre los dientes. Claros en el pelo
de arranques impetuosos en reyertas. Peleas las mejores, entre perdedores
iguales. Cuando jaurías organizadas atacan, rabia, odio, huesos rotos y
algún muerto nace de cachorros nación. Duermen tiritando y orinando bancos
que serán de día de viejas con sus nietos. Deformes sus rostros cabecean
si las moscas insisten. La siesta intermitente inalterada por el sosiego.
Pronto volverá la guardia armada, la policía inmisericorde, y la plaza
vivirá un cuarto de hora sin el alma de la mugre, sin los harapos que caminan
imitando a los sauces llorones. Y nos quedaremos un cuarto de hora sin
espejos donde mirarnos, sin suelo donde pisar, sin grito sordo, sin silencio
elocuente. Ya están aquí de nuevo. La sombra de sus cuerpos transparentes
arrastra la biografía de un suicidio continuado, de una visita diaria a
la tumba de su infancia. Agarran las botellas como para no caerse al otro
lado, al lugar donde relucen las calvas de los espectros esquivos, sus
hermanos del infierno. Viven empujando el carrito de la desolación, pero
prefieren la carcajada sin sordina a la oficina espeluznante. Es jueves.
Mañana también, qué más da. Los niños y las viejas y los guardias y los
sauces son intrusos en la plaza. Raídas solapas de lo que fueron camisas,
chaquetas. Objetos inservibles en sus manos como símil decadente del residuo.
Y algún muerto. Arrumban aminorando. Descelebran capitostes.
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