¡Oh, el mundo gira!
19-2-2000
A dimitir, es
una orden
Allá por la prehistoria de la
política española, un dirigente del Partido Popular llamado Javier Arenas,
andaluz, sacó su vena fascistoide ante las cámaras cuando comprobó que su
formación política estaba perdiendo las elecciones, contra todo lo previsto.
Popularizó entonces la palabra “increíble”, cuando veía ante sus narices los
índices de voto, que esfumaban sus ansias de poder. Años después, con toda la
maquinaria de la derecha española instalada en sus viejas poltronas, ese
personaje es el secretario general de su partido, después de haber pasado por
el Ministerio de Trabajo como político progresista y simpático. Le importaba un
bledo entonces y le sigue importando ahora cualquier cosa que no sea su
imparable ascenso a las estrellas, y fue una buena estrategia mostrar la cara
amable del libre mercado, el estilo puro de vendedor de enciclopedias, que se
retrata sin recato siendo aseado por un limpiabotas. Javier Arenas dio paso al
encaramarse a la cúpula del partido a un tal Manuel Pimentel, que le sustituyó.
Otra vez la cara amable de un gabinete que niega el derecho a la dignidad de
todo el pueblo chileno, por ejemplo. Pero El Ejido reventó. Un pequeño pueblo
que genera miles y miles de millones no se puede permitir cambiar de mafia por
unos asuntillos de racismo. Y el alcalde, que no tiene inconveniente en culpar
a las ONG de los apaleamientos por soliviantar a los temporeros esclavizados
hablándoles de sus derechos, había amenazado con pasarse al GIL. Pimentel
cometió un error: desde su jovial liberalismo se permitió contradecir la
corriente del partido, asegurando que lo primero era defender a los débiles en
el conflicto. Bastó con que apareciera la noticia de que la mujer de uno de sus
altos cargos se había lucrado con dinero público (ay, cuántos cientos de casos
como ese, listos para amanecer cuando alguien quiera) para cesar al marido
malvado... y presentar al poco tiempo su propia dimisión. Gran carambola
política de José María Aznar: a tres semanas de las elecciones generales,
intenta hacer ver a los ciudadanos que si se presenta un caso de corrupción lo
arranca de raíz (evidente falsedad, puesto que con sólo nombrar a Telefónica
debería dimitir el gobierno al completo); evita que voces discordantes crezcan
en su camarilla; y despista al respetable creando una nueva noticia
espectacular que sustituya a la vergüenza almeriense. Así las cosas, y aun
reiterando que los del PSOE también son finos, esperemos que los votantes no se
dejen engañar de nuevo y huyan despavoridos ante la peste de las papeletas de
los opusdeístas. Como dice un columnista maño, refiriéndose al pelotazo
financiero del BBVA: “esto de ahora es otro tema; es el Poder con mayúscula.
González sólo fue un amateur... Brillante, pero amateur”.