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¡Oh, el mundo gira!

 


DISCURS.O.S. por Melguencio Melchavas
Número 157

26-9-2000

 

Oda al especulador

 

¿Y si lo que mueve a nueve de cada diez especuladores es el afán de mejorar intelectualmente? Especular viene de espéculo, y espéculo es espejo, o sea, lugar donde uno se mira. Así que la célebre máxima grabada a la entrada del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”, no es más que una invitación a la especulación. Es la justificación mítica del amor eterno entre el ladrillo y el cemento, la base ideográfica de la titanomaquia de las moles en forma de rascacielos contra las gaviotas y los ecologistas. Un avispado caballero que se da cuenta de que comprando un solar a una anciana puede lograr la urbanización que le jubile, no es más que la traslación contemporánea del mago Merlín con su industria y comercio de pócimas milagrosas, de Jesucristo elevando al cubo los panes y los peces, de Alí Babá y su escuela de formación de ladrones. El especulador que se precia de tal, se mira en el espejo de su propia mente despierta, cavila cómo lograr un gran patrimonio mediante el esfuerzo ajeno, y si es posible, destruir lo ya construido para modernizar el país. Cualquier resquicio de patrimonio histórico-artístico ha de ser eliminado o, al menos, arrebatado a los ciudadanos en beneficio propio. El buen especulador (no confundir con cualquier camasquince que encuentra fortuna sin proponérselo vendiendo un pisito revalorizado) es anarquista práctico y defiende la destrucción para construir un mundo nuevo desde cero, con todos los humanos hermanados en el alicatado y el gotelé. Porque especular no es sólo, como dicen las malas lenguas, traficar, monopolizar, lucrarse, encarecer, embolsarse el dinero ajeno; especular es reflexionar, meditar, examinar y contemplar todas las posibilidades para exprimir a los incautos contemplando cómo a uno le brillan los ojos en el espejo. Lástima que, mientras que los espejos a veces duran siglos, los humanos, incluidos los especuladores, rara vez llegan a los cien años. Y aquellos ojos brillantes son dos cavidades en una calavera que recuerda a un hombre cuya ambición no le dejó vivir feliz. Ni a él, ni a cuantos trabajaron para que les robase.

 

 

 

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