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¡Oh, el mundo gira!
DISCURS.O.S. por
Melguencio Melchavas
Número 160
26-9-2000
La extinta Unión Soviética, con Rusia a la cabeza, fue comparada
por un tal Yuri Borev con un tren en marcha. Se dirige hacia un futuro
luminoso, conducido por Lenin. Pero de repente se acaban las vías. El
maquinista convoca a los pasajeros y les incita a que trabajen construyendo más
travesaños. El tren reanuda la marcha. Cambia después el chófer y ahora es
Stalin. Vuelven a agotarse las vías. El conductor manda fusilar a la mitad de
los revisores y de los pasajeros, y al resto les obliga a poner más vías.
Kruchev toma luego las riendas del ferrocarril, y cuando se terminan las
anteriores, manda desmantelar las de atrás para ponerlas delante de la
locomotora. Cuando a Breznev se le vuelven a acabar, ordena que se corran las
cortinas y se balanceen los vagones, para que el pasaje crea que el tren sigue
en marcha. Hasta aquí la alegoría de Borev. Cuando llegó Gorbachov, descorrió
las cortinas y todos vieron que estaban parados. Intentó poner el tren de nuevo
en marcha con su Perestroika, pero la máquina era demasiado antigua. Todos le
echaron la culpa, y Estados Unidos le sustituyó por un títere, Yeltsin, que
dejó a los vagones que se independizasen, y vendió la máquina a las mafias, que
la usan como prostíbulo particular. Putin le ha sustituido, y la situación
continúa siendo desastrosa: varios focos de guerra abiertos, corrupción
generalizada, y un tercio de la población por debajo del umbral de la pobreza.
Desde la infausta caída del Muro de Berlín, vergüenza de los líderes
occidentales, la pobreza en los países del Este de Europa se ha multiplicado
por 10. Había una vez un viejo tren con restaurante donde vivían millones de
gentes humildes con una ilusión de futuro, pero sin libertad. Hoy la libertad
de aquéllos que han perdido la ilusión, el restaurante y el tren consiste en
poder votar a quienes les sigan robando. Sin un céntimo en el bolsillo y con
conflictos generalizados, nadie se preocupa por otra cosa que no sea conseguir
pan, o esquivar un proyectil mientras occidente hace satisfecho la digestión de
su festín anticomunista. Los signos de la modernidad campan por doquier: mugre,
mendigos, paro, ruina de todo patrimonio público, industrias apagadas. La
esperanza de vida ha pasado de 62 años a 58. El capitalismo baila claqué
acompañado de sus estarletes, la tuberculosis, la poliomelitis y la difteria,
erradicadas en la oscura época marxista. El gasto en educación ha descendido un
50 por ciento. En 1983, 13 de cada 10.000 rusos se suicidaban. Hoy lo hacen 66.
Qué mal estaban. Qué bien están.