Por Antonio Tausiet
Nazarín (1958)
Buñuel toma una novela de Galdós sobre un cura tan puro que resulta heterodoxo -con alusiones metafóricas al Quijote y al propio Jesús Nazareno- y la convierte en la pesadilla de un hombre que a fuerza de golpes contra la realidad acaba sumido en un mar de dudas.
Foto de rodaje
Los tambores de Calanda vuelven a aparecer para remarcar el terremoto cerebral del protagonista. Un enano, un caracol, una niña en una cuerda de presos, son pequeños detalles que añade don Luis a este film mexicano. El Cristo que se carcajea en una visión de la prostituta es una imagen de la que Buñuel estaba particularmente satisfecho, en la línea iconoclasta de romper la representación popular de los personajes sagrados (“sansulpiciana”, del francés “saintsulpicien”, “de estampita”).
El Cristo de la risa, antes y después;
Unos obreros que acusan al religioso de esquirol por aceptar malas condiciones laborales; una mujer que, moribunda, rechaza los mensajes de la Biblia y requiere a su amado terrenal -cita del Marqués de Sade-; un delincuente que hace ver a Nazarín que haga lo que haga va a dar igual; y una señora que entrega una piña al sacerdote abocándole al infierno de la increencia, son los grandes rasgos buñuelianos que emergen ante la mirada ciega de los espectadores católicos, que vieron en este filme un bonito alegato a favor de la religión. Y ello pese a los ataques de endemoniada de Beatriz cuando su madre le hace ver que realmente está enamorada de Nazarín, un Paco Rabal enormemente atractivo a sus 33 años, la edad a la que murió Cristo según la tradición.
Tres parejas de la película:
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