FIRMAS CON CLASE


Una reciente exposición en el Colegio de Arquitectos homenajeaba el buen hacer constructivo y decorativo de los creadores zaragozanos


Juan Bolea


Los últimos y urbanos tiempos, con sus urbanísticos acontecimientos, han provocado en el pueblo una creciente y crítica pasión hacia la obra pública, sus estilos y acabados, sus costes, su funcionalidad. La gran fiesta, o festín, del ladrillo comunal, presenta, en Zaragoza, una historia guadianesca: entre las planificaciones de Sáinz de Varanda y las objeciones de Luisa Fernanda Rudi, dos jinetes desbocados, Antonio González Triviño y José Atarés han atropellado los planes, los plazos, los gustos, al galope de sus carreras políticas. Para mal, don Antonio; ya veremos don José.

Pero en Zaragoza, además de los concejales-constructores y de la febril actividad de la Loca Academia de Dibujo, además del feísmo new rich , hay otras corrientes, otras sensibilidades.

Hace poco, por ejemplo, una interesante exposición organizada por el Colegio de Arquitectos y la Federación de Empresarios de Comercio nos permitía apreciar algunas muestras antiguas y modernas de buen hacer arquitectónico y decorativo. Pruebas testimoniales, o palpables, de que la creatividad y el buen gusto no siempre han sido sacrificados en aras del interés político.

Disfrutábamos, para empezar por el principio, de la antigua Joyería Aladrén (1885), obra neorrenacentista y ecléctica del arquitecto Luis Aladrén, autor, también, del Casino. Su maravillosa marquesina de hierro en chaflán anuncia la invariable belleza de un prodigioso interior.

La muestra guardaba un lugar destacado a la Confitería Fantoba (1888), de Ricardo Magdalena, de estilo neoegipcio, y a Casa Gavín (1900), atribuida al mismo autor, con sus artesonados y estanterías talladas en roble americano. En el mismo capítulo de venerables genialidades, el Mercado Central (Félix Navarro, 1903) y Casa Lac (Manuel Martínez de Ubago, 1925). Ambos creadores dejaron un rico legado. Entre sus obras, el Palacio Larrinaga o el quiosco de la música para la Exposición Hispano Francesa. Los desaparecidos Café Salduba y Cervecería Abdón (1930, Regino y José Borobio) cierran este recorrido histórico.

Los arquitectos contemporáneos destacan por su limpia concepción del espacio, y el uso de nuevos materiales. La farmacia de la calle Laguna Azorín, de Santiago Lagunas, transmite una sensibilidad pictórica. La tienda Formas, de Manuel Fernández e Isabel Elorza, una exquisita funcionalidad. La Sastrería Gazo, de José Manuel Pérez Latorre, concibe escaparates en distintos niveles, como invitando al cliente a recrearse en un paseo estético. Pope, del mismo autor, consigue una escenografía teatral, de gran efecto visual. La Galería Spectrum, obra de Daniel Olano y José Antonio Lorente, depara, a modo de cámara blanca, y gracias a las decrecientes perforaciones en los tabiques, una misteriosa profundidad. La Joyería Bérniz, diseñada por Ramón Betrán y Javier Simón, con sus maravillosas paredes de travertino a poro abierto y su concepto de patio franco al cielo perdura en una permanente y confortable vanguardia. La Galería Lausín & Blasco, de Joaquín Sicilia, planteaba sorprendentes recorridos por un espacio abstracto. El Restaurante Carambola, de Ruiz Tapiador y Arbeloa, crea un paisaje minimilista con luz y jardín propios...

En una palabra, que hay madera.


(El Periódico de Aragón, viernes 24 de enero de 2003)