Vamos a contar censuras tralará...

 

 

En primer lugar yo no tengo la culpa de que la mayoría domesticada insista en llamar estados libres a las democracias occidentales capitalistas; ni yo ni - supongo - nadie. ¿Cuántos soldados son culpables de generar las guerras en las que mueren, se mutilan o matan? Yo no apunto a nadie; en todo caso disparo al bulto. Y el bulto aquí y ahora se llama - o lo llamamos - manipulación. Porque yo - y porque aquí no se salva ni dios - también soy un soldado.

¿Que qué tiene esto que ver con el cine? Buena pregunta. De momento nada, perspicaz lector, solamente que el cine forma parte del organigrama de esta empresa-mundo. Punto uno: El cine ocupa una casilla, y la casilla no es independiente ni un conjunto cerrado, sino que interactúa con otras casillas múltiplemente a través de subterráneos vasos comunicantes. Comunica con la información en general, o mejor dicho, con el poder de la información, entre otras de menor importancia. Punto dos: Además yo, al igual que otros valerosos soldados de la empresa-mundo (léanse periodistas, políticos, curas, directores de cine, etc…), también practico el contemporáneo juego de marear la perdiz. Punto tres: la perdiz pide más mareo… pues ahí va.

De donde no hay no se puede sacar, o lo que es lo mismo, mira un telediario o lee un periódico para informarte de las noticias que han sucedido y que así te las han contado. Dos ejemplos: O bien nos cuentan el salvajismo típico/ tópico de un país como Sudán - esos pobrecitos negros habitantes del subdesarrollo -, donde al día de hoy todavía existe la esclavitud, omitiendo sin ningún miramiento el tráfico de obreros de nuestra civilizada sociedad, esa esclavitud que insisten en denominar con las palabras mágicas "empresas de trabajo temporal" (así, como por arte de magia); o bien nos machacan con la penosa situación de las mujeres del Islam, a las que obligan a salir a la calle con el rostro escondido tras el odioso velo, sin matizar que aquí gran parte de las mujeres no son capaces de mostrase a los demás sin ese otro sutil velo llamado "eficaz crema embellecedora" …

En el cine, cuando es sinónimo de industria, que es lo mismo que decir barbarie, funesta maquinaria de lo ordinario o perfecto engranaje por y para la brutalidad de las masas, ocurre tres cuartos de lo mismo en cuanto al mágico asunto de las manipulaciones. Así, la censura no va con nosotros; la censura es cosa de los otros, del subdesarrollo o de nuestro pasado. La censura aquí, en esta parte del mundo que como España va viento en popa, no tiene lugar. El cine, como todas y cada una de las características que engloban este primer mundo, se desenvuelve en perfecta armonía dentro de su hábitat natural: el mundo de las oportunidades y de la libertad. Ja, ja, ja y murmullos en la sala.

La libertad (la libertad creativa en este caso), como dijo un fulano oriental, consiste en ser consciente en todo momento de las cadenas que nos mantienen atados, saber cuales son las cuerdas que nos maniatan, su naturaleza. ¿Cuántos directores-creativos del mundo de la imagen son conscientes de sus cadenas? ¿cuántos perciben la auto-censura (haciendo alusión al dicho que el actual sistema capitalista fabrica a los mejores policías en nosotros mismos)? ¿cuántos perciben la censura económica de crear historias haciendo uso de los últimos avances tecnológicos, derrochando cantidades vergonzantes de dinero y pagando a los actores sumas aberrantes? ¿cuántos?. Que levanten la mano. ¡Uy, qué poquitos! Nada, no preocuparse el alumnado, que soldados somos y en valerosos soldados nos convertiremos.

La mayoría de los empleados de la empresa-mundo, en su departamento de ciencias audiovisuales (guionistas, directores, productores, etc) están perdidos en su guerra inútil y de pacotilla. Por eso nos atiborran con productos cinematográficos que parecen ser extraídos de un macabro proceso de producción en serie, donde cada gris asalariado aporta su repetitivo granito de arena, con el inocente propósito de mostrarnos una y otra vez lo mismo. Como si en la repetición industrial estuviera el modelo de lo correcto, plasmando en las salas oscuras una y otra vez la derrota de la humanidad. Así, una y otra vez, una y otra vez… Nosotros, todos, como alienados trabajadores de una burocracia monstruosamente multicéfala… ¿no os embriaga de pánico la idea? Saludos, Kafka.

La mediocridad, esa gran bandera de la derrota, no conoce censuras. Acaso porque la mediocridad es la tontería, la bobería y la idiotez, es incapaz de verse a sí misma como un vector ciego que en vez de crear, se repite, se repite hasta el aborto y la nada, hacia una estupidez que roza lo absoluto.

Ahora que la perdiz ya no quiere jugar a marearse, pobre…, el artículoculillo se termina con mi más sentido pésame para los cinéfilos pichi-guays (club de aludidos presenten demanda según protocolo, por favor).

Alonso Martín.

 

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