Patriotismo, militarismo y épica: El cine bélico del último lustro

 

El cine bélico ha decaído bastante como género. El país que más guerras de diseño encarga a sus ejecutivos (industria, prensa, cine, ...) no soportó bien el tropezón de Vietnam, y cuando Hollywood repartió Oscars entre películas que dramatizaban sobre el asunto (El cazador y Apocalypse now, hoy con metraje añadido la última, a las que luego acompañarían La chaqueta metálica, Platoon y Nacido el cuatro de Julio, en la más ácida de las descripciones sobre el conflicto), la Administración de los EE. UU. se molestó. ¿Preferían ver a Jane Fonda en El regreso que a los duros Wayne y Lancaster en Los Boinas verdes y La patrulla respectivamente? Pues a otra cosa (que sería un Telón de acero, al que le quedarían pocos años de salud). ¡Pero si hasta en televisión M*A*S*H* cedía el relevo a Playas de China! Quedaban atrás los dorados tiempos en los que nazis y nipones permitían al gobierno y a los grandes estudios cinematográficos pergeñar publicidad encubierta como espectáculo (ahí están Sargento York y centenares de títulos militaristas, patrióticos y machistas) y los héroes hipermusculados comenzaron a desparecer en combate para reaparecer en las secuelas de protéicos filmes carnaza de videoclub. "Por suerte", el tío Usama logró su objetivo y Stallone regresará a Afganistán para darles una lección de democracia a los muyahidines a los que apoyó en Rambo III. Pronto viajaremos en el tiempo para regresar a los campos de batalla de la última gran guerra, la 2ª, con títulos como We were soldiers y Windtalkers. Aquél era un tiempo de buenos y malos; de causas justas y finales de "The end" con fundido a negro mientras el marinero besa a la chica en Times Square. En este artículo se emplean algunos títulos del género (o que hablan de batallas, reales o futuras, como expresión de la manipulación de los poderes fácticos), rodados tras el desinterés al que en los ochenta se vieron sometidas estas películas y antes de la euforia post 11-S. Unas pocas películas comentadas, comparadas entre sí y relacionadas con algunas otras que aparecen ligeramente reseñadas. Europa, el Tercer mundo, el Espacio exterior y los años cuarenta son los escenarios bélicos ¡Es la guerra!

Fue el CESID y no la voluntad popular quien pergeñó la consigna ¡Vascos sí, ETA no! Hoy sabemos que el ataque a Pearl Harbour y el sabotaje al Maine fueron consentidos por el gobierno estadounidense para asegurarse su pasaporte a la guerra. Detrás de La cortina de humo está American hero la novela de Larry Beinhart que sirve como excusa para extrapolar el poder de los medios de comunicación y de quienes sustentan a los gobernantes, base del texto, para hablarnos del sueño del artista: ser reconocido. "Es mi mejor trabajo porque es honesto", dice el productor de cine (Dustin Hoffman) después de presenciar asesinatos y mentiras. Él se lo cree, y nosotros también...todos los días: si sale en la t.v. es verdad (para Welles fue la radio).

Y es que Hollywood sigue entendiendo la de los Balcanes como una reyerta de patio trasero y apenas cree que lo que el país de Coca-Cola hizo en lugar de los europeos fuese algo más que una acción policial; por eso, cuando sus estrellas han intentado rodar acerca de aquél conflicto, que hoy aún dura solapadamente, han visto cómo sus proyectos se venían abajo (es el caso de Eastwood como director o de Harrison Ford y Kristin Scott - Thomas como pareja romántica). Y por ello ha sido la propia Europa la que a través del cine (España con Territorio Comanche o Inglaterra con Welcome to Sarajevo) y la televisión (Disparo al corazón) se ha hecho cargo del paquete que tanto molestaba a sus dirigentes de ayer y hoy, atrayendo a figuras del estrellato hollywoodiense cuyas inclinaciones políticas eran claramente inconformistas (el caso de Woody Harrelson y Marisa Tomei en Welcome to Sarajevo o de Dennis Quaid en la desapercibida aunque brillante Savior) y tomando las peripecias de los periodistas de guerra y las mezquindades de los francotiradores serbios y bosnios, como excusa para elaborar una pequeña filmografía de buenas películas dispuestas a mostrar lo que es una guerra: horror, azar, injusticia, hambre y suciedad; todo lo cual es peor si, encima, se trata de una guerra civil en un país no demasiado lejano de nosotros, ni en kilómetros ni en cultura (y, hoy, ni siquiera en el tiempo). En Las flores de Harrison nos espetan violaciones pedofílicas que acaban en asesinato, ejecuciones sumariales y (algo que no recuerdo haber visto en los títulos que hasta la fecha representaban en la pantalla este conflicto) la exhalación en la que los (puñeteros) cazas descargan misiles aire-tierra devastando manzanas enteras de las poblaciones yugoslavas. Como debe de ser, la guerra que nos enseña Elie Chouraqui llama al repudio y al antibelicismo, obviando toda esa basura patriotera y épica que cimentan relatos hagiográficos como en la irregular (y puro "western" estilizado hasta lo esquemático) Enemigo a las puertas. Además, cuando uno se lo toma a gracia, como en No man´s land, puede cosechar premios y reunir un buen racimo de ausaciones críticas a la vez.

Starship troopers se parece tanto a las alegres comedias futuristas de Paul Verhoeven como a un episodio de Los vigilantes de la playa. Para vender más entradas convierte su homenaje a la sci-fi de serie B de los 50 en un desfile de jóvenes cuerpos proteicos, volviendo a contarnos un tebeo con la virtud de que divierte porque él también se lo pasa en grande burlándose de la sociedad que describe: unos jóvenes salen del instituto para acabar en la academia militar, donde lo pasan muy mal pero se hacen patriotas y luego se vengan de un ataque de los extraterrestres (que serán muy feos, pero me parece que los primeros en incordiar con lo de "te chuleo el planeta" no son ellos ); más simple imposible... Pocos directores como el holandés para hacer de la violencia gratuita algo jocoso que parece no entrañar nada malo. Con el bueno de Paul te carcajeas a cada balazo.

Entonces llega Salvar al soldado Ryan que es, una vez más, una muestra del Spielberg cinéfilo: el que aprende del estilo documental de Wellman, de los preceptos estéticos de Fuller y del despliegue de medios del megalómano De Mille. Pero el alumno se convierte en maestro cuando transforma en arte la técnica que lo sustenta. La patrulla -perdida- capitaneada por Hanks recrea el rostro del combatiente y la película, en sus primeros 23 minutos, ofrece una sinfonía de espanto, desmaquillando los muertos de superproducciones como The longest day y transformando la épica cinematográfica y la mítica de "la última gran guerra" en una muestra de lo cruenta que es cualquier conflagración. Una macabra sinfonía de cuerpos desmembrados y fragmentos de carne que saltan a la cámara nos hace conscientes de la mortalidad del ser humano como individuo -aun muriendo entre multitudes-. Donde Steven Spielberg nos acerca a la verdad de la batalla, sin embargo, no es en lo que se ve, sino en lo que se oye: el constante impacto de la munición en el metal y la carne.

Sucede lo contrario desde la primera hora y media de Pearl Harbor; es una sucesión de lamineras frases románticas que hacen dudar que nuestros abuelos lograsen algún día culminar el romance entre sábanas y la presentación de personajes (los amigos paletos de toda la vida, el negro aficionado a la servidumbre con "orgullo", los bobalicones enamoradizos, los reclutas salidos y los pérfidos nipones que saben de sobras la ignominia que pondrán en boca del presidente Roosevelt) está teñida de un patrioterismo excesivo incluso para la tradición estadounidense, que, encima, desligitiman los historiadores que con el tiempo y los datos trastocaron la sorpresa yankie por artimaña para lograr un causus belli. Pocos y torpes alicientes para una costosísima superproducción que pretendía repetir el éxito de Titanic, donde Michael Bay ha logrado lo que no consiguió del todo el capitán del mítico paquebote: hundir su barco en las poco profundas aguas de la Bahía de la Perla y en los insondables abismos marinos de los despachos financieros hollywoodienses. Los entretenidísimos cuarenta minutos del archifamoso ataque se sostienen porque apenas hay lugar para los diálogos que antes nos han sonrojado y porque podemos escupir los retales de bandera americana que aún no hemos digerido (luego tragaremos unos cuantos jirones más) a base de reír las machadas que se calcan a aquellas "hazañas bélicas" de tebeo que han entrado a formar parte de la cultura visual española. Pero luego se acabó, y vuelta a empezar: el romance juvenil vuelve a atacar con todo su almíbar y a uno le entran ganas de regresar a su videoteca y recuperar las veteranas ¡Tora, Tora, Tora!, La batalla de Midway y Destino Tokio, donde nos cuentan aquello que aquí se muestra telegráficamente: la planificación del ataque por parte del alto mando japonés y la venganza preparada por los norteamericanos. Mientras los primeros planos muestran la tragedia en las instalaciones militares yankis, la asepsia y el distanciamiento planean por cada una de las tomas del raid sobre la población japonesa; ya estaba dicho: "dónde sitúas la cámara es una cuestión de ética". Las mentiras, al fin y al cabo, se sustentan en las leyendas apuntaladas sobre el escaso rigor histórico que permite visiones sesgadas que parten del bando vencedor. Esta película pasará a la "historia del cine con infamia".

Finalmente Ridley Scott ha logrado con su última película, Black hawk derribado, alargar el fiero epílogo con el que Spielberg nos obsequió al recordar el desembarco en las costas normandas de Salvar al soldado Ryan. De los 148 minutos que dura la primera cinta bélica que inaugura el año 2002 (al menos la que lo hace desde la sesgada percepción hollywoodiense, ya que la comercial Behind the enemy lines se estrenó el año pasado en los EE. UU.), 120 son pura batalla. Y puro cine: el ritmo no decae, la planificación técnica es perfecta y el discurso estético impecable. En Black hawk... nos revelan un puzzle compuesto por diversas anécdotas personales que van entretejiendo la personalidad del grupo humano, el de los Marines, que vive la guerra como profesionales, lo que presupone olvidar la narrativa lineal para detener la mirada en la documentalización del momento histórico; nada de presentación, nudo y desenlace tradicionales: prólogo, clímax y final abierto, ¡que esto es la guerra, señores! Y, como decía Tom Hanks antes de irse a buscar a Ryan: "¡aquí se viene a morir, soldado!". Por desgracia, a Scott le puede el papel de trabajador a sueldo, e impera en el último tramo del filme la idea hiperpatriótica y militarizada que de la "democracia" tiene su productor ("dile a mis padres que luché bien; y diles que luché duro", dice un soldado a su sargento antes de morir). Vemos, entonces, una película producida por el primer mundo para espectadores occidentales, maniquea y vacua en cuanto a su visión de la política del Tercer mundo en la que tanto "nos implicamos" los caritativos habitantes del primero. Scott podría haber dirigido aquí una cinta de la que se habría responsabilizado el mismísimo Kubrick si no fuera porque el discurso de ambos (sólo hace falta ver la conclusión, también en abierto, de La chaqueta metálica: "es un nuevo día y me alegro de seguir vivo" decía el recluta Bufón) difiere en una fina, aunque determinate apreciación: si para Ridley Scott "the war is a bitch", para Kubrick "the war was a shit".


Carlos E. Gracia

 

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