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Un
cine en construcción
Los filósofos
más optimistas comentan entre sí que estamos en el fin
de nuestra civilización, que es lo mejor que puede ocurrirnos
para que nazca otra cosa a la que todavía no le han buscado su
palabra, su nombre. Filósofos puramente contemplativos, cobardes,
que miran el asunto desde el exterior y no les causa vergüenza
fabricar comentarios como si fuesen churros. Filósofos contemporáneos
que no pueden sacudirse del cuerpo la arqueología de su pensamiento
insano y pasivo. Ahora que la filosofía ha pasado a la acción,
que forma parte del engranaje mismo de la vida que nos recorre el cuerpo,
los hay quienes lo destruyen todo para construir lo nuevo o quienes
lo destruyen todo para no construir nada. De esta justificación
de la deconstrucción han sido víctimas el hombre como
concepto, el lenguaje como sistema y la misma filosofía como
ciencia pasiva, además de otras muchas construcciones históricas
que ha sido preciso arruinar para dejar en su sitio tantas grandes mentiras
con las que nos han dado de comer a lo largo de tantos siglos.
¿Y el cine? ¿Qué vamos a hacer con ese engendro
tan joven, tan actual en la vida de los hombres y mujeres? Podríamos
esperar que naciera una nueva manera de hacer imagen en movimiento a
raíz de la muerte de nuestra civilización. Un nuevo cine
para un nuevo mundo - y es que me entra la risa de pensarlo - parece
el lema de los testigos de Jehová, pero en versión cine.
O por el contrario
¿seremos valientes a la hora de coger
la piqueta y destruir los cimientos mismos del cine? Una solución
intermedia sería destruirlo todo salvando los cimientos, puesto
que los inicios del cine están más llenos de gloria que
de mierda. ¿Seremos capaces de administrar el vacío que
deje el cine tal cual es hoy para ilusionarnos con lo que tendrá
que llegar de novedoso? Se puede ser más valiente aún
pensando que si lo novedoso llega diluido y sin fuerza, mejor es no
construir nada en el lugar que ocupa el cine en la actualidad. Una oscura
inercia ha ido construyendo un cine, una forma de contar historias,
tan miserable y depravada, que uno se alivia ante la idea, fantasía
todavía, de su destrucción. Pudiera ser que el asco ante
la mentira que se ha ido construyendo se transformara en ilusión
ante un proyecto de cine (o como se llame entonces), un proyecto de
vida ( o como se llame entonces) más estimulantes para ser gozados
y sentidos.
De cómo resultarán los trabajos de destrucción
es difícil augurarlo. Pero más compleja es aún
la idea o fantasía de la construcción posterior, la posibilidad
de levantar algo grande y conmovedor que acerque a las personas al mundo.
El cine, o cualquiera de lo que hoy se llama elitistamente arte, debería
ser cosa de todos, un proyecto vital de cada cual, y no para los cuatro
aprovechados de ahora que nos meten la nada en los ojos al por mayor.
La destrucción del cine es el final de la tortura del espectador
que está siendo tratado como cobaya humana del mercado. La destrucción
del cine el la muerte del espectador, del productor, del director, del
guionista, de todos los soldados-comerciales que nos venden la moto.
Hoy he sido optimista. La destrucción del cine, que va ligada
a la muerte del capitalismo, es una idea excitante.
Alonso Martín
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