¿Qué es el cine ligero? (Capítulo 12)

 

 

 

Erre que erre. El cine es una invención humana. Los hay que se empeñan en otorgarle el calificativo de arte. El séptimo arte, suelen decir entusiasmados. Como si la palabra arte tuviera el poder de inmunizar al cine de la mediocridad reinante. El cine es un articulo consumible, afirmación sencilla… ¿alguien lo duda? Y se consume, por poner un ejemplo, después de haber consumido una comida baja en colesterol, o de haber consumido un descafeinado. Tal o cual alimento es mejor tomarlo sin azúcar. Incluso ya venden jamón sin sal. ¿Quién da más? Con estas premisas, o bajo la influencia de semejante contexto… ¿por qué íbamos los pobrecillos mortales a consumir cine pesado? Con las digestiones devastadoras que produce. Podrían incluso empujarnos a un pensamiento personal, alejado del único, estándar y de andar por casa. El cine que se hace en estos tiempos llenos de gloria no despunta de otras actividades humanas. Es tabaco bajo en nicotina o cerveza sin alcohol. El cine es, resumiendo, un algo que se parece al cine pero desustanciado, algo así como la leche semidesnatada. Sin grasa, es decir, que lo que nos venden en las carteleras se parece a cine pero no llega a serlo verdaderamente. Cine escrito en minúsculas, vamos.

Ni los pipiolos de esta sinsustancia parecen darse cuenta. Ellos que son jóvenes y que se les presupone rebeldes, rebotados y un tanto distantes de lo obligatoriamente permitido. Ellos han mamado, de todos los modos posibles, esta cultura de lo light, así que pedir peras al olmo es cuestión de metafísica. Los cortometrajes se parecen a los largos, y es que siendo los hermanitos pequeños de éstos, han aprendido bien a crear desde la subvención. Papá estado, le reclaman, necesito más dinero para llevar a cabo mi idea subversiva. Como cuando un chaval se compra una camiseta del Che en El Corte Inglés, con la misma subversión. Todo nos lleva a lo mismo. Se graban cortos con los pantalones bajados desde la ventanilla de la administración. Te dicen toma el dinero, pero calla, ponte la cinta adhesiva en la boca no sea que te cerremos el grifo. Así, los jóvenes realizadores, que así es como les gusta que les llamen, dan a luz películas formalitas, muy bien cuidadas en lo estético. Guiones bien estructurados y las luces bien puestas. No más. Gracias a unos pocos que todavía conservan la boca intacta y permiten a sus ojos y a sus cámaras rozar con lo que conmueve, con lo que transforma y construye de verdad, uno mantiene la esperanza. Incluso con subvención, alguna de estas excepciones logran sacudirnos del cuerpo la inercia de lo light. En ese caso el dinero público sirve para dañar desde dentro. Ninguna objeción al respecto.

¿Vendrá este mal de América?, me pregunto. La cuestión es más compleja como para dilapidar la respuesta en un Sí rotundo. Es cierto que mucha gente, temerosos de perder su identidad de hombres-mujeres-masa, asisten como rebaños a los multicines de las grandes cadenas comerciales. Las luces les sigue impresionando y piensan que parece América, con la hilera de puestos de palomitas y refrescos y la cara estúpidamente extrovertida de la chica que les atiende. Una vez dentro de la sala, las voces dobladas de los actores-estrellas (voces de idiotas, voces sin voz, cocacola sin cafeína) les entrarán suaves por los oídos. Saldrán como quien sale de una tienda de electrodomésticos, cogerán el coche y algunos incluso escucharán el último disco de Alejandro Sanz (tropecientas mil copias vendidas), un disco en el que se canta el lado más enfermo del amor. Amor que no es amor, sino algo que se le parece pero no acaba siéndolo nunca. Igual que el cine.

Alonso Martín

 

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