CINE POLÍTICO, O ¿QUIÉN HABLÓ DEL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS?

 

 

Resulta que las primeras imágenes con que nace el cine tuvieron como protagonistas a trabajadores (masculino) que salían de una fábrica (Salida de los obreros de la fábrica, 1895, hermanos Lumière). Un año después, las primeras impresiones cinematográficas realizadas en este Estado también se basaron en el mismo tema (Salida de los obreros de “La España Industrial”, 1896, Barcelona, Fructuoso Gelabert).

Y es que ese siglo, el XX, en el que nace el cine, ha sido el siglo de las luchas sociales y políticas por la emancipación de la clase trabajadora surgida con la industrialización que comienza a mediados del siglo XIX. El cine no se mantuvo ajeno a las descomunales transformaciones impulsadas en el mundo del trabajo por la extensión e imposición, a escala planetaria, del modo de producción capitalista, ni a los consecuentes y no menos trascendentales cambios determinados en la estructura social. El cine, en ese siglo XX, tampoco rehuyó de la realidad dramática de las consecuencias “menos amables” de la extensión planetaria del capitalismo: desempleo, hambre, emigración, xenofobia, neocolonialismo, explotación laboral, accidentes laborales, éxodo rural, desvertebración del territorio, etcétera. De la misma forma, el cine ha reflejado algunas de las respuestas que la clase obrera surgida de la industrialización ha desarrolado: toma de conciencia de clase, militancia y compromiso social y político, la huelga y el sindicalismo y sus mundos, etcétera.

El cine, de esta forma, demostró entender más o menos correctamente que el trabajador, que la trabajadora, no es un cacho de carne con ojos (valga la vulgaridad), ni una pieza más del engranaje económico, ni parte de una chusma rabiosa. El cine le presentó, en ocasiones, como un ser humano determinado por su contexto laboral, social y económico, que vive en un entorno social determinado (barrio, familia), que manifiesta unas determinadas necesidades, unos determinados sueños, unas determinadas aspiraciones, que tiene unas determinadas relaciones sociales con sus semejantes y sus superiores jerárquicos, que es poseedor de una determinada cultura y formación, y que responde de una forma u otra a las dificultades de las épocas de crisis.

Bien es cierto que el cine, en ocasiones, se deslizó por la equívoca pendiente de la politización más panfletaria y sectaria, sobre todo en momentos históricos considerados como “decisivos”. Pero no es menos cierto que el adversario de clase, en esos momentos, no era menos sectario, represor, implacable. Las clases poseedoras nunca han retrocedido ni un paso, han realizado ninguna concesión, si no ha sido después de luchar hasta la extenuación por el mantenimiento de sus privilegios de clase.

En el siglo XXI da la sensación de que el cine ya sólo es concebido como espectáculo visual, entretenimiento o explayación en los sentimientos humanos más epidérmicos, predecibles, convencionales. La antes conocida como clase obrera es ahora descrita desde un punto de vista esencialmente individualista, dramatizada, y desprovista de cualquier reflexión sobre la condición del trabajador en tanto en cuanto componente de una clase social. Cualquier conflicto es siempre individual, y cualquier solución es siempre individual, sólo para el protagonista de la película. La ausencia de reflexión sobre la sociedad actual, el momento histórico en que se desenvuelve el filme, el mundo en el que tiene lugar la trama, es pasmosa. Da la sensación de que el autodenominado “fin de la historia” se ha impuesto también el cine. Pero sólo da la sensación, porque la realidad, como siempre, es más compleja y conflictiva de lo que se nos cuenta, y si no, que se lo cuenten a los cientos de miles, millones de trabajadores que viven al filo de lo imposible en un sistema económico que dice ser el mejor de los posibles. Parafraseando aquél estribillo, “cuando el capitalismo salvaje entra por la puerta, el amor y las condiciones laborales saltan por la ventana”. Cine, cine, cine, más cine por favor, pero que sea un poquito político, por favor. Ya vale de tanto “entertainment” excluyente y globalizador.

 

Maximilien

 

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