"Es inventado. Es literatura" Así empieza Marguerite Duras su relato La ortiga rota. "Inventado". Lo avisa antes de comenzar su narración, igual que cuenta que sólo la publica cuarenta años después de su redacción y, eso sí, reescrita, unida a otros escritos de los últimos días de la ocupación alemana y los primeros de la liberación, titulándose, de manera sumamente explícita, El dolor. Del mismo modo apunta: "es un texto que alza el vuelo. Tal vez también sea UN BUEN TEXTO DE CINE." No resulta banal esta suposición. La escribe Marguerite Duras. Marguerite, nacida en Indochina, miembro de la Resistencia Francesa. Duras, escritora de novelas (El amante), guiones cinematográficos (Hiroshima, mon amour), pero también dedicada al teatro y al cine (India Song). Marguerite Duras, una artista vital. Vital. Completa. Plena de parcialidades. Como su tiempo, como su época, la de la guerra y, sobre todo, la de la posguerra, tiempos de graves resultados materiales: "la ciudad acaba donde la mala hierba empieza, la chatarra", pero también de inolvidables consecuencias en el olor : "sumisión en el olor acre", en el sonido: "siguen saliendo gritos, llantos de niños, entrechocar de platos, ninguna palabra". Y, por supuesto, en el tiempo, lo más cruel. Como aquél, juega con la curiosidad del espectador por lo salvaje: "los ojos del niño también están ávidos de verlo todo. No aparta los ojos". No sólo con imágenes. También con silencios o diálogos que evitan la crueldad que ellos comparten: "no sabe cómo se habla de la muerte (...). Todos estos esfuerzos se hacen para alejar el silencio. Una cosa es cierta. Si el silencio no fuera rechazado por los dos hombres, una etapa peligrosa se abriría para todos, los niños, el forastero, el hombre. La palabra que acude en primer lugar para expresarlo es la palabra locura". Y sólo por eso surge el enfrentamiento. De nuevo la guerra. Nace de la más mínima anécdota o excusa: "la amabilidad ha abandonado al hombre, también la bondad. Habla para impedir ahora que el forastero hable. El forastero no contesta", pero se desarrolla con el máximo desenfreno: "el niño lanza un grito con una especie de súbita felicidad"; "el temor se acerca más, se hace más denso. El niño no comprende nada del acontecimiento inminente. Se encuentra abandonado" y sigue su evolución beligerante: "-¿Le da usted vino... a un niño?. -Sí, le doy vino..., ¿por qué? ¿Ve usted algún inconveniente?" Una evolución de la guerra que es exactamente igual entre países, continentes, incluso planetas, que entre estos tres personajes que Duras toma como referencia. En la guerra "el miedo va y viene", se alterna la amistad con el enfrentamiento, ambos fingidos, ambos reales, ¡qué se yo y qué sabe nadie! Eso sí, siempre ante ello "hay una mata de ortigas en flor. La planta está en medio del camino, redonda, en forma de matorral, llena de hiel de fuego". Con ella se juega y ante ella "de nuevo, el niño se ríe. Es una risa irreprimible". "-¿Nunca
había visto ortigas? (...) -No es eso -dice el forastero-, es
que no sé reconocerlas." He ahí la moraleja; mejor
dicho, retiro esta palabra, seguro que el término "moraleja"
hubiera sido repudiado por Marguerite. He ahí, no sé,
la esencia: las ortigas. Existen siempre. Las posturas cambian pero
vuelven luego al principio. "El forastero, por su parte, no dice
nada más. Ha vuelto a su postura de antes. Sigue con la cabeza
baja, apuntando hacia la muerte. (...) El forastero no se ha movido.
(...) Ahora ocupa el camino él solo. Ese desierto, ese camino,
para él solo". Es el niño quien vislumbra la posible
realidad que avanzaba la presencia de aquellas ortigas: "quizá
el forastero haya muerto, muerto de muerte milagrosa, sin apariencia
de acontecimiento, sin forma de muerte".
Susana
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