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LA INCINERADORA

revista de opinión cinematografica
número 9

 

 

LA ATALAYA

FERNANDO GRACIA, DESDE LA ATALAYA DE LA MADUREZ

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Cine de la legua

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Su alteza el ladrónSe anunciaron por todo el pueblo por el método más eficaz, a través del alguacil. Un recorrido por los lugares emblemáticos, un toque de corneta y “Se hace saber...”, seguido de la información sobre el acto que aquella noche iba a tener lugar.

Se trataba de una función de cine. Qué pasa, ¿que no había ya cine en el pueblo? Y lo que echaba el cura todos los domingos en el salón parroquial, qué era si no. Pero el texto que repetía cada pocos metros el alguacil apuntaba que se trataba de una sesión especial, de cine en color, de aventuras, y que iba a ser una noche maravillosa.

Y fuimos. Cómo no habíamos de ir. Era un poco más caro que los cincuenta céntimos que cobraba el cura. Bueno, era el doble de caro, pero se corrió la voz que la película era muy bonita... y atrevida. Además, era verano y a la monotonía de nuestras diversiones diarias no le vendría mal algo de variación. Claro que habría que pedir permiso a la abuela con la que pasábamos los rigores de la canícula, ya que la sesión era al anochecer...

Pero no hubo problema, la convocatoria había calado en las fuerzas vivas del pueblo, o sea en los mayores, y mis primas irían a la función, así que arreglado el asunto.

Y fuimos al cine parroquial. Y hasta parecía otro. Los cineastas ambulantes, pues no eran otra cosa, habían colgado adornos por la modesta, modestísima pienso ahora, sala. Habían añadido una cenefa de bombillas alrededor de la pantalla, y como lo primero que advertimos al entrar fue su brillo, nos pareció aquello el jardín del edén. Ahora que lo pienso los feriantes –vamos a llamarlos así- no habían hecho sino añadir algo de magia, muy modesta magia, al hecho cinematográfico, que para nosotros era en aquellos tiempos lo único mágico a lo que teníamos acceso.

Rudolph Maté (Izquierda)¿Y la película; qué película iban a echar? Hasta que llegué al cine no me enteré. Decían simplemente que era muy bonita y de muchos colores, y algo picante. Y todo ello lo fue; sería por la sugestión, sería porque la veíamos de noche, rara avis, sería porque los protagonistas eran muy guapos, sería porque realmente era muy entretenida, pero lo cierto es que han pasado cincuenta años y aún me acuerdo de ella.

La titularon El príncipe robado, pero años más tarde descubrí que no era sino Su alteza el ladrón. Y claro que eran guapos, si eran Tony Curtis y Piper Laurie. Aún hoy sigo pensando que la película era –es– realmente divertida, todo lo “naif” que se quiera, pero de eficacia probada, firmada además por un hombre que igual valía para un roto que para un descosido, Rudolph Maté.

No recuerdo que esos cineastas “de la legua”, que cada noche recalaban en un pueblo de aquellas humildes comarcas, volviera al mío. Creo recordar que eran una familia, o lo parecían. Y lo único que hacían era “vender” un rato de ilusión, utilizando unos rollos que habrían llegado a ellos por sabe Dios qué medios. No había aún televisión, nuestras mentes eran aún vírgenes. Todavía nos podían inocular modestas dosis de fantasía, aunque nos costaran una peseta, en fin, la paga semanal.

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Fernando Gracia


 
www.tausiet.com