La humanidad en peligro (Them!, Gordon Douglas, 1954)


 

Siempre he sentido preferencia por la ciencia ficción desarrollada en la Tierra, a partir de temas inquietantes que rompen la monotonía cotidiana o ponen en entredicho la fragilidad de términos como realismo, que la ambientada en el futuro, en otros planetas o en lejanas galaxias, con técnicas avanzadas, confusas dinastías de inspiración medieval y no menos confusas tramas de agresiones entre distintos imperios galácticos que me importan menos todavía que los personajillos que pueblan un número tras otro las páginas de las así llamadas revistas del corazón.

 

Dicho de otra forma, me interesa más la S. F. que, sin olvidar nunca el factor humano, se desarrolla en la actualidad y en el planeta Tierra, que el parte de sucesos futuristas o las hazañas bélicas intergalácticas. Tal vez por ese motivo siento gran aprecio por Them!, film de ciencia ficción que, curiosamente, se apoya sobre una base realista y está rodado por uno de los cineastas más telúricos del cine clásico americano (sus mejores westerns, Quince balas (Fort Dobbs, 1958), Emboscada (Yellowstone Kelly, 1959) y Río Conchos (Rio Conchos, 1964), eran, entre otras cosas, un documento sobre las características del paisaje).

 

Se trata, sin duda, de uno de los mejores films de ciencia-ficción de los años cincuenta, lo que resulta todavía más meritorio si se tiene en cuenta que su punto de partida, así como los elementos que configuran el relato, son los mismos que los de muchos de sus compañeros de género en esa década: el miedo atómico y el protagonismo de la estructura defensiva militar de los USA. Sus dos personajes principales son un sargento de policía, Peterson (a quien el excelente actor James Whitmore confiere una dignidad que lo sitúa humanamente por encima de lo que es el personaje), y un antipático agente del F.B.I., Robert Graham (James Arness).

 

La construcción de la trama es modélica en su sencillez. En el desierto de Nuevo México, Peterson y su compañero de patrulla encuentran a una niña de seis años extraviada y en estado de shock. Gracias a ella descubren un coche destrozado, junto a una roulotte, y una tienda cuyo propietario ha sido asesinado; ambos sucesos tienen dos elementos comunes: el saqueo del azúcar en la despensa y unas huellas que parecen provenir de animales de gran tamaño. La investigación de los hechos corre a cargo simultáneamente del agente Graham y de dos entomólogos, padre e hija (el doctor Medford y Patricia: Edmund Gwenn y Joan Weldon), ayudados por Peterson. Los entomólogos no tardan en darse cuenta de que sus primeras sospechas estaban fundadas: las responsables de las muertes son unas hormigas gigantes -se habla de hasta dos metros y medio-, las cuales han alcanzado ese tamaño por efecto de la radiación provocada por las pruebas atómicas efectuadas por el ejército en el desierto de Nuevo México. Más tarde encuentran el nido de las hormigas, en cuyo interior (que exploran después de haber sido arrasado con bazookas por los soldados) hay restos humanos ¿Qué hacer ante semejante descubrimiento? Las autoridades políticas y militares deciden mantener el secreto hasta que los acontecimientos imponen lo contrario: dos hormigas reina sobreviven a la matanza y anidan en las cloacas de Los Ángeles. En una expedición a la red de cloacas de esa ciudad, el ejército consigue exterminar a las hormigas supervivientes a tiempo de evitar su propagación, pero Peterson pierde la vida cuando se detiene a salvar a unos niños "almacenados" como provisión por los insectos.

 

Lo primero que llama la atención, teniendo en cuenta la falta de rigor que solía presidir la construcción de este tipo de films, donde todo se hallaba subordinado al efecto, es la ejemplar cohesión dramática del guión, que no se demora en crear falsas expectativas ni situaciones gratuitas o alargadas innecesariamente: Them! comienza con dos largas secuencias expositivas y complementarias, y -sin perder el tiempo con prolijidades- relata con la sobriedad de un documento la lucha de los humanos para tratar de acabar con las hormigas, hasta terminar simétricamente con otra larga secuencia en la que son destruidas. Y por encima de eso se sitúa el trabajo de Gordon Douglas, con un magnífico uso de la graduación dramática y del sonido (el silencio suplanta a veces la función tradicional reservada a la música).

 

En la primera secuencia, basta la presencia del desolado paisaje, con un árbol seco en primer término dentro del encuadre y una avioneta sobrevolando el terreno, para atraer el interés. Si a eso se añade un oportuno travelling aéreo sobre la niña perdida entre los matorrales, que tiene como objeto llamar la atención sobre ella y sobre el paisaje, el efecto dramático de la situación está garantizado. Gordon Douglas expone primero, con cuidado, una situación -la niña perdida en el desierto-, sigue con la potenciación del decorado y del sonido -soledad, árboles secos, matorrales, viento- y concluye con el hallazgo del coche y la roulotte destrozados, formando un bloque compacto. La amenaza, todavía incierta, se insinúa mediante el sonido que profieren las hormigas -cortesía electrónica del compositor Bronislau Kaper-, y los detalles se van acumulando hasta prender hipnóticamente: los terrones de azúcar, la niña que abre los ojos y se incorpora asustada al oír el sonido que profieren las hormigas, los policías que miran al exterior, el contraplano del paisaje desértico azotado por el viento.

 

Lo mismo sucede en la secuencia complementaria, cuando los dos policías llegan a la tienda y descubren que el propietario ha muerto violentamente. La imagen de los árboles secos sirve de pórtico visual, como antes; dentro de la tienda, los detalles son captados sin énfasis por la cámara -billetes de banco dispersos por el suelo, un rifle roto...- hasta concluir con el hallazgo del cadáver. Todo con el obsesivo fondo sonoro del viento. La resolución de la secuencia es similar a la anterior, pero Douglas da un paso adelante en la narración: al quedarse solo el compañero de Peterson, se vuelve a oír el sonido de las hormigas; pero esta vez el contraplano anterior es sustituido por el off sonoro: tras apagar las luces, el policía sale al exterior atravesando la pared destrozada y se oyen unos disparos en off, un grito de dolor y, siempre, omnipresente, el viento. La amenaza sigue sin hacerse concreta, pero ya es más que un contraplano del desolado desierto: se sabe que el policía ha disparado contra algo. Después de esas dos secuencias ejemplares, construidas con el propósito de crear una tensión progresiva, Them! se permite un breve descanso funcional que, sin embargo, está lejos de ser un tiempo muerto. En él se informa de que las víctimas tenían exceso de ácido fórmico en el cuerpo, de que el F.B.I. ha enviado a uno de sus hombres para ayudar en la investigación, y de que dos entomólogos (Medford y su hija) llegarán también para estudiar el caso. La primera pregunta que Medford hace a su llegada no puede ser más clara: quiere saber en qué zona concreta del desierto explotó la bomba atómica de 1945.

 

Inmediatamente después viene de nuevo otra secuencia de tensión, la cual finaliza con la (esperada) materialización de la amenaza: conjugando bien una distracción de la entomóloga, la imagen de las dunas, el protagonismo del viento y el sonido electrónico que preludia la llegada de las hormigas, la primera de éstas hace su aparición escénica. Pero, al contrario de lo que es frecuente en el cine de ciencia ficción desde los años setenta, el film no recurre a una aparatosa acumulación de insectos gigantes sino que se limita a mostrar uno de ellos. Es suficiente. El resto se encuentra construido de la misma forma, alternando armónicamente la información y la acción, las secuencias coloquiales con las abiertamente fantásticas. Douglas no se limita a respetar esta construcción, sin cargar nunca el acento sobre la parte informativa o sobre la fantástica, sino que confiere al film una singular personalidad sirviéndose de la valoración de los objetos -p.ej., las gafas protectoras contra el viento y la arena-, que no volverá a darse con tal fuerza dentro del fantastique hasta la magnífica Viaje al centro de la tierra (Journey to the Center of the Earth, Henry Levin, 1959), de lo telúrico -corporeidad de dunas, polvo, pasadizos, cráteres, galerías, túneles- y de ese sentido de lo inmediato que era característico de los mejores films de la serie B, permitiéndose incluso, en la última secuencia, un sofisticado tour de force en el que, cambiando el polvo del desierto por el agua de las cloacas, y anticipándose más de treinta años al militarista Aliens.El regreso (Aliens, 1986) realizado por James Cameron (la salvación de los niños a manos de Peterson y la destrucción con lanzallamas de los huevos de hormigas), contrapone un perfecto equilibrio entre la acción interior y la acción exterior: mientras los soldados avanzan por las cloacas infectadas y Peterson busca a los niños, la madre de éstos espera fuera de los túneles sin ocultar su desesperación; y todo ello sin incluir ni un plano que fuerce al espectador por la vía del chantaje emotivo.

 

Se ha llegado a decir (Roland Lacourbe, "Cinéma" nº 142) que Them! es "un cuento filosófico moderno (...), cuya hipótesis, la idea de la suplantación del ser humano sobre la Tierra por una raza animal, trae también el eco de algunas tradiciones proféticas llegadas de la noche de los tiempos" (-... y las bestias reinarán sobre la tierra- dice el doctor Medford recitando un pasaje bíblico). Es probable que la pretensión del modesto Douglas no fuera esa, sino realizar de la mejor forma posible un film de ciencia ficción, pero los resultados están ahí, a la vista de quienes sepan apreciarlos. Está claro que el cine no debe entenderse en función de sus pretensiones sino sobre la base de los resultados.

 


José María Latorre (*)

(*) Nacido en Zaragoza, actualmente reside en Barcelona, donde coordina la revista "Dirigido por..." desde el año 1982. Novelista, es autor de, entre otras obras, "Sangre es el nombre del amor", "Osario", "Miércoles de Ceniza", "La noche transfigurada", "Los teatros imaginarios", "El hombre de las leyendas" (Premio Ciudad de Barbastro), "El año de la celebración de la carne" y "El silencio" y "Los jardines de Beatriz", ambas de inminente aparición, así como de los libros de relatos "Fiesta perpetua" y "Relatos desde la muerte". Ha publicado, asimismo, varias novelas adulto-juveniles: "Una sombra blanca", "La leyenda del segundo féretro", "Pueblo fantasma", "La sonrisa de piedra", "Visita de tinieblas", "El arrecife del miedo" y "La incógnita del volcán" (finalista del premio Edebé 2000). También ha escrito ensayos cinematográficos como "Luces y sombras del cine negro" (junto a Javier Coma), "El cine fantástico" o "La vuelta al mundo en 80 aventuras".

 

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