Historia del cartelista y pintor Andrés Puch
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El cine ha cambiado casi con la velocidad del rayo. Como el mundo. Algunos oficios que antes eran imprescindibles y cultivaban una leyenda evidente como los cartelistas han desaparecido: aquellos pintores que sugerían la atmósfera de la película y pintaban los actores, y buscaban la adecuada tipografía e invitaban a la gente al cine. A veces no tenía demasiados elementos en que fiarse: algunos fotogramas, programas de mano, recomendaciones gráficas de la distribuidora o las mismas copias de la película. Uno de los cartelistas más constantes de Zaragoza, desde la posguerra hasta su muerte en 1982, fue Andrés Puch, que había nacido en Zaragoza en 1911 y cuya obra ha desaparecido casi por completo. José Luis Puch, su hijo, explica las razones: “Solía pintar sobre papel de embalaje y se destruían luego los originales; o pintaba sobre panel y volvía a repintar luego. De ahí que apenas nos queden a nosotros muestras, salvo algunas fotos. Hizo algunos retratos y paisajes por encargo, pero de la mayoría de sus obras sólo quedan unas cuantas fotos”.
Andrés Puch era un cartelista bastante misterioso. Su bisabuelo era juez en Tamarite de Litera y su padre funcionario de Hacienda. Él nació en la calle San Miguel y estudió en Escolapios; más tarde, atraído por el dibujo, ingresó en la Escuela de Artes. En un tiempo en que se desarrollaban las vanguardias y la ciudad contaban con artistas como Marín Bagüés, Ramón Acín (que vivía en Huesca pero acababa de exponer en el Rincón de Goya), José Luis Berdejo, Javier Ciria o Pilar Aranda, entre otros, Puch ingresó en la empresa Parra, en cuyos cine empezó a realizar carteles de las películas del momento. Aunque había realizado el servicio militar en Minas, en 1937 hubo de incorporarse al frente de Teruel con el bando nacional. “Mi padre era serio, no hablaba nada ni contaba batallitas. Sólo en alguna ocasión, durante algunos viajes por Bronchales y Orihuela del Tremedal, recordaba alguna anécdota. Era un hombre introvertido, nervioso. Nos quería mucho y no nos levantó la mano jamás, pero con una mirada de lo decía todo. Parecía decirte: ‘Quieto parado'. Recuerdo que mi madre me contó que iban una vez por el Paseo de Independencia y mi padre saludó a alguien. ‘¿Quién era?'. ‘Mi hermano?' Ni mi madre conocía a su cuñado. Mi padre tenía siete hermanos”, dice José Luis Puch mientras acaricia las fotos: carteles para el Alhambra y Actualidades, para el Teatro Argensola, decorados publicitarios en el Oasis o el impresionante estreno de “Ben-Hur” en el Coliseo. En este álbum de recuerdos también se ven estampas del combatiente, paseos por la ciudad, una foto dedicada por una jovencísima y voluptuosa Lina Morgan o un autorretrato irónico en el que dice: “Soy yo”. Ángel Anadón, gerente del Teatro Principal, recuerda que Puch también trabajó esporádicamente en ese espacio, “sobre todo cuando una compañía pasaba aquí una pequeña temporada. Entonces, Puch hacía unos carteles que se colocaba en la rotonda, pero no era lo habitual”.
Ante unas instantáneas de Teruel, Puch recuerda algunas cosas que le contaba sobre “La batalla de Teruel”. “Sufrió congelación en pies y manos. Contó en alguna ocasión que, dado que estaban a veinte grados bajo cero, tuvieron que beberse los orines para calentarse. Además, vio pasar los cadáveres en burro. Su trabajo era enlace y de noche, en las trincheras, pasaban un miedo terrible. Mi padre y sus compañeros silbaban para ahuyentar el pánico”. Puch participó en la reconquista de la ciudad por el bando nacional, tras la rendición de Rey d'Harcourt. Volvió a Zaragoza y se reintegró a su empleo. “Mi padre no era facha ni de derechas. Vivía a su aire. Sin una palabra más alta que otra. Se reenganchó a su trabajo y contó con estudios en los cines Actualidades, Alhambra y Coliseo”. José Luis Puch vivía cosas extraordinarias derivadas de la ocupación de su padre: él, que tenía buena mano, iba a ayudarle de vez en cuando a pintar fondos y a redondear con pintura las letras. Andrés Puch pintaba sobre las paredes, a pincel: “era muy buen dibujante, realista. Tenía un pulso tremendo. En el Alhambra, al lado de su estudio, estaban las calderas de los cines, y a veces allí se hacían patatas asadas. Los estrenos eran los lunes. Trabajaba los domingos, días festivos y todo. Un domingo, mi hermano Miguel Ángel y yo nos internamos por el escenario y nos metimos por detrás para ver dónde estaban los artistas. Mi padre ni se enteró: siguió pintando. Pero también me ocurría una cosa curiosa: yo le veía pintar a Dumbo por ejemplo, a los enanitos o a la madre de Bambi. Y luego cuando veía morir a alguno en el cine, me echaba a llorar”.
Andrés Puch era un gran aficionado a la radio. Se había comprado una a plazos en 1935 y fue durante años su mejor compañía, cuando pintaba el cartel de “Historias de Filadelfia” o “El escándalo”. Pero también hizo publicidad con el fotógrafo Marín Chivite para la Feria de Muestras y otras instituciones y escenografías para el Oasis, “en concreto un paisaje de Nueva York, en el cual yo pegué las ventanitas de celofán de colores”, recuerda su hijo. Le apasionaba la fotografía y poseía una cámara de muelles que llevaba a sus viajes a Bronchales, Cambrils y Salou o Navaleno (Soria), donde captaba los pinares que luego llevaba al lienzo en su pequeño estudio casero.
En 1982, Andrés Puch –admirador de Miguel Ángel Buonarroti, en reconocimiento de esa admiración, bautizó con ese nombre a su segundo hijo varón– falleció a los 71 años de edad al pie del cañón. Pocos días antes realizó uno de sus últimos carteles en el Coliseo, local donde un día le preguntó un portero nuevo cuando accedía a su puesto de trabajo: “¿Y usted, quién es?”. Andrés Puch contestó: “Yo soy aquí el que más pinta”. El álbum de fotos no deja lugar a dudas. Pintó mucho y en sus carteles de escrupuloso realismo dejó testimonios de admiración hacia Celia Gámez y la revista, hacia la elegante y esbelta Lauren Bacall y hacia Marilyn Monroe, uno de sus grandes mitos.
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Antón Castro (*)
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Escritor y periodista (Arteixo, A Coruña, 1959). Ha publicado una veintena de libros de narrativa, de periodismo, de historia, de ensayo literario y de cine ("Vidas de cine", 2002).
Ha coordinado los suplementos literarios “Imán” de “El día de Aragón”; “La Cultura” y “Rayuela” en “El Periódico de Aragón”; actualmente dirige “Artes & Letras” en “Heraldo de Aragón”.
Y ha conducido varios programas de televisión: “Viaje a la luna”, “La noche de Buñuel” y “Sender, un escritor de cine” en Antena Aragón, “El Paseo” en ZTV y "Borradores" en Aragón Televisión, que presenta en la actualidad.
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