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IRVING LIADO CON EL CINE

John Irving. Mis líos con el cine

 

 

Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra; Las normas de la casa de la sidra.

Libro de Tusquets; película de Miramax. Distintas maneras de expresar lo mismo. Lo mismo pero lo mismo de bueno. “Todos los escritores se repiten. La repetición es el acompañamiento necesario de tener algo que valga la pena decir”, Irving dixit. No somos quiénes para llevar la contraria a John Irving pero sí para darle la razón. La tiene y toda la del mundo. Hasta Iberia se ha dado cuenta. El problema es el mismo y sólo importa cómo lo digas. Por eso estas vacaciones de Semana Santa ha dado indicaciones a AENA para que, preveyendo los importantes retrasos ya habituales -e in crescendo-, y en lugar de ponerles solución, amplíen los mensajes pregrabados por el control de megafonía de los aeródromos. De ahora en adelante si nuestra espera en el aeropuerto es de dos horas nos dirán que tienen “dificultades con los servicios de abastecimiento del avión” y quizás “dificultades de los equipos de carga y descarga”. Si superamos las cuatro horas, son probables las “dificultades en la limpieza del avión” o los “ajustes de última hora en la carga de la nave”. Así hasta 32 poderosas razones que nos han de dejar satisfechos.

John Irving no llega tan lejos. Tan sólo alcanza el número 23 en sus alegatos-capítulos defendiendo su guión, sus propósitos y relatando su odisea de 13 años para llevarlo a las pantallas. 13 años de director en director, de retoques en el guión, de paseo por los pensamientos de este escritor que ya había sido marcado por el cine (Garp, Simon Birch, New Hampshire) y que no dejará de estarlo nunca, por mucho que reconozca no ir a las salas sino ser el rey del vídeo en casita. 23 capítulos de tan ilustrativos títulos como Guantes de goma, El gran dios Irving, La versión fría, Ni un solo escargot, El primer corte de pelo, Solos en su mesa o Fundido en negro. Títulos que pasean por los cuatro directores: George Roy Hill, Wayne Wang, Michael Winterbottom y Lasse Hallström y por los actores, con palabras elogiosas para todos ellos, en extremo para Michael Caine y Erik Sullivan. Ambos en sus papeles de doctor Wilburch Larch y de niño abandonado y enfermo Fuzzy, provocarían las lágrimas de tramoyistas y electricistas en la escena de la muerte del niño, un actor que supuso “el tesoro” de este rodaje para el monstruo de Caine y la sorpresa para su autor: “¡Señor Irving!. ¿Me ha visto morir?”, diría Erik. “¡Sí!. Has muerto muy bien”. Y debió ser cierto pues el actor adquirió el color y la expresión de tal cadáver-feto.

23 títulos de 23 capítulos de un libro de 186 páginas y 57 imágenes de la peli o de su rodaje, incluida la de su portada: un John Irving interpretando el papel de jefe de estación reprobador. No podía resignarse a no aparecer en esta su peli, por mucho que no la considere obra suya, sino de su director. Tampoco podía resignarse a eliminar por completo a su hijo Colin Irving y si aceptó no darle el papel de Willy -sería para Paul Rudd- sí le pasó el de comandante Winslow, portador de malas noticias para Candy -Charlize Theron- cuya belleza femenina asustaba a Irving, temeroso de que su papel se viera acrecentado.

86 páginas a degustar demasiado rápidamente: los pellizcos del guión -escenas recortadas-, las lecturas y relecturas de los mejores fragmentos de David Copperfield o los amores y desamores ante el parto de este hijo llamado película que curiosamente defiende muy dignamente el derecho al aborto; el aborto en un país como Estados Unidos que todo lo suaviza, acaramela y reboza en vapores melíferos.

 Susana

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