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David Lynch: que la excepción confirme la regla

 

 

En el último número de la revista Mundo Cristiano, panfleto mensual de la secta destructiva Opus Dei, la crítica cinematográfica regala cinco estrellas y califica como mejor película del mes a Una historia verdadera (The Straigth Story, 2000). Esta producción de la Disney, surgida a raíz de una ridícula noticia publicada en la prensa norteamericana, es la peor basura que se ha realizado en el cine en la última década. Confiemos en que no suponga un punto de inflexión en la carrera del genial David Lynch, sino un desgraciado paréntesis que nos lo devolverá en poco tiempo al maravilloso infierno creativo del que nunca debió salir.

Los que hayan tenido la suerte de no haber pagado por soportar este infame subproducto, deben saber que su contemplación provoca frases como ésta en la crítica aludida: “El protagonista descubrirá en su viaje que la verdadera rebeldía, la verdadera juventud y lo único que vale en esta vida es amar a Dios y a los demás con todas sus consecuencias”. Mientras el hierático abuelete que va a ver a su hermano montado en un cortacésped descubre estas maravillas, el espectador puede examinar una y otra vez los campos y los cielos de Wisconsin... hasta que terminan los insoportables ciento once minutos. Entretanto, nuestro héroe nos ha enseñado que la familia (inaguantable la escena en que convence a una joven de que vuelva al redil), el patriotismo y... la sociedad rural norteamericana, son los pilares de la bondad, bajo los que no existen miserias ni segundas lecturas.

David Lynch estableció las bases de su cine con Cabeza Borradora, mostrándonos ambientes claustrofóbicos y humanos desquiciados. La historia de El Hombre Elefante, que le lanzó a la fama, le vino como anillo al dedo: la marginación de un ser deforme. Unos devaneos con la ciencia-ficción, sin abandonar el feísmo, en Dune, y su consagración: Terciopelo Azul, donde mostró magistralmente cómo un brillante envoltorio esconde el interior pútrido y convulso de nuestra sociedad. Tras ganar en Cannes con Corazón Salvaje, en la que reproducía, esta vez derrochando sentido del humor, todas esas constantes argumentales, trasladó sus fantasmas a la pequeña pantalla, estableciendo un antes y un después en las series de televisión con Twink Peaks. Alargando quizás demasiado la historia oculta de aquel pueblo fronterizo, realizó un largometraje, Fuego: camina conmigo, con los personajes y localizaciones de la serie. Este fracaso le valió varios años de silencio, de los que salió extraordinariamente fortalecido: nos regaló su mejor película, una obra maestra titulada Carretera Perdida, según sus propias palabras una revisitación de Cabeza Borradora, una maravillosa pesadilla insuperable. Y cuando todo volvía a su sitio en la carrera de este creador, padre cinematográfico de blufs como Tarantino (utilización de la violencia con humor) o Mendes (que escarba en la sociedad sin la mano de un verdadero autor), nos sale por peteneras fabricando un interminable telefilme fascistoide.

Sólo nos queda añadir de nuevo un comentario del cineasta, abordado por un reportero hace escasos días, que le preguntó que por qué eran “tan raras” sus películas: “¿Acaso no ha visto usted la última?”. Esperemos que el patetismo conformista que rezuma esta respuesta le abandone con rapidez.

 

Antonio Tausiet

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