300, dirigida por Zack Snyder: espectáculo visual
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En línea coherente con otros muchos ejemplos, no es ésta una película con pretensiones de explicar lo que sucedió en el episodio armado de las Puertas Calientes (“Termopilas”), durante la Segunda Guerra Médica (480 a.d.n.e.). Es sólo la adaptación a la gran pantalla de un cómic de Frank Millar, en el que ya encontramos todos los desfases que luego, en grande, y animados, nos apabullarán aún más. Desfases que hablan de héroes, tiranos, traidores, del deber, destino, honor, de la ejemplaridad. Lenguaje universal simple, consumible por todo el mundo, por todos los públicos.
Esta historieta se centra en los espartanos, los “mejores soldados del mundo”, forjados en el dolor, despego emocional, crudeza, disciplina, orden y camaradería absoluta, elementos todos ellos que conformaban la mejor máquina de guerra de matar hasta que la falange macedónica mejoró la técnica asesina hasta extremos solo superados luego por los romanos.
Llamativo desfase es el concepto “libertad” en boca griegos como valor a defender ante la acometida invasora de los persas, cuyo régimen político dependiente de los designios del soberano-dios aparece contrapuesto a la democracia de los iguales griegos. Pero las cosas no eran exactamente así, porque incluso en la batalla de Platea, cuyos prolegómenos y comienzo sirven para encajonar el relato de 300, la mitad de los combatientes espartanos eran ilotas (esclavos), de forma que, si combatían por la libertad, ¿por qué libertad combatían? Son cosas estas que a los yankees se les escapan, por muy progresistas o alternativos que pretendan ser.
Y así, “millones” de persas (otro desfase) son contenidos y derrotados durante varios días por los 300, con la ayuda de unos miles de auxiliares, los justos para que otros griegos aúnen fuerzas de cara a batallas posteriores. Y estos 300 sólo son derrotados cuando un traidor les vende. Mientras, una historia paralela nos muestra algunas intrigas en Esparta, también con traidor incluido que, ciertamente, no aportan nada a una historieta que no pretende explicar nada, porque lo fía todo a lo visual, a lo que nos entra por los ojos. Y esta es la parcela en la que 300 triunfa y se eleva por encima del mediocre argumento para convertirse en un espectáculo tremebundo que, por momentos, quita el aliento, porque ciertamente quita el aliento comprobar en directo cómo la falange hoplita espartana funcionaba como una perfecta máquina de asesinar seres humanos.
Algunos han querido hacer incluso alguna lectura política contemporánea de forma extemporánea al identificar, de forma ignorante y poco rigurosa, a aquellos persas con los actuales iraníes, y a aquellos espartanos con el actual “occidente”. Son éstos tics secundarios de la globalización capitalista y de sus apologetas irredentos.
Afortunadamente, nos quedan algunos libros de historia para entender, desde un punto de vista socioeconómico, lo que esta historieta no alcanza a explicar, y también sobre cómo resistir al neoliberalismo hoy rampante, porque la historia continúa.
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Max Rob
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