Nadie espera a la Inquisición -española-
El personaje de John Hannah en Sliding doors saciaba nuestros oídos con
esta frase, célebre línea de diálogo en el show televisivo de los Monty Python. En la década de los setenta se podía hacer -casi- de todo en la pequeña
pantalla que se veía en Inglaterra; y así Terry Jones (director), Terry Gilliam
(animador y el único americano del grupo), John Cleese (guionista), Graham Chapman,
Michael Palin y Eric Idle crearon el grupo de gagmans más iconoclasta del
humor contemporáneo. Luego, en otros países, en décadas siguientes, algunos
pretendieron imitarlos: Les nuls -los inútiles- pasaron del Canal plus francés al cine
con Cannes, ciudad del miedo... Los alumnos no alcanzaron a los maestros. De John Cleese, creador y destructor del sexteto, autor de los guiones de
casi todas las sitcoms televisivas de los setenta, como Un médico en casa u
Hotel Fawlty, y de Terry Gilliam, es de quienes más podemos hablar. El primero fue el
creador cinematográfico de Un pez llamado Wanda y Criaturas feroces, amén de participar
en grandes títulos ajenos como en el caso de Silverado, de Lawrence Kasdan y en
televisión ofreciendo su imagen a los geniales spots de tónica Schweppes o al docudrama
Cuestión de gusto. El segundo es un maestro capaz de superar al novelista George Orwell
con su Brazil, o al cortometrajista Chris Maker en 12 monos. Chapman ( que interpretó a Brian en Life of Brian), homosexual activista,
fue una de las primeras víctimas del SIDA; Jones (quien estalla en Meaning of life) vive
de la novela infantil (Erik, el vikingo) y fantástica (Starship Titanic) y dirige de vez
en cuando (El viento en los sauces); Palin e Idle trabajan en los títulos de sus
compañeros de antaño (Las aventuras del barón Munchaüsen) o con otros realizadores
(Función privada y National lampoon´s european vacations, respectivamente). Los Monty Python se crearon en los setenta y llegaron al cine en 1974 con
Jawerbocky - la bestia del reino- y en 1976 estrenaron...Los caballeros de la mesa
cuadrada y sus locos seguidores. En ambas cintas se criticaba a la anquilosada y
jerarquizada sociedad británica, gobernada por torpes ejecutivos que tenían aún fe en
el colonialismo que una década antes habían abandonado en continentes como África y, de
paso, corrigiendo los libros de historia y enciclopedias. El mismo grupo se censuraba lo
que la estricta Censura británica les prohibiría (hoy en día películas como La lista
de Schlinder son discutidas respecto a su estreno, porque el Holocausto es un acto de
violencia, y la violencia está muy mal vista en los cines de Inglaterra). De todas
formas, sangre, sexo, violencia, escatología... hacían acto de presencia en la visión
medieval de estos humoristas. En ambos títulos la visión del medievo era corrupta y
sucia: calles enfagadas, miseria, picaresca... Al tiempo se lograba una parodia del cine
de ese género con caballeros andantes, adalides de bellas y virginales princesas, amor
platónico, nobles cruzadas,... Todo eso pero puesto al revés por gracia de la ironía
delirante. La escena más popular de Los caballeros... resulta ser la del puente aquél en
el que un guardián somete a quien desea cruzarlo a tres preguntas (algo que se repitió
en el último capítulo de Dr. en Alaska con el protagonista Rob Morrow/ Joel Fleischman),
la última de las cuales es imposible de contestar e incluso mortal de necesidad, aunque
nuestros avispados héroes logran dar la vuelta al cuestionario. El final es abrupto: la
represión político-social de la Inglaterra tradicional envía a la policía para
encerrar a los personajes y al equipo de rodaje en furgonetas donde llevarlos detenidos
tras ser vapuleados y disueltos; pagaban la subversión y la inmoralidad en la que
rebañaban sus sátiras. Antes de llegar a los E.E. U.U., de donde se sacarían de la manga un
especial de televisión, rodaron, en 1979 Life of Brian -me permito no traducir pues fue
una copia en V.O.S.E. la que se exhibió, entre protestas de religiosos y moralistas, con
cambio de empresa de cine, incluso, en Zaragoza, algo que veríamos repetido con los
rosarios a las puertas de las salas donde tiempo después se proyectarían Yo te saludo,
María y La última tentación de Cristo-. La cinta en cuestión era evidentemente
desacralizadora y ofendió a la Iglesia y a diversas cancillerías mundiales -en la
primera copia en vídeo Thorn Emi se permitió reproducir recortes de prensa con parte de
los artículos que ministros y otros prohombres escribieron abiertamente en
columnas y Correo del lector, despreciando la ignominia del grupo, a cuya cinta tildaban
de bazofia y al sexteto de puercos. La vida de Brian es, naturalmanete, la de Jesucristo. La de un mesías a
la fuerza, torpe, despistado, que no hace lo que pretende...: se une a la Resistencia
contra la ocupación del ejército romano porque quiere acostarse con una muchacha, y
acaba haciendo pintadas y salvado -¡viva el surrealismo!- de una caída por
una nave espacial. Este Cristo de casualidad, de pacotilla, al que desprecian los tres
Reyes Magos, se enfrenta a un Poncio Pilatos que, en un momento memorable del filme,
discute sobre los nombres del senador Pijus Magníficus y su esposa
Incontinencia Summa. Los seis miembros del grupo hacen todos los papeles
posibles, como una muestra más de su ruptura con los esquemas. Al final de la gran
irreverencia que es La vida de Brian, el protagonista acaba crucificado y cantando
El lado bonito de la vidacon sus compañeros de infortunio. Muere por una
buena causa y siempre puede salir un día peor... Atentos a la animación barroca de
Gilliam. El grupo, antes de romper malencarados, rueda en 1982, El sentido de la
vida, suma de diversos sketchs, más o menos acertados, donde la gula -con la escena de
Terry Jones reventado en un restaurante tras grandes vomitonas, escena casi insuperable
desde la urolagnia o la coprofilia de La bestia del reino- , el cisma entre católicos y
protestantes- con la gran escena musical que distingue entre planificación familiar y
familia numerosa y mísera; entre el uso del preservativo y de la
preservación; entre ambos niveles de vida en una sociedad dividida y vecina-,
la donación de órganos -en vida, con una literatura cinematográficamente visual
cercana al gore-, con soberbias escenas musicales... Ni siquiera la mención
al infinito evita que el grupo parezca descafeinado: se desnude Cleese para dar una clase
de sexualidad práctica o se desmembre a Chapman para criticar el colonialismo y el
militarismo. La crítica, sin embargo, elogió sin reservas el corto precedente The
Crimson insurance, una parodia del cine de piratas rodada por -el ya destinado a la
hagiografía descriptiva cinéfila- Gilliam, hablando sobre los pilares de la burocracia
de los que hay que escindirse, lo que revisitará el realizador en Brazil. Ni ellos, ni nosotros, esperamos a la Inquisición española. Ellos se
separaron, pero para nosotros aún siguen. Algunos de ellos ni se hablan; nosotros
seguiremos riéndonos de sus gracias con el rastro de la hiel en los labios. Carlos E. Gracia |
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