RECORDANDO
EL 2001
La velocidad con
la que vivimos actualmente, con ritmos marcados por los horarios a los
que cada uno debe adaptarse y la generalizada falta de tiempo, hace
que muchas veces apenas nos detengamos a contemplar las cosas que nos
rodean. Del mismo modo, devoramos las películas y casi de inmediato
las olvidamos con la siguiente ración de imágenes que
vemos. Por esto, me parece un buen ejercicio recordar las obras más
interesantes de entre todas las que vi (que no fueron todas las estrenadas
pero sí un buen número de ellas), según mi subjetiva
opinión, deteniéndome en el año 2001, en vez de
en el actual.
El
emblemático año 2001 nos trajo unas cuantas películas
que podemos considerar verdaderas obras de arte y otras, por lo menos,
estimables. Quizá, y a tenor de la gran cantidad de filmes estrenados
en nuestras pantallas, no tantas como hubiéramos deseado. En
todo caso, tuvimos diversas producciones alejadas de la moda imperante,
es decir, el cine de consumo masivo proveniente de los Estados Unidos
que se digiere con suma rapidez entre apabullantes efectos especiales.
En esta línea, el máximo exponente del año podría
ser El retorno de La Momia (The Mummy returns, Stephen Sommers),
película cuya razón de ser no era mas que la de reventar
la taquilla a base de multiplicar por 3 todo lo que ya aparecía
en la primera parte (La Momia (The Mummy), Stephen Sommers, 1999)
de modo mucho más divertido. Repasemos brevemente algunas de
las producciones, tanto norteamericanas como de otras nacionalidades,
más interesantes del año y veamos como muchas de ellas
siguen empleando referencias sacadas del mundo del arte, del teatro,
de la literatura y del propio cine.
Recién
comenzado el año, pudimos disfrutar de Abajo el telón
(Craddle will rock, Tim Robbins). Esta obra, llena de referencias a
la cultura artística del Nueva York de los años treinta,
se centra en la lucha de un grupo teatral por sacar adelante una particular
obra frente a las presiones de los más conservadores. Junto a
personajes ficticios aparecen otros reales como el cineasta Orson Welles
o el pintor Diego Rivera. Una película fascinante inspirada por
el mundo del teatro y de una modernidad absoluta pese a desarrollarse
en el pasado. La mirada crítica de Robbins y su poso de amargura
la convierten en una obra lúcida y triste a un tiempo.
También producción norteamericana, Memento (Memento,
Christopher Nolan) nos enseñó como el cine puede manipular
el tiempo y cambiar la percepción de las cosas. Y para ello nada
mejor que la historia de un hombre que, tras un suceso acaecido en su
vida, no puede guardar los recuerdos en su memoria. La técnica
cinematográfica se revela en todo su esplendor contando esta
historia al revés, desde el desenlace de un hecho hasta comprender
qué es lo que lo ha provocado.
Aunque
el cine estadounidense aún es capaz de ofrecer productos realizados
con inteligencia y con algo interesante que decir, también de
oriente nos llegaron dos muestras diferentes pero complementarias de
lo que este arte puede ofrecer. Por un lado, Ni uno menos (Yi
ge dou bu meng shao, Zhang Yimou) nos enseñaba de modo casi documental
las dificultades que los niños chinos de las zonas rurales tienen
para ir a la escuela. La
realidad misma como fuente del material cinematográfico. Las
fronteras se borran y los problemas de la gente que vemos en pantalla
los sentimos como nuestros. Por el otro, Deseando amar (In the
mood for love, Wong Kar-Wai) nos sumergía en un mundo plagado
de sensaciones que la cámara realza, logrando la primera obra
de arte del año. Las miradas de los actores, los colores de la
fotografía, crean un mundo de ensueño, que no de felicidad,
en esta bella película llena de momentos inolvidables. A veces,
la mirada del director se muestra pudorosa y no se atreve a invadir
la intimidad de los personajes. Nos encontramos con algunos de los planos
más hermosos que se han visto este año: el pasillo del
hotel, con
las cortinas rojas mecidas por el viento, por el que avanza la protagonista
o los encuentros de los dos personajes en las habitaciones de sus respectivas
viviendas.
El campo de la animación nos deparó una agradable sorpresa
de cara al temido verano en lo que a cine se refiere. Shrek (Shrek,
Andrew Adamson y Vicky Jenson) era un cuento muy particular. Tomando
como referencia los cuentos clásicos, cuyo mundo habitaba el
verde protagonista de la historia, la película subvierte muchas
tradiciones y así, el monstruo Shrek es un ser solitario con
buen corazón, la bella princesa es más valiente y autosuficiente
que nadie o el terrible dragón resulta ser en realidad una dragona
necesitada de mimos. Por
el camino, nos encontramos con chistes a costa de Los tres cerditos,
Pinocho y hasta el mismísimo Robin Hood. El final, más
convencional de lo necesario, malograba un tanto la propuesta.
España también aportó su granito de arena durante
los meses estivales con el estreno de Lucía y el sexo
(Julio Medem). Imágenes
siempre fascinantes las que nos ofrece el director vasco en esta película.
Mezclando fantasía y realidad, Medem crea un universo personal
plenamente cinematográfico aunque el protagonista sea un escritor
en pleno proceso creativo, incluidas sus crisis, y la Lucía del
título el motor de la historia. Una obra de arte más en
la cosecha de 2001.
No debemos olvidar en este repaso, la película francesa La
inglesa y el duque (L'anglaise et le duc, Eric Rohmer). Este
director, nacido en 1920, se muestra joven al investigar en las posibilidades
que ofrece la tecnología digital. Rohmer utiliza para esta historia,
situada en la Francia de finales del siglo XVIII, unos telones creados
digitalmente que reproducen cuadros de la época y por los que
se mueven los actores casi a modo de los "tableaux vivants".
Mezcla así, la historia del arte, el teatro y el cine con sus
posibilidades más modernas.
El comienzo del otoño nos trajo A. I. Inteligencia Artificial
(A. I. Artificial Intelligence, Steven Spielberg). Reflexionando sobre
la responsabilidad moral que los humanos debieran tener hacia seres
sintéticos con sentimientos creados por ellos mismos, Spielberg
nos ofreció una obra de indudable interés cargada de referencias.
La
historia del robot que quiere ser un auténtico niño nos
remite claramente a Pinocho. Pero también encontramos en la película
el mundo de ciencia-ficción salido de películas como Blade
Runner (Blade Runner, Ridley Scott, 1982) o de las novelas de Isaac
Asimov. Además, y centrándonos en el arte puramente cinematográfico,
el filme nos dejó unos primeros cincuenta minutos de celuloide
magníficamente planificado, siendo sin lugar a dudas de lo más
bello que se ha visto este año.
En otra vertiente, La maldición del escorpión de jade
(The curse of the jade scorpion, Woody Allen) nos mostró el universo
de las historias de detectives y del cine negro con la particular mirada
de Woody Allen. Es decir, un repaso irónico, aunque con cariño,
a los tópicos del género policíaco en el que no
faltan las referencias al exótico mundo oriental, las femmes
fatales y los tipos duros surgidos de las plumas de escritores como
Dashiell Hammett o Raymond Chandler. El
propio Allen encarnaba, en una subversión de las normas, a una
especie, muy particular, de detective cuya iconografía remitía
indudablemente al Humphrey Bogart de El halcón maltés
(The maltese falcon, John Huston, 1941) o El sueño eterno
(The big sleep, Howard Hawks, 1946) pero cuyo físico no hacía
sino parodiarlo. Los diálogos de la película, rápidos
y chispeantes, no solo suponen un homenaje al cine negro clásico
sino también a muchos de los filmes de los años cuarenta
en los que la "guerra de sexos" ocupaba un papel importante
en las historias como Luna nueva (His girl friday, Howard Hawks,
1940) o Historias de Filadelfia (The Philadelphia story, George
Cukor, 1940).
No estaría completo este repaso si no citara Amelie (Le
fabuleux destin de Amelie Poulain, Jean Pierre Jeunet), película
de una riqueza visual deslumbrante y cuyos personajes están a
la altura de las imágenes. Nunca París había sido
retratada de modo más luminoso sin resultar la típica
postal. Las
referencias de la obra van desde el surrealismo (el pez con instinto
suicida, la idea del gnomo viajero, el mendigo que afirma no trabajar
en domingo) hasta el impresionismo (sentimientos captados de manera
fugaz, la propia imagen de la ciudad o el homenaje directo a Auguste
Renoir mediante el viejo que año tras año realiza un cuadro
de El almuerzo de los remeros) y la poesía (el anciano
de cristal que enfoca con su cámara de vídeo el reloj
de un escaparate, las imágenes de televisión que graba
Amelie). Son tantas las sensaciones que transmite la película,
tan mágico su mundo que, por derecho propio, se convierte en
la tercera de las obras de arte del año.
Para acabar el repaso, que podría incluir algún título
más, y centrándome ya en el invierno, reseñaré
Atlantis. El imperio perdido (Atlantis. The lost empire, Kirk
Wise y Gary Trousdale). Las referencias en este caso van desde Platón,
con el propio mito de la Atlántida, hasta la obra de Julio Verne
y H. G. Wells, con sus fantásticas historias en las que se mezcla
hábilmente el mundo antiguo con el contemporáneo. Además,
supuso una vuelta a la aventura más clásica, entendida
ésta como viaje no solo físico sino espiritual. Cinematográficamente,
su concisión narrativa es tan precisa, ya quisieran muchos directores
lograr el ritmo que la película posee, que no deja resquicio
al aburrimiento y la hacen recomendable a grandes y pequeños.
Tras esta sucinta revisión, en la que puede que no estén
todas las que son pero son todas las que están, hemos comprobado
como el cine, traspasada la barrera de los 100 años de existencia,
sigue alimentándose de todas las artes, incluyéndose a
sí mismo, para crear realidades totalmente diferentes unas de
otras. El proceso de intertextualidad sigue plenamente vigente y las
miradas que los directores ofrecen siguen enriqueciéndonos año
tras año. El cine, el arte de la imagen en movimiento, no ha
muerto ni está tan próximo su fin.
Luis Antonio Alarcón
|