La tercera vía de San José

 

 

No es una santa –de hecho es una de las musas eróticas de la pazguata sociedad española de mediados de los setenta-, ni ha debido sufrir un vía crucis para llegar hasta las virtuales páginas de La INcineRADORA, pero esta espléndida mujer –bella, simpática y campechana- que es María Luisa San José tiene en el corazón de un currículum cimentado en los míticos Estudio 1 de TVE, el cine (País, S. A. Pajarico, Adiós con el corazón, ...) y el teatro (Ricardo III, Antígona, ...) el honor de haber participado en la revolución pretransicional de la cinematografía española. La Tercera vía supuso un cambio radical en nuestro cine: directores jóvenes (Antonio Drove, Roberto Bodegas, Jesús Yagüe, ...), guionistas concienciados (José Luis Garci, Antonio Mingote, ...) y un productor, José Luis Dibildos, que obtuvo el éxito en la taquilla y el apoyo de la crítica –pero que detestaba el epígrafe de Tercera vía en sus prodicciones-. Mi mujer es muy decente dentro de lo que cabe, Los nuevos españoles, Hasta que el matrimonio nos separe y La mujer es cosa de hombres –la mejor para quien esto firma-, la unen a una época convulsa en la forma de narrar una época con un estilo aún fresco. Así que esta revista se lanzó a la caza y captura de la estupenda actriz...

   - ¿Qué supuso para el cine español un movimiento como aquél, que ofrecía más que las comedias de la época?

   - Antaño no se era consciente de su calidad, de unos valores que hoy se enjuician positivamente. Ese cine era reflejo de un país que vivía las penurias de una transición política, pero se hacía desde la comedia corrosiva. En cuanto a lo de la Tercera vía, se le llamó así porque narraba las vicisitudes de España lejos de la banalidad con la que se habían contado en el cine de antaño. Por cierto que el calificativo no le gustaba a Dibildos, el productor, por aquello de las similitudes con RENFE.

   - También cambió el trato carpetovetónico hacia la mujer. Tus personajes eran más fuertes e independientes de lo que se había visto hasta la fecha...

   - Pero aún así yo me enfadaba con los guionistas. Siempre les decía: “tenenemos que hacer de esposa, hermana o prima de... ¿Por qué no hacemos de mujer por ser mujer? Y así, de vez en cuando, aparece el hombre”. Pero el machismo en este país dicta que la historia de una mujer tiene que ser protagonizada por un hombre. Y en aquella época... ¿Qué le pasaba a aquella mujer? Pues que tenía que ser prostituta. Así, en La mujer es cosa de hombres, la redención venía cuando la mujer dejaba de ser prostituta; pero cuando quería ser otra cosa no la dejaban. Eso me parecía cruel y le decía a los guionistas: “¿es que no sabéis escribir sobre mujeres?”

   -¿Qué diferencia había entre los jóvenes directores de la Tercera vía y los de la escuela tradicional, como José Antonio Nieves Conde (Surcos)?

    - Con Nieves Conde rodé Las señoritas de mala compañía y Más allá del deseo. La diferencia generacional radicaba en el trato. Conde representaba la figura del director intocable, al que no se podía replicar. Era de la época de Pedro Lazaga (Hasta que el divorcio nos separe), pero Lazaga era comunicativo. Y gente como Drove o Yagüe promocionaban un trato más amigable.

  - ¿Sucedía lo mismo con directores jóvenes como Eloy de la Iglesia y Forges?

   - En Cuadrilátero hice un pequeñísimo papel, pero en El diputado todos nos la jugamos. Hablábamos de la homosexualidad cuando aquello era un estigma y la izquierda debía de ser asexual. En cuanto a Forges, creo que pretendía pegar sus tiras cómicas en una cinta de celuloide y cosechó críticas negativas por aquellas cintas tan surrealistas y anárquicas.

 

   Según el historiador de cine Jean – Claude Seguin “la tercera vía debía ser un espectáculo popular con implicaciones sociales”. A excepción de Mi mujer es muy decente dentro de lo que cabe –dirigida por Antonio Drove, escrita por José Luis Garci y protagonizada por Concha Velasco-, una sátira sobre el machismo español, la películas de este singular movimiento son muy bien acogidas por la crítica. Se puede considerar Españolas en París, de 1970, como la primera del ciclo. Su director, Roberto Bodegas –hoy perdido en el olvido como su colega Drove y sin estrenar, ambos, ni un sólo título desde la década de los ochenta- rodaría Vida conyugal sana (1973) y Los nuevos españoles (1974), en las que ponía en tela de juicio la conivencia matrimonial pretransicional así como el estilo de vida “americano” de los ejecutivos de multinacionales en la España tecnócrata. Aunque no pertenece a la saga, Libertad provisional, con Patxi Andión y Concha Velasco, era una interesante reflexión que ponía en entredicho la moralidad de la época y que permitía un desnudo –sólo de senos- a una de las estrellas de la comedia conformista del cine franquista.

 

   Son estas películas las que en una etapa previa al “destape” provocaron una eclosión en el “nuevo cine español” y dieron paso a cineastas comprometidos –algunos de ellos ya habían experimentado en la televisión en “blanco y negro” de la época- como Jaime de Armiñán (El amor del capitán Brando) o José Luis García Sánchez (El love feroz), que trataban de temas como el amancebamiento, el regreso de los exiliados republicanos o la bisexualidad. Los dos citados, además, se hicieron con una nominación al Oscar (Mi querida señorita) y el Oso de plata en Berlín (Las truchas), logrando reconocimiento internacional al tiempo que una buena taquilla. No está mal para una “industria” tutelada desde el Ministerio de Cultura y con una cuota de recaudación del 15% (1973) en un país en el que la falta de control animaba al fraude.

 

 

Eugenio Baquedano.

 

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