Claude Sautet: ante la muerte de un genio

 

 

Claude Sautet nació en el suburbio parisiense de Montrouge el 23 de febrero de 1924. Hizo cursos de artes decorativas, y durante la liberación de Francia de la ocupación nazi, se adhirió al Partido Comunista, del que salió en 1952. Entre 1946-47 estudió en el Instituto Francés de Estudios Superiores Cinematográficos, y en 1949-50 trabajó como crítico musical en la revista Combate.

 

Su primera película, “Bonjour sourire”, la realizó en 1951, sin despertar ningún apasionamiento. Se trataba de lo que en la crítica se denomina una cinta “alimenticia”. Fue en 1959 cuando se le reconoció al estrenar el policíaco “Classe tous risques” (A todo riesgo), con Lino Ventura y Jean-Paul Belmondo. Cinco años después realizó “L’Arme à gauche” (Armas para el Caribe), de nuevo con Ventura. Pero su carácter de “director de las almas” aún no se había manifestado.

 

Mientras, su fama en el mundillo cinematográfico francés crecía, configurándose como un guionista eficaz, inteligente y sensible, que resolvía cualquier problema de argumento en decenas de películas de sus colegas sin siquiera aparecer en los títulos de crédito.

 

Por fin, su personal talento salió a flote con su primera obra característica, “Les choses de la vie” (Las cosas de la vida), que obtuvo en 1970 el premio a la mejor película francesa. En ella vemos cómo Michel Piccoli hace un repaso de los últimos momentos de su vida, al lado de Romy Schneider, en un ejercicio psicológico de gran calado. Repite un año más tarde el mismo éxito con “Max et les ferralleurs” (Max y los chatarreros), protagonizada por la misma pareja de actores. En 1972, pensó en Vittorio Gassman y Catherine Deneuve para su pareja protagonista en “César et Rosalie” (Ella, yo... y el otro), pero le fallaron y volvió a trabajar con Schneider, acompañada esta vez por Ives Montand. Tras la película “Vincent, François, Paul et les autres” (1974), donde añadía a sus protagonistas masculinos favoritos (Michel Piccoli, Vittorio Gassman, Ives Montand) a un joven Gérard Depardieu, realizó “Mado” (1976) y “Une histoire simple” (Una vida de mujer) (1978), ambas con Romy Schneider, valiéndole esta última para que le concediesen el César a la mejor actriz, y a él el Óscar de Hollywood a la mejor película extranjera en 1980. Ella manifestó que su director favorito era Sautet, y cultivaron una buena amistad, convirtiéndose en otra pareja mítica actriz-director de la Historia del Cine.

 

Claude Sautet siguió dirigiendo hasta 1995, dándonos siempre lecciones magistrales de sensibilidad, que milagrosamente no estaban reñidas con su gran popularidad en Francia. Tras sus realizaciones “Un mauvais fils”, de 1980; “Garçon!”, de 1984; y en 1987, “Quelques jours avec moi”, volvió a ser estrenado en España, con “Un coeur en hiver” (Un corazón en invierno) (1992), donde sustituye a su fallecida musa por Emmanuelle Béart, construyendo un universo de tristezas interiores acariciado por la música del violín. Un párrafo de su guión puede darnos idea de la mano maestra del director y guionista:

 

“-¿Qué buscabas? ¿El placer de la desmitificación? Pero no se pueden desmitificar los sentimientos. Nadie puede alcanzar tal orgullo”

 

Sautet, con Daniel Auteil de sentido protagonista, da en el clavo de nuevo indicándonos que por mucho que nos queramos desvincular de la emotividad, es imposible controlar las relaciones humanas desde la razón.

 

Si es cierto que un cartel bien hecho es un buen augurio para calibrar la calidad de un film, ver a Emmanuelle Béart durmiendo en el cartel de la película que nos ocupa es la mejor carta de presentación para esta obra maestra de la sutileza.

 

El último capítulo de la filmografía de Sautet, su “Nelly et Monsieur Arnaud” (Nelly y el Señor Arnaud) (1995), es una disección pormenorizada de la relación cotidiana entre una atractiva joven (de nuevo Béart) y un hombre de avanzada edad interpretado magistralmente por Michel Serrault, que se convierte en el “alter ego” del director, también anciano ya. Vuelve a triunfar, consiguiendo varios César.

 

Claude Sautet murió el sábado 22 de julio de 2000 a los 76 años, víctima de un cáncer de hígado. Nadie como él ha sabido diseccionar al ser humano con la finura del cirujano, con la sencillez del verdadero intelectual comprometido, con la mirada clara del sociólogo que utiliza el cine como un espejo donde podamos mirar nuestra propia naturaleza contradictoria. Y todo ello tiznado de la ironía necesaria para suavizar los malos tragos.

 

Este artículo está escrito como un homenaje sentido, una necrológica que por fin sustituye al silencio que ha rodeado en España a la muerte de Sautet. Y por extensión, como un grito doloroso contra la imbecilización del audiovisual, contra la progresiva caída del cine al abismo del estercolero aborregante. Conocerse a uno mismo es la máxima de los clásicos; Claude Sautet nos acercaba a nuestros adentros, mientras que hoy lo más probable es que salgamos del cine con vergüenza ajena.

 

Antonio Tausiet

 

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