Pasen y vean
(sobre la película The Truman show y
¿No han sentido alguna vez la solipsista sensación de inventar a la gente y objetos que les rodean? ¿Es la paranoia un estado mental o una percepción de la realidad? En El Show de Truman se va más allá de la crítica a la manipulación de los mass media y a esa publicidad encubierta que nos lleva directamente a los ojos el producto de fácil e inútil consumo (una cerveza, una aspiradora y un chocolate instantáneo, aparte del abundante merchandising de Truman abundan en las emisiones de la estrambótica serie creada por el personaje de Ed Harris). Truman es un niño no deseado , elegido entre otros cinco posibles abortos y comprado como producto de consumo por una multinacional para deleite de una cruel humanidad, que no hace nada por librarle de su sufrimiento (si acaso, algún que otro espontáneo que salta la barrera para alcanzar popularidad sin importarle la excarcelación del protagonista de su serie de televisión favorita: caen en paracaídas sobre la calle principal -¿cómo, si una bóveda cierra el plató?-). Así, asistimos al primer diente que Truman traspasa al ratoncito Pérez, a su graduación , a su primer beso, a su boda (donde, ¡oh sospecha del protagonista!, su enamorada novia cruza los dedos en la foto del compromiso) ... Es el ciudadano modelo -honrado, hortera, gentil hasta lo cansino- en la sociedad ideal. Truman es el único que no es actor; es real. Los responsables de la cadena donde se emite El show de Truman le manipulan alejándole del amor de su vida (Laura / Sylvia: Natasha MacHenloe) obligándole a casarse con una ñoña animadora del equipo de football del instituto (Laura Linney), con la que comparte cama y, por mucho que la cámara mire hacia otro lado, cuando llega el momento del sexo el guión obliga a que el marido embaraze a la esposa (¿por qué quieres tener un hijo conmigo si no me deseas?, pregunta Truman / Carrey a Meryl / Linney). Cuando el infante Truman dice: de mayor quiero ser explorador, el guión ordena que en un tormentoso día de navegación el -ficticio, como el resto de habitantes de Seahaven- padre del chaval se ahoge ante la impotencia del muchacho, que ya nunca querrá abandonar la isla ni saber qué hay más allá del mar -también de mentirijillas-, habida cuenta su fobia al océano. Pero el Truman adulto sueña con volver con Sylvia, y la imagina en las Islas Fidji. Así, el realizador que lleva treinta años de farsa, Christof (Ed Harris) dice que su creación no quiere abandonar el idilio, pero se lo impide (el acoso al que lo somete entre el tráfico y la desconsoladora agencia de viajes, donde podemos ver un cartel con un avión accidentándose bajo el lema It could happen to you -te puede pasar a tí- es desternillante) por todos los medios y de las formas más ominosas. Cuando el protagonista - estrella a su pesar, hoy que todo el mundo sale avergonzádose por los cinco minutos de fama que propuso Warhol - pretende huir, los extras que habitan Seahaven island le persigen en una demoníaca y pérfida cacería que recuerda la redada de humanos en La invasión de los ladrones de cuerpos. Interesante el
personaje de Christof / Harris, que controla a un mundo virtual -¿policial?, ¿fascista?-
desde la luna de cartón piedra que cuelga de arneses amarrados a
un falso cielo de poliuretano y fantasía. Religión, ética y moral, filosofía,
ciencia... Truman, al fin y al cabo, sí que es la marioneta de un creador: no Weir, no,
sino Niccol, su guionista, que como todo escritor -novela, cuento, dramaturgia...
produce el génesis y el fenecimiento de unas vidas imaginadas y controladas a su
ególatra antojo. Eso es lo más humillante del filme: la falta de libertad para escoger
de un ser humano -por muy personaje de película que sea; pero para ello reflexionamos
extrapolando a lo real- que habita en la ignominia de la traición contínua de sus
conciudadanos y allegados (¡Ay el mundo feliz que soñó Aldous Huxley! ¡Ay la
nueva carne catódica que imaginó David Cronenberg en Videodrome! Ay Tavernier y La
muerte en Luego, Peter Weir
dirige, no siempre con la cámara en el lugar deseado -no ya en el mundo real, sino en el
pergeñado por Christof, donde, por poco comercial que parece para el patio de butacas en
general, todos los ángulos deberían ser imposibles y los objetivos distorsionadores en
una vorágine de aberraciones tecnificadas-, un homenaje a la mítica y visonaria serie de
t.v. El prisionero, a El doctor Un título, el de El Show de Truman, lleno de épica y en estado de gracia a pesar de sus errores: ¿Cuándo Truman empieza a sospechar ya no el ser perseguido, sino observado por 5000 cámaras? ¿Sylvia ama a Truman o sólo hace campaña por él como quien salva las pieles de los animales antes de convertirse en abrigos de otros bichos ? (Fíjense en el cartel donde Truman Burbank se halla, de niño y adulto, tras unas negras y gruesas rejas que parecen sacadas de un pasquín de Amnistía internacional) ¿Al final hay un Finisterrae liberador ? P.S.: Niego que una cosa tan inútil como el sufrimiento pueda dar derechos a lo que sea, al que sea, sobre lo que sea". Boris Vian.
Eugenio Baquedano |
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