QUIJOTECA
Dice Vargas Llosa, ese discípulo de Borges, en su prólogo a la edición del Quijote de Francisco Rico (2004), que "El gran tema de Don quijote de la Mancha es la ficción, su razón de ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va modelando, transformando". "Ilustra de manera muy gráfica y amena las complejas relaciones entre la ficción y la vida, la manera como ésta produce ficciones y éstas, luego, revierten sobre la vida animándola, cambiándola, añadiéndole color, aventura, emociones, risa, pasiones y sorpresas". "Esa pareja es inmortal (...), ahí están todavía (...), indisolublemente unidos en esa extraña alianza que es la del sueño y la vigilia, lo real y lo ideal, la vida y la muerte, el espíritu y la carne, la ficción y la vida". Los juegos ficción/realidad se suceden felizmente a lo largo de todo el texto. Los duques y otros personajes de la segunda parte han leído la primera entrega, y se comportan con Don Quijote con la desenvoltura que da el conocimiento previo. La gran aportación de Cervantes es la certificación de que los límites entre la realidad y la ficción no están definidos, y una se alimenta de la otra. Sin olvidar esa defensa a ultranza de la libertad individual que recorre toda la obra, anteponiéndose a la justicia colectiva, o la creación de esos dos prototipos que se necesitan mutuamente, el del idealista y el mundano. El modo de resolver la pregunta sobre quién cuenta la historia es también fascinante: una voz, la de Cervantes, que insiste una y otra vez en atribuir la transcripción de las aventuras al moro Cide Hamete Benengeli, al que por otro lado no leemos de modo directo nunca. Y por último, la intención primera de Cervantes al escribir la novela: la sátira, el humorismo. El Quijote es ante todo un libro de humor, donde se nos cuentan las andanzas de dos ilusos. Si bien el carácter moralizante y cultista impregna cada página, no es menos cierto que el autor pretendía criticar a través de la caricatura esos libros de caballerías que, por otro lado, conocía al dedillo. Seguramente habrá alguno por ahí que no acabe de creerse esto de que el Quijote es un libro de risa. Quizás la transcripción de algunos de los títulos de sus capítulos ayude un poco. En la primera parte, Cervantes se esfuerza por titular haciendo referencia a lo que sucede en cada capítulo (v.g., Capítulo 16, "De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él se imaginaba ser castillo"); pero ya en la segunda, hay encabezamientos como éstos: Capítulo 7: "De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos". Un aspecto extraordinario más del Quijote: tras la edición de su primera parte, un escritor que se hizo llamar Alonso Fernández de Avellaneda, publicó lo que hoy llamamos el "Quijote apócrifo". De calidad inferior, este libro le sirve a Cervantes para seguir jugando con sus muñecas rusas donde la supuesta realidad incluye una ficción y así sucesivamente: el libro apócrifo se convierte en otro protagonista a lo largo de la segunda parte oficial. Don Quijote altera su ruta para contradecir las andanzas falsas que se le atribuyen; un personaje de Avellaneda (don Álvaro Tarfe) aparece, sorprendido, en el libro cervantino, y descubre que los Quijote y Sancho que ha conocido en Zaragoza son unos impostores. Y por supuesto, no falta quien opina que El Quijote es una verdadera bazofia... y quien no tiene ni idea de qué es eso de La Mancha, ni de cómo vender el Quijote en Brasil...
Antonio Tausiet
Don Quijote, Sancho Panza, Dulcinea del Toboso, Sansón Carrasco, El cura, El barbero, etc., aquí, creciendo en todos los idiomas, en todas sus manifestaciones. Hasta en el cine.
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