Regalos filosóficos (1782)

 

Carta a la señorita de Rousset

 

 

Regalos filosóficos de Año Nuevo (Étrennes philosophiques, 26-1-1782)

Carta dirigida a Marie Dorothée de Rousset, amiga de Sade, desde la cárcel de Vincennes. Étrennes se traduce literalmente como aguinaldo, y una letre d'étrennes es una carta de Año Nuevo.

 

En cualquier lugar que estéis, mi estimada señorita, cerca o lejos, entre los turcos o con los galileos, entre monjes o actores, malvados u honestos, contadores o filósofos, la amistad no me permite olvidarme, por este año nuevo, de los sagrados deberes que acarrea y según el viejo uso me abandonaré a vuestro buen placer narrando algunas reflexiones nacidas en el fondo de mi ser. Si mi exposición deja escapar alguna espina, hay que recordar que a menudo éstas se esconden en la más placentera filosofía.

Remontándome a la época de mis desdichas, me parece a veces mirar esas siete u ocho pelucas polveadas a quien se las debo. Uno venía de acostarse con una honesta muchacha a quien pervertía; otro de la cama de la mujer de su amigo; uno más se había escurrido por una calle de mala nota y estaba alegre de no haber sido descubierto y el de más allá salía de un lugar más infame... Me parece, decía, verlos cargados de lujuria y de crímenes, inclinados sobre los documentos de mi proceso mientras el jefe de todos, hinchado de patriotismo y amor por las leyes pregonaba: "Cómo, por Dios, mis amigos, ¿Cómo este pequeño aborto, que no es presidente, ni burgomaestre ha deseado vivir como un consejero de cámara? Este pequeño gentilhombre ha deseado parecerse a nosotros. Sin armiño y sin cetro ha creído tener una naturaleza común a la nuestra, como si la naturaleza pudiera ser analizada, violada, mofada por todos, como lo es por los intérpretes de las leyes y como si pudieran existir otras leyes aparte de las nuestras. A la prisión, señores, a la prisión. Sólo hay una salida: siete u ocho años en un calabozo encerrado para este pequeño imprudente: sólo allí, señores, se aprende a respetar las leyes de la sociedad y el mejor remedio que puede darse a éstos es obligarlos a maldecir su suerte. Desde luego, hay aquí algo... el perdón puede valer diez, quince mil francos... el señor de X... que puede hacerlo (podía, ya no, a Dios gracias) encontrará ocasión y podrá hacer el tan soñado regalo a su amante... No dudemos ni un momento... Mas, el honor del sujeto... su mujer... sus bienes... sus hijos... Vaya qué razones, ¿Hay algo que nos haga inclinarnos hacia el crédito? ¿Honor, mujer, hijos? Todas las víctimas que a diario inmolamos nos prometen... siempre lo mismo. A la prisión, señores, a la prisión... Prisión sea, dice tartamudeando, el presidente, a quien todavía le duraba la siesta; prisión, señores, prisión, dice el bello Darval, garrapateando un recado amoroso para una actricita. Formal prisión, agrega el pedagogo Damon oliendo todavía a desayuno. ¿Eh? ¿Quién puede dudar? Prisión, concluye el pequeño Valère, mirando su reloj para no retrasarse en su cita con la señora Gourdan.

Ved en qué manos está el honor, la vida, la fortuna y la reputación de un ciudadano. La bajeza, la ambición, la avaricia comienza nuestra ruina y la imbecilidad la mata.

Miserables criaturas, lanzadas por un momento sobre la superficie de esta bola de lodo. ¿No se ha dicho acaso que la mitad de la tropa debe perseguir a la otra mitad? Oh, los hombres, ¿tienen derecho a pronunciar veredictos sobre lo que está bien y está mal? Un cretino individuo de tu especie tiene a bien asignarle normas a la naturaleza, y decide lo que ella tolera y anuncia lo que ella crea. Tú, que no has podido resolver la más sencilla operación; tú, que no puedes explicar el más simple de los fenómenos, defíneme las leyes del movimiento, de la gravitación; revélame la esencia de la materia: ¿es o no inerte? Si no se mueve, dime cómo la naturaleza ha podido crear algo que es, permanentemente, y si se mueve, si es la causa legitima de las generaciones y las alteraciones perpetuas, dime, ¿qué es la vida? y pruébame qué es la muerte. Di, ¿qué es el aire?; razona bien sobre sus efectos y aclárame por qué encuentro mariscos en lo alto de las montañas y ruinas en el fondo del mar. Tú, que decides si algo es o no crimen y haces colgar a la gente en París continuando las costumbres del Congo, decide sobre mis opiniones sobre el curso de los astros, sobre su suspensión, su atracción, su movilidad, su esencia, sus períodos.

Pruébame con Newton más que con Descartes y con Copérnico más que con Tycho Brahe, explícame solamente por qué una piedra cae cuando se le lanza hacia arriba o vuélveme palpable, evidente, este efecto tan simple, y te perdonaría ser un moralista al demostrarme que eras aceptable físico. Quieres analizar las leyes de la naturaleza y tu corazón, hecho a su imagen, es para ti enigma sin solución. Quieres definir tus leyes y no lograrás explicar cómo es posible que las pequeñas vejigas, si se inflan mucho pueden hacer en un mismo día del más honesto de los hombres un malvado. Tú, tan infantil en tus sistemas como en tus descubrimientos, tú, que después de tres o cuatro mil años inventas, cambias, argumentas, nada nos ofreces por nuestras virtudes, sino el Elíseo de los griegos y por castigo el fabuloso Tartaro. Tú, que sólo has hecho, tras de razonar y trabajar sobre miles de materias, hacer de un esclavo de Tito el suplantador de Hércules, esclavo parido por una judía a quien has convertido en Minerva, tú quieres profundizar y filosofar sobre el comportamiento humano; quieres dogmatizar sobre el vicio y sobre la virtud cuando te es imposible comprender el uno y la otra, cuál conviene más al hombre, cuál es más caro a la naturaleza y si ellos dos no significan sino un profundo equilibrio en donde ambos extremos son necesarios.

Quisieras que el universo entero fuera virtuoso y no sabrías que esto significaría tu perdición. No comprendes que si existen vicios es porque son necesarios y por lo tanto es injusto que los quieras castigar, tan injusto como mofarte de un tuerto... Y tus falsas combinaciones, los cercos odiosos que quieras poner a quien de ti se burlara... Desgraciado, me estremezco al decirlo: se muele a palos a quien se venga de su enemigo, pero se colma de gloria a quien venga a su rey; se destruye a quien te roba unos centavos y se llena de recompensa un ser como tú, que exterminas en nombre de la ley y a quien el error de creerse nacido para hacer que se cumpla la justicia ha guiado toda una vida. Anda, deja tus locuras, goza, amigo mío, goza y no juzgues, deja a la naturaleza el impulsarte a su antojo y a lo eterno el castigarte. Si te hallas infractor, hormiga arrastrándote sobre esta mota de tierra, lleva a tus festejados de compras, reprodúcete, nutre a tus hijos y, sobre todo, no les arranques la venda del error: las quimeras, lo aseguro, valen más para la felicidad que las tristes verdades de la filosofía. Goza de la antorcha del universo: su luz brilla en tus ojos para aclarar los placeres, no los sofismas. No uses la mitad de tu vida volviendo desgraciada a la otra mitad y tras de algunos años de vegetar en esta forma, vuelve al seno materno para regresar bajo otra (1), gracias a nuevas leyes que no entiendes más que las otras. Mira, en una palabra, que la naturaleza te coloca en medio de tus semejantes para ayudarlos, para cuidarlos, para amarlos, no para juzgarlos, menos aún para encerrarlos.

Si este pequeño trozo de filosofía os gusta, señorita, tendría la satisfacción de regalaros otros en el curso de nuestra correspondencia. Si no os agradare, haríais bien en decírmelo y escogeremos algún tema más apropiado a la alegría espiritual de un sexo del que hacéis ornamento y del cual tendría la gloria de ser toda una vida, así como de vos, el más humilde servidor.

 

(1) Evidentemente, Sade no se refiere aquí a la reencarnación, sino a la continuidad de la materia

 

 

 

Marqués de Sade