LA PARÁBOLA DE LOS BUITRES Y LAS VACAS Por Antonio Tausiet Había una vez dos grupos de personas: los científicos y los ecologistas. Muchas veces, sus opiniones eran contrarias, y generaban discusiones interminables. Otras, estaban completamente de acuerdo pero nadie les hacía caso. Denunciaron juntos atentados contra el medio ambiente, como el fomento de las economías costeras en detrimento de las de interior, o el empecinamiento en utilizar combustibles fósiles una vez desarrolladas las energías alternativas y limpias. Cuanto más denunciaban, menos importancia se daba a sus palabras. Un día se dieron cuenta de que los alimoches, los quebrantahuesos, las águilas reales y los buitres se estaban quedando sin comida en España. En muy poco tiempo, las aves carroñeras iban a desaparecer. Nadie había reparado en que prohibir los lugares donde se depositaban las reses muertas para alimentar a las aves, era precipitar su extinción. ¿Por qué habían ordenado algo tan descabellado? Todo provenía del mal de las vacas locas. Alimentadas con piensos de origen animal, su naturaleza vegetariana se había alterado y algunas enfermaron. Y su afección era transmisible a los humanos, que no contentos con eliminarlas masivamente, ahora acrecentaban su aberración exterminando también a las aves que ayudaban a limpiar el ecosistema. Hay, del mismo modo, humanos como José María Aznar, Heribert Barrera, Jorg Haider y otros, que, considerando a los humanos extranjeros como parásitos carroñeros, procuran su extinción de múltiples maneras. No se dan cuenta de que ellos son los que alteran la naturaleza con su mísera presencia; ellos los que no contentos con organizarse en piaras de tramoyistas tramposos para obligar al resto de sus conciudadanos a vivir espongiformes en sus fétidos trampantojos, deciden la vida y la muerte de quienes vienen dispuestos a limpiarlos. |