VIVIENDAS DE LUJO PARA ADINERADOS INTELIGENTES

Por Antonio Tausiet

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Entras y te encuentras una silla eléctrica que no te abandonará hasta tu suicidio voluntario. De momento, te sirve para desplazarte cómodamente por los cientos de metros cuadrados disponibles. Abres la puerta de la primera habitación e intentas ver el final, pero quizás detrás de lo que parece la línea del horizonte haya más. Ordenas: mesa, ven, y la mesa se acerca. Ordenas: pollo asado, y el pollo se asa. No es muy rápido asándose, pero te entretienes viendo cómo se embadurna de aceite de oliva para quedar más crujiente. Miras hacia el techo. Ves castillos en el aire, grandes como cráneos de abejas agigantadas. El cuarto de baño es agradable porque canta sardanas en voz muy baja. Nunca se ventila para poder aprovechar las energías renovables. No hay agua, no hay jabón, porque no hay suciedad a la vista. No hay teléfono porque las ventanas aparecen y desaparecen dando mensajes de gloria eterna, de brisa marina y de papel. Ya está el pollo asado y te lo comes. El tenedor te resulta tenebroso. Sin embargo el lujo es palpable, la vecina gorda saluda casi aullando pero el lujo es palpable. Al fondo del corredor hay un cementerio de neumáticos y alguien les ha prendido fuego, hagan algo, no se queden ahí mirando. Huele a goma ardiendo y la silla eléctrica te pide amablemente tres o cuatro espasmos. Quizás no es el momento del suicidio, pero el tenedor parecía un augurio.