CULEBRÓN REAL

por Antonio Tausiet

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Un país inexistente tuvo un dictador que antes de morir ordenó que un rey fuese su sucesor. Y el rey tuvo el valor de aceptar sin vergüenza. Y además de no ser un cargo electo, sino la continuación obstinada de un pasado predemocrático, con aristócratas cuya sangre justifica su ostentación del poder y su acumulación de capitales ajenos, ocupó el puesto del Presidente de la República junto con toda su familia. Aquel rey de fábula tenía una esposa, que pasó automáticamente ¡qué desatino! a ser reina, y sus tres hijos, un varón y dos mujeres, se convirtieron en príncipe e infantas sin comerlo ni beberlo. La lista de atrocidades no se frenó en los autonombramientos, sino que, contra toda lógica, nadie abogó en el reino por la esterilización de los miembros de tal familia. Y la larga sombra del dictador seguía pariendo herederos. Niños que, por arte de birlibirloque, en cuanto abandonaban el útero de sus reales madres, dejaban de ser humanos para ser continuadores de una estirpe divina, pues sus antepasados habían sido los tiranos de aquel mundo inexistente por la gracia de Dios. Los súbditos de la familia –decenas de millones de televidentes- estaban encantados. Pensaban que si no mandaban esos señores tan simpáticos, quizás viniesen otros más malcarados, y para eso mejor estar sometidos a la sonrisa de cartón y la pérdida de dignidad. Y seguían naciendo infantes, y nadie hablaba de esterilización. Y los representantes legítimos de los ciudadanos de aquel país mandaban flores a las madres, y muñecos de peluche a los recién nacidos. Y al rey abuelo se le caía la baba viendo cómo la última criatura de la camada nacía justo el mismo día que la Constitución de su país ficticio festejaba su aniversario. Constitución que comenzaba diciendo que su primer hijo varón sería el próximo rey. Menos mal que sólo es el increíble argumento de un culebrón...