HISTORIA DE LOS FAMOSOS

Por Antonio Tausiet

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Años 50 del siglo XX: la época de la posguerra europea y la guerra fría. En España se empezaba a salir del pozo en que nos había sumido la guerra civil, consecuencia del alzamiento militar de los fascistas contra la democracia. La ONU nos admitió en 1955, pese a la evidente ilegalidad del gobierno tomado por la fuerza, que duraría aún otros veinte años.

El llamado Movimiento, el partido único que regía tanto la intimidad como la vida pública de todos los españoles, imponía su estilo marcial. Existían organismos públicos que ejercían la censura ideológica y moral, decidiendo sin tapujos qué productos espirituales debíamos consumir. La diferencia con nuestros días era su institucionalización. Hoy continúa existiendo una férrea censura, que nos deja ver las tetas de las actrices, pero no permite que sepamos cómo despilfarran nuestro capital, o cómo consiguen información sobre los comandos de ETA. Tampoco podemos, como entonces, acceder a informaciones veraces sobre los planes de los gobiernos, ni sobre las consecuencias en nuestra salud de la letra pequeña de las etiquetas de la comida. Un baile de jueces, ministros, periodistas y empresarios se nos ofrece como menú del día, sin conocer nada de la vida del resto. Con dos excepciones: los sucesos rocambolescos, como el pirado que mata a veinticuatro o la gallina violada; y la teatral vida de los famosos, cuyas andanzas pasionales conocemos al dedillo. En eso, tampoco ha habido cambios sustanciales: el único, que los famosos de la década de los 50 lo eran por variables diferentes que los del cambio de siglo. Aquéllos ofrecían su belleza, su poder o su arte para común admiración. Éstos nos dan su estupidez, su prostitución o su ruindad. Pero todos lo han hecho siempre a cambio de lo mismo: dinero. Señoras y señores, con ustedes la Historia de los Famosos desde el Paleolítico Franquista hasta el Pleistoceno Aznariano.

 

 

Capítulo asqueroso: los famosos andaluces

 

Andalucía ha sido siempre el paradigma de la España rancia y maloliente. Señoritos incultos, quejidos en forma de supuesta música y antipáticos comerciantes han acompañado siempre a sus secos habitantes, modelo de sociedad cerrada en sí misma. El flamenco, los toros y el pescado frito, con su buena ración de sudor de sobaco, aroman a los famosos que van sembrando el camino hacia sus bodas o ferias con las boñigas de sus caballos. José María Ruiz Mateos, Jesús Gil y Gil, Felipe González, Isabel Pantoja, el Duque de Feria o la saga de guardias civiles, boxeadores, toreros y operadas en torno a Rocío Jurado. Plantel único e interminable que justifica este primer capítulo.

 

 

Capítulo espeluznante: los famosos inmortales

 

Existen famosos que lo llevan siendo décadas y décadas, y nadie sabe cuántas décadas más seguirán siéndolo. Símbolos sexuales como Carmen Sevilla, Sara Montiel o Maruja Díaz. Cantantes como Serrat, el Dúo Dinámico o Julio Iglesias o actores como Paco Rabal, Fernán Gómez, Concha Velasco o Sofía de Grecia. Quizás no saben que más vale una retirada a tiempo que la momificación.

 

 

Capítulo aparte: los famosos extranjeros

 

Como si no tuviéramos suficiente con los nuestros, existen famosos que nacen y viven fuera de nuestras fronteras. Por nombrar algunos, el Papa, Madonna, Mónica Lewinsky, Richard Gere o Estefanía de Mónaco. La única diferencia entre éstos y los españoles es que no hablan habitualmente nuestro idioma. Pero su denodada búsqueda de dinero y de poder es exactamente la misma.

 

 

Último capítulo: los famosos novedosos

 

Ya lo apuntábamos en la introducción: estupidez, prostitución y ruindad. Habitantes de casas artificiales en programas basura, amantes de cupletistas de segunda fila, o empresarios drogados que abren y cierran medios de comunicación. Clanes de subnormales que pelean entre sí para aumentar la fama. Y profesionales del periodismo que han convertido su oficio en una nueva manera de ejercer la tortura psicológica: Javier Sardá, Tamara, Fernández Tapias o el hijo de la cuñada de aquella actriz de segunda fila. El asco barniza la vida de los que buscan la fama hasta no dejar un poro de respiro. Pero quienes perecemos ahogados somos los demás, mientras ellos bucean en sus propios vómitos.

 

Primera década del siglo XXI: la pandemia del Sida asola el continente africano. Los Estados Unidos de Norteamérica han tomado el relevo a la Organización de las Naciones Unidas, con organizaciones títeres como la OTAN. Ningún país del mundo puede desobedecer las directrices de los hegemones. Ni siquiera los herederos de las ideologías utopistas. Los mandatarios españoles se empeñan en ser más papistas que el Papa y aplican las recetas del Banco Mundial corregidas y aumentadas. Grupúsculos de jóvenes contrarios al mando único se van organizando sin ideología, sin visión global y sin alternativa. Gurús que se autodenominan intelectuales de izquierdas, como el muy Nobel, muy famoso y muy caradura José Saramago. El indigenismo de principios de siglo XX renace entre la confusión, y los nuevos famosos de la antiglobalización, capitanes intrépidos en la salvaguarda de sus carteras de valores (valores bursátiles, claro), se clonan en nuestro país: José María Mendiluce o Ismael Serrano. El futuro de las revistas del corazón está asegurado en Internet.