CLONAR AL PAPA

Por Antonio Tausiet

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Noviembre de 2001. Un laboratorio logra clonar un embrión humano. El anciano decrépito que gobierna la dictadura vaticana levanta su voz una vez más: “No hay hombre alguno ni autoridad humana que pueda disponer libremente y de manera deliberada de una vida humana inocente, y muchos menos para después destruirla”.

Qué acumulación de despropósitos. Pero claro, el caudillo idólatra, el gran acaparador de riquezas, el máximo representante de la indecencia, tiene que defender su gran invento secular: ese Dios que todo lo decide, que todo lo controla. Pero sobre todo, que a todos controla. Disponer de una vida humana inocente para destruirla es precisamente la función primordial del invento de Dios. Así que no me vengan los eclesiásticos con sus monsergas y que dejen a los científicos en paz, intentando solucionar los problemas de salud de la humanidad. Porque además callarse le vendría bien esta vez al Santo Padre. Callarse e intentar aguantar vivo a la más que posible solución de alguna de sus enfermedades, gracias a las investigaciones genéticas y de clonación de embriones.

Un Papa nuevo, radiante, como en sus tiempos de fornido montañero, y tiramos al otro, al que se hunde en la miseria, al muerto viviente. O mejor un ejército de Papas, que luchen a favor de la familia tradicional, con ese marido omnipotente, esa esposa ultrajada, esos niños acomplejados de por vida. Un ejército de Papas que bendigan las atrocidades de las repúblicas bananeras, que justifiquen la pena de muerte en los manuales del siglo XXI, que castiguen las opciones sexuales que no sirvan para la reproducción, que condenen la ciencia y que echen a los científicos a la hoguera, para que la razón y el progreso desaparezcan para siempre.

La oscuridad, piélago primordial del que beben con rabia esos rapiñadores, extenderá su mando y nadie reirá, nadie danzará, si no es con la carcajada demente de los torturados o con el baile compulsivo de los estertores de la muerte.