BALTASAR GARZÓN
Hoy es magistrado de la Audiencia Nacional. El juez más famoso de España. Quizás del mundo. Ha tenido enemigos en todos los ámbitos de la sociedad. Cada vez le queda menos tirón popular. Pero parece que sigue yendo por libre, por mucho que se le acuse de lo contrario desde ámbitos afectados por sus conclusiones. El gobierno conservador español está encantado con este personaje porque coincide con sus postulados de represión al movimiento independentista del País Vasco. Tal equivocación de fondo ha llevado a Garzón a situarse en la lista de personajes repudiados por los movimientos de defensa de los Derechos Humanos, precisamente después de ser uno de sus adalides en el mundo, a raíz del caso Pinochet. Contradicción tras contradicción: la escritora de su biografía, Pilar Urbano, es una destacada miembro del Opus Dei, conocido grupo de presión política y económica. El mismo juez que persigue a las mafias internacionales de la costa española consiente un panfleto panegírico proveniente de otra mafia comparable. Pero llegamos a la cuestión (quizás) central. Ni los más exaltados defensores de Garzón (Savater, por ejemplo), desmienten lo evidente: la vanidad del superjuez es el motor principal de sus actuaciones estrella. Así, no duda en dar conferencias en foros internacionales criticando la política exterior de los USA y en apoyo del Tribunal Penal Internacional, o se constituye en su entorno una asociación para promoverlo a premio Nobel de la paz. La lista de temas tratados por Garzón es extensa, variada y terrorífica. Esto último, porque cualquiera de los encausados en sus procesos tiene sobradas razones para desearlo muerto. Y sobrevive. No sabemos hasta cuándo. Amigos suyos como el juez Falcone han fallecido en otros países por las mismas causas. Las citadas mafias rusas, los narcotraficantes, los ministros de interior socialistas, la guardia civil terrorista, Pinochet y la Operación Cóndor, Pepe Rei, ETA, el cierre de Egin, la suspensión de actividades de Batasuna, el primer ministro italiano y sus chanchullos con Tele 5, la financiación irregular de la Expo 92, el caso Roldán, el caso BBVA, los supuestos terroristas islámicos... Activistas, banqueros, empresarios, presidentes de gobiernos, fuerzas armadas: constatados grupos de asesinos, sin duda. Y sin embargo, este magistrado tiene como trabajo la investigación de estas cosas, no el ejercicio de juzgarlas, de dictar sentencias de condena o absolución. Pero se erige en el gran perseguidor del mal en el planeta. Las malas lenguas advierten de que instruye chapuceramente todos sus casos, hasta el punto de que se le acusa de poner en la calle a la mayor parte de sus supuestos perseguidos, por carencias, inconcrecciones, defectos de forma, etc. ¿Es esto cierto? El protagonista de la vida judicial española es, como hemos dicho, miembro de la Audiencia Nacional. Pues bien, en una entrevista manifestó que este organismo es heredero del temido Tribunal de Orden Público de Franco. Así es, en verdad, pero Garzón no tiene empacho alguno en mantener allí dentro sus posaderas. Y hablando de posaderas... ¿Garzón es un culo de mal asiento, se levanta él de los sillones, o le echan a patadas? Veamos: en 1988 entra en la Audiencia Nacional. Hasta que en 1993, José Bono se lo presenta a Felipe González y éste decide incluirlo en las listas electorales. Una vez elegido, Garzón obtiene un cargo en el gobierno, pero poco después dimite (o lo echan) y sigue con sus pesquisas contra los socialistas asesinos (como Damborenea u otros). Las claves de este extraño baile seguramente yacen en las cloacas del supuesto estado de derecho. Cloacas que algunos han intentado limpiar (etapa Belloch), pero que nunca nadie ha conseguido. Cinco años después, en 1998, Garzón dicta una orden de detención contra Pinochet. Vuelve la estrella. Pero el gobierno español de derechas zancadillea toda iniciativa contra su correligionario, el sanguinario sátrapa chileno. Y se va de rositas. O eso es lo que pareció suceder. Nunca sabremos la verdad, claro. Ese mismo año, el antiguo ministro del interior de González, un bruto de cuidado, José Barrionuevo, es encarcelado, acusado de parte de las tropelías relacionadas con el uso de fondos reservados para asesinar por parte del gobierno socialista español. Garzón consigue así un preso famoso. Los intentos de procesar a Pinochet por parte de Garzón le valen el marchamo de luchador contra la opresión y el envilecimiento humano. Así, los fascistas que aún quedan agazapados, manejando demasiados hilos de la sociedad española, pretenden que juzgue a Carrillo por los fusilamientos que ordenó en la Guerra Civil. Tan ridículo que Garzón ni se molesta en comentarlo. Un macrojuicio contra todos los que han sobrevivido de las cúpulas de cuarenta años de dictadura en España podría ser una buena manera de devolver popularidad a Garzón... No caerá esa breva. La transición española enterró la dignidad de la mitad del país, y aún se considera incorrecto recordarlo. Y Garzón sigue en sus trece. Un tema por aquí, otro por allá. Si hay que tratar el 11 de septiembre, se trata. Pero no sólo equivocando procesados de la supuesta red Al-Qaeda, sino también solicitando permiso (denegado) para interrogar a Kissinger (premio Nobel de la paz, director del golpe de Pinochet) por el asesinato de Salvador Allende del 11 de septiembre de 1973. Toma ya. Resumiendo, un legitimador de la tortura (política antiterrorista del gobierno español), un defensor de los Derechos Humanos, que se dejaba barba en su juventud (símbolo de progresismo), que es aficionado a la caza, a las sevillanas y a los toros; que ha trabajado en los tres supuestos poderes del estado: Judicial, Legislativo (diputado por el PSOE), Ejecutivo (número 2 del Ministerio del Interior), Judicial otra vez; que tiene enemigos en los cuatro puntos cardinales del planeta: España, País Vasco, Afganistán, Chile, Colombia, Estados Unidos... Qué más se puede añadir. Es evidente, y nadie en su sano juicio puede negarlo, que Garzón busca notoriedad. Pero no se puede olvidar que sus actuaciones suelen ser las que nadie más se atreve a iniciar. Con fallos garrafales, con insensateces inexplicables, pero señores: es mejor que exista Garzón que no que no. O no. Reproduzco aquí un artículo lisonjero de mi sosias Melguencio Melchavas escrito en 1999, que puede dar alguna pista más sobre Garzón, ese personaje tan inasible:
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