Volver a Palabras a la brasa

ELOGIO DEL SUICIDIO
Por Antonio Tausiet
www.tausiet.com

 

No hay nada como conocer al enemigo para afianzar ciertas convicciones propias. Consultando documentación de grupos ultraderechistas hemos llegado a la joya de la corona: la condena del suicidio.

Pero si la única acción humana de total libertad es la de quitarse la vida. Ojalá este mundo estuviera plagado de personas valientes, generosas y lúcidas que se suicidaran cuando fuese preciso.

Ya no sólo los propios inquisidores, que en un mundo ideal deberían ser los primeros en suicidarse y dejarnos a todos tranquilos. También los que detentan el poder en todas sus formas, los hipócritas, los traidores, los traficantes de armas, los malos.

Pero además los que por propia convicción deciden que es mejor no existir que seguir sufriendo. Y este es el grupo con el que nos queremos solidarizar. Que nadie nos venga con la cantinela de que siempre existe un motivo para vivir. Tal y como está organizado todo este oscuro cotarro, millones de personas morirán de terribles enfermedades, agonizando, después de tener una vida mísera y horrorosa. ¿No es mejor suicidarse, ante tal panorama?

Camus decía que el suicidio es la prueba de fuego universal acerca de si vale o no la pena vivir la vida. Más allá de su condena explícita al suicidio, cuando acababa afirmando que seguía vivo porque disfrutaba de la lucha entre la inteligencia y el absurdo de la vida, se encuentra la gran verdad: suicidarse es aceptar la realidad con valor, siempre que la realidad propia sea negra como el betún. ¿Qué mejor eutanasia que la que se practica con el cuerpo de uno?

Y qué decir del magnífico repertorio de modos de suicidio: desde la infinidad de fármacos, con el Nembutal que usó Marilyn a la cabeza, pasando por el ahorcamiento, con nota para el juez, o el tiro en la sien delante del espejo. La bañera con corriente eléctrica, el garaje con el coche encendido, la espita del gas abierta en la cocina, las venas cortadas con cuchillas de afeitar, el salto por la ventana, arrojarse al tren...

La pena es que las estadísticas nos dan datos escalofriantes: de cada diez intentos de suicidio, sólo uno acaba en muerte. Desde aquí proponemos una ley que aleccione a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a colaborar en la consumación de los suicidios. En teoría, tienen mucha experiencia al respecto, porque si atendemos a la cantidad de veces que los detenidos, según las actas, se quitan la vida...

Y para finalizar, un apunte erudito: la antesala del suicidio, nuestra gran amiga la diselpidia, es exactamente el trastorno de la elpís (esperanza en griego). O como otros la definen, "la desesperación que conduce a la desesperanza". Así que ya saben: si su estado actual es el desengaño o la desilusión, sólo les queda un grado para el suicidio. Que aproveche.