¿FIN DE LA AGONÍA?
Por Antonio Tausiet
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Qué alegría, que han ganado los socialistas. ¿Han visto ustedes alguna vez una persona agonizando durante un tiempo que parece infinito? Empiezan a fallarte los órganos vitales. Primero los riñones, que dejan de filtrar orina y se va acumulando en el cuerpo. Poco a poco, la capacidad de hablar se desvanece, pero se sigue sufriendo. Un día, se pide un papel y un lápiz pero ves cómo los brazos ya no responden. Todo es dolor, ya no se puede transmitir ni eso. Te vas pudriendo por dentro y lo notas. Si sigues aferrándote a la vida, puedes llegar a oler tu propia muerte desde dentro de ti mismo. Algún estertor nocturno que te hace alzarte entre pesadillas con los brazos al frente, movido por quién sabe qué última fuerza, aterroriza a quien está a tu lado. Ni la ausencia de saliva que presenta tu boca como una llaga, ni el amarillear de tus ojos, ni tu piel ya cuarteada, evitan que sigas vivo. Hasta que después de una acumulación de órganos detenidos, estómago, páncreas, bazo, intestinos, los pulmones dejan de recibir el oxígeno necesario de la sangre, porque el corazón deja de latir. Aún quedan unos minutos de actividad cerebral: la inmovilidad de tu cuerpo soslaya transmitir el inmenso dolor al resto del mundo. Pero la agonía se puede prevenir, aunque parece que la piedad se acaba cuando se sabe que alguien está definitivamente desahuciado: siguen existiendo humanos que defienden que sus dioses prefabrican la atrocidad, exculpándose así de algo tan sencillo como practicar la eutanasia. Por suerte, y mientras las artemias siguen haciendo cabriolas y reproduciéndose, una península del sur de Europa ha dejado de oler a podrido por el momento.