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HABÍA UNA VEZ UN MORO
Por Antonio Tausiet
www.tausiet.com

 

Hola, me llamo Yusuf. Desde el mismo momento en que nací me propuse incordiar a los occidentales, sin motivo aparente. Ya en el preciso instante en el que estaba saliendo del útero aproveché la coyuntura para practicar la ablación a mi madre de un mordisco, lo cual molestó enormemente a unos cuantos médicos de una Organización Humanitaria que andaban por allí. Siempre (desde muchos años antes de nacer) me había planteado que quitarle el clítoris a una mujer era algo deleznable, y hacérselo a mi propia madre fue un acto sin escrúpulos, pero mi móvil absurdo -el de fastidiar a los supuestos "civilizados"- podía más que cualquier otra consideración.

Después, ya tierno infante andador, me dediqué a tirar pedradas a los tanques que procuraban mi seguridad, provocando altísimas facturas de chapa y pintura a las fuerzas de paz que me protegían. Una vez más se impuso el instinto a la razón: aquellos militares no querían otra cosa que implantar la democracia entre nosotros.

De adolescente viajé por mar para quitarle el trabajo a miles de europeos que se lamentaban de no poder limpiar la mierda de los váteres a cuatro euros el mes, o de yo no les dejaba vender cedés en los bares. Por no hablar de tomar el sol bajo los inmensos plásticos de Almería o perderse el capricho de vivir en una habitación con treinta amigos más. Este viaje para dejar en la miseria y sin sus costumbres a los pobres blancos estuvo también por encima de la consideración que debía tenerles a los que nos habían enseñado todo con sus viajes coloniales de tantos siglos.

Ya maduro, me empeñé en aprenderme los versículos más altisonantes del Corán, hasta que me entraron ganas de ponerme un cinturón de explosivos. Ayer me rompí en mil pedacitos dentro de un centro comercial. Al final me he integrado, porque hasta que recojan mi último pellejo pasarán varias generaciones. Por fin entiendo el concepto de mestizaje.

Y es que yo nunca, desde el mismo momento en que nací, pude comprender a las personas de mi entorno cultural. ¿Por qué se toman la vida con esa tranquilidad, sin mostrar nunca otra actitud externa que la de la amabilidad? ¿Qué hace que no le den nunca ninguna importancia a la posesión de bienes, compartiéndolo todo entre sí? ¿Qué les lleva a gritar con esa alegría en sus celebraciones privadas? ¿A dónde van caminando tantas horas, con cara de estar pensando en algo verdaderamente interesante? ¿Por qué tratan a los animales con paciencia y sabiduría? ¿A qué vienen tantas quejas cuando se les pisotea el cuello?

Salaam alaikum.