Autómatas y robots
"Primera
Ley: un robot no puede dañar a un ser humano o, con su inactividad, permitir
que un ser humano sufra daño.
Segunda
Ley: un robot tiene que obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo
cuando tales órdenes vulneren la Primera Ley.
Tercera
Ley: un robot debe proteger su propia existencia, siempre que esta protección
no vulnere la Primera o la Segunda Ley.
Ley
Cero: Un robot no puede perjudicar a la Humanidad ni, por omisión, permitir
que la Humanidad sufra daño."
Isaac Asimov, Las tres leyes de la robótica
"¿Qué
destruye más a un hombre que trabajar, pensar y sentir sin necesidad interior,
sin ningún deseo personal profundo, sin placer, como un mero autómata del deber?
Ésa es la receta de la decadencia, y no menos de la idiotez."
Friedrich Nietzsche, "El Anticristo"
En la mitología griega, Hefestos (Vulcano) creó un autómata de bronce, Talos, para cuidar de la ciudad de Creta.
La palabra robot fue acuñada por un ciudadano de Praga, Karel Capek, en 1921 (en checo, robotnik quiere decir servidor).
Isaac Asimov popularizó el tema de los robots con su novela "I robot", donde se dejaron asentadas las leyes de la robótica.
En la película Metrópolis (1926), podemos ver uno de los primeros robots de la historia del cine: es una copia de María, la protagonista de la película.
Y un caso de híbrido entre hombre y máquina: el Robocop cinematográfico. Un robot policía indestructible creado a partir del cuerpo cadáver de un agente.
En todos los casos, se trata de seres creados por el hombre, que éste pone a su servicio. Y por lo tanto seres carentes de iniciativa propia: ejemplos de Golem, que como él sucumben cuando intentan dejar su pasividad para sustituirla por la libertad.