Los Cine Clubs en España. Breves notas para una historia
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Tanto los autores españoles literarios de la llamada Generación de 1898 (Unamuno, Machado, Valle Inclán, etc.) como los escritores de finales del siglo XIX y principios del XX, tuvieron una postura negativa ante al cine en defensa de la literatura y el teatro. La consideración y prestigio de estos escritores, retrasaron el reconocimiento del cinematógrafo como arte de la modernidad durante algún tiempo, sin que ello signifique que desde fechas tempranas el arte cinematográfico interesaraen algunas revistas y diarios de la segunda década del siglo XX, como es el caso de la revista “España”, fundada por José Ortega y Gasset, o el del diario “El Imparcial” que dedicó una sección al cine en 1916. Personajes del prestigio de Federico de Onís o Alfonso Reyes ya trataban y escribían del tema en dicha época y en algunas tertulias literarias ya se hablaba del cine, coincidiendo con el comienzo del “ultraísmo”, el primer movimiento considerado de vanguardia en la literatura española del siglo XX. Incluso pocos de los autores de la generación del 27 tuvieron una atención positiva ante el cine, si bien es verdad que otros autores de esta generación fueron los primeros que hicieron homenaje al cinematógrafo e incluso fueron los creadores y colaboradores del primer cine club español.
Primer cine club que fue creado a imitación del de Louis Delluc en Francia, desde el que se editaba la revista del mismo nombre –“Cine Club” –, creado en 1921; y del “Film Society”, creado en Londres en 1925. Pero para comprender esta aparición hemos de volver hasta 1910, fecha en la que se fundó la Residencia de Estudiantes, creada por la Institución Libre de Enseñanza, de la que fue director Alberto Jiménez Fraud hasta su cierre en 1936, de acuerdo con las directrices de Giner de los Ríos y de Manuel Bartolomé Cossío, forjadores de una reforma educativa, y por la que pasaron residentes y alumnos de la talla de Federico de Onís (director de Estudios), Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Unamuno, Severo Ochoa, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Rafael Alberti, Altolaguirre, Ortega y Gasset, Antonio Machado… Desde esa institución se creó una Sociedad de Cursos y Conferencias, abierta al público, en la que fueron invitados y actuaron personalidades como Pardo Bazán, Eugenio D´Ors, Cambó, Claudel, Paul Valery, Max Jacob, Alfonso Reyes, Valle Inclán, H.G. Wells, Chesterton, Mme. Curie, Einstein, Le Corbousier, Paul Mauriac, etc. Dentro de esta Sociedad de Cursos y Conferencias, Luis Buñuel, que se había trasladado a París en 1924, tras la proclamación de la dictadura del general Primo de Rivera, en donde asistió a las sesiones de la sala de las Ursulinas y descubrió las vanguardias y el surrealismo, organizó una serie de sesiones que comenzaron con la proyección de La maravillosa vida de Juana de Arco, cuya proyección fue presentada por la nieta de Victor Hugo. El cine entró en la “Residencia” con la misma categoría que el resto de las mencionadas actividades. Es de señalar el carácter clasista de la “Residencia” a la que sólo podían acceder los hijos de los ricos.
Mientras, Ernesto Jiménez Caballero, escritor vanguardista autor de obras tan adelantadas y arriesgadas como “Inspector de alcantarillas” o “Julepe de menta”, creó la revista “La Gaceta Literaria”, a principios de 1927, que duró hasta 1932, y en la cual participó una buena parte de los componentes de la generación del 27, además de intelectuales anteriores. En dicha revista escribieron sobre cine Luis Buñuel, Juan Piqueras, Luis Gómez Mesa, Ricardo Urgoiti y otros. De ahí saldría el primer cine club reconocido como tal y con dicho nombre, aparte de las sesiones anteriores que habían sido organizadas con el mismo espíritu. El 23 de diciembre de 1928 tuvo lugar la primera sesión, matinal, en el cine Callao de Madrid. Las primeras películas que se proyectaron fueron Tartufo y El último, de Murnau; Ballet mecánico, de Leger; Avaricia, de Eric von Sotrheim, etc. Y las sesiones posteriores tuvieron lugar en distintas salas: Royalty, Goya, Palacio de la Prensa, Salones del Hotel Ritz… Entre los primeros socios y colaboradores que escribirían de cine en las páginas de “La Gaceta Literaria”, estaban Francisco Ayala, Esteban Salazar, César M. Arconada, Miguel Pérez Ferrero, Juan Piqueras, Salvador Dalí, y, por supuesto, Luis Buñuel. En realidad, toda la sección de cine estaba organizada desde Francia por Buñuel, que viajaba a Madrid con las películas, y seguidamente a otras ciudades en las que se crearon “filiales” del cine club. Todo ello creó un ambiente que, a su vez, se relacionaba con la industria y con la cultura del país. Juan Piqueras creaba su revista “Nuestro Cinema”, Urgoiti la productora “Filmófono”, en la que el propio Buñuel participaría como jefe de producción, creando también el Cine Club “Proa Filmófono” en 1931, en el que se proyectaría El acorazado Potemkin, con el consiguiente escándalo político. Mientras,en Barcelona se creaba el Cine Club “Mirador”, al que se vinculabanSebastián Gash y Guillermo Díaz Plaja. Fue el año de la proclamación de la República.
En los años siguientes, la aparición de cine clubes fue constante, sobre todo en algunas capitales de regiones históricas que emprendieron su proceso autonómico: Cataluña, Galicia, País Vasco, Aragón, etc., paralelamente a la creación de ateneos populares por parte de la FAI y de la CNT, y del creciente movimiento revolucionario. Destacaron el Cine Club “Cinestudio 33”, creado por Luis Gómez Mesa, tras la desaparición de “La Gaceta Literaria” y del “Cine Club Español”,después de una conversión al fascismo por parte de Ernesto Giménez Caballero, que escribió en solitario los últimos números; y el GECI (Grupo de Escritores Cinematográficos Independientes), en el que estaban Benjamín Jarnés, Villegas López, Gómez Mesa, Miralles, Viola, Fernández Cuenca, Antonio Barbero, etc., algunos de ellos de generaciones anteriores al 27. Aparte, había sesiones de cine en las sedes de los partidos y sindicatos (PCE, PSOE, CNT, etc.), pues el cine se había puesto de moda. Otros cine clubs importantes fueron el FUE, dirigido por Fernando G. Mantilla y Carlos Velo; el “Estudio Universitario”, el “Imagen”, dirigido por Manuel Villegas López (en el que se estrenaron Las Hurdes y L´Age d´Or, de Buñuel, presentadas por él mismo); así como un cine club del SEU, que programó muy pocas sesiones, porque enseguida tuvo lugar la rebelión de Franco, el 18 de julio de 1936, terminando con todo tipo de actividades culturales y, en muchos casos, con la vida misma de quienes las llevaban a cabo.
Es importante señalar los cambios políticos que acaecerían entre 1927 y 1936 y los correspondientes cambios ideológicos de muchos componentes de esas generaciones, cambios que se reflejan a lo largo de la existencia de la revista “La Gaceta Literaria”, en un principio promotora de las vanguardias y de unas posturas culturales progresistas, para terminar, en 1932, publicando el proyecto y las propuestas prefascistas, a ejemplo del fascismo italiano de Musolini, que Giménez Caballero conoció, antes incluso de que apareciera Falange Española, de la que fue ideólogo. Acabó siendo jefe de Propaganda al servicio de Franco durante la guerra, mientras algunos de sus colaboradores en la revista (García Lorca o Juan Piqueras, por ejemplo, perdían sus vidas), otros marchaban al exilio, y otros, en fin, tomaron posiciones para poder seguir dedicándose a su pasión y afición por el cine durante el franquismo.
Tras la guerra, terminada en abril de 1939, hay que esperar hasta 1941, fecha en el que se crea el Cine Club “Circe” por Manuel Augusto García Viñolas, a la sazón jefe del Departamento Nacional de Cinematografía. En 1942 fue nombrado en el puesto Carlos Fernández Cuenca. El 22 de noviembre de 1944 el Ateneo de Madrid celebró el 50 aniversario del cine. La situación no era la misma. En un principio las películas se cedían gratis por las distribuidoras ya que servía de promoción, así como también las salas más elegantes. Pero pronto, conforme los cineclubes empezaron a extenderse, comenzaron a cobrarse alquileres y la Administración del Estado comenzó a fiscalizar, a controlar, de acuerdo con una de las constantes del franquismo a todos los niveles: la censura. Comenzó un repliegue a salas modestas y, pronto, se tuvo que recurrir a películas de fondos culturales como la Filmoteca Nacional (creada en 1953), de la que era ya director Carlos Fernández Cuenca.
A partir de ese momento, comienzan a fundarse cine clubs en otras ciudades españolas. Uno de los más influyentes sería el Cine Club de Zaragoza, creado en noviembre de 1945, que durante siete años organizaría 113 sesiones con sus correspondientes programas. Su continuidad, a finales de los años cincuenta, estaría condicionada a la colaboración con otros cine clubs zaragozanos. En el mismo año se había autorizado por el Ministerio de la Gobernación la fundación del “Círculo de Escritores Cinematográficos”.
En Madrid, a finales de la década de los cuarenta, se crearían el “Ramiro de Maeztu”, el “UCE” y el “Specta”, mientras que en Barcelona, y en Pamplona se crearon los “Cine Club Universitario”, a los que seguirían otros muchos propiciados por distintas universidades españolas.
En realidad los centros oficiales servían de plataformas legales para todo tipo de actividades culturales (teatro, arte, cine…), además de que estas asociaciones conseguían un enlace con los ciudadanos desde sus instituciones culturales, cuyo ejemplo más evidente fue el Cine Club de Salamanca.
Los principales problemas de los cines clubes de esta época fueron comunes: falta de películas, control de la censura, precios de alquileres, falta de subvenciones y ayudas. A pesar de todo, los años cincuenta supusieron la década dorada de los cineclubs en España. Una de las razones principales de esta eclosión de asociaciones culturales de todo tipo, y especialmente de cineclubs, fue el despertar de una inquietud cultural por parte de los jóvenes y ser la única posibilidad de poder participar en actos en los que se pudiese tomar la palabra (forum). Por otro lado, se podía contar con la cinemateca del Servicio Francés de Información a través de la Embajada, películas italianas a través de la Sociedad Dante Alighieri, alemanas servidas por el Instituto Alemán de Cultura y americanas por la llamada Casa Americana, con representación en casi todos los países occidentales, cada vez más influenciados por la cultura y economía de Estados Unidos. Esta nueva situación anima a la creación de nuevos cine clubes y a la necesidad de una federación, que para entonces ya existía en otros países. En la junta del Cine Club del Ateneo de Madrid estaban Carlos Fernández Cuenca, Luis Gómez Mesa, José Antonio Nieves Conde y otras personas vinculadas con el Movimiento, lo que les daba garantías como para celebrar, en 1952, el I Congreso Nacional de Cine Clubs al que asistieron 26 de los mismos. Por las mismas fechas, se creó el Cine Club “Vinces”, en Madrid, dependiente del Consejo Diocesano de Acción Católica, dirigido por Juan Cobos. Y en el mismo año de 1952, se creó también el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (que más tarde se convertiría en la Escuela Oficial de Cine) con un Cine Club “Segundo de Chomón” creado para los alumnos. Se crean también cine clubes en Orense y Pontevedra. Y toda una serie de cine clubes del SEU (Sindicato Universitario, dependiente del Movimiento, como los TEU), en Valladolid, Barcelona, Valencia, Murcia, Tenerife, Las Palmas, Zaragoza, Salamanca… En 1956 eran un total de 35.
El más importante cine club creado por esas fechas fue el “Universitario de Salamanca”, que tuvo por presidente a Fernando Lázaro Carreter y de director a Basilio Martín Patino. Entre sus vocales estaba José Luis Hernández Marcos, que posteriormente sería el director gerente de la Federación Nacional de Cine Clubs durante muchos años.
Al tiempo que tenía lugar el I Festival de San Sebastián en 1953, los cines clubes pasaban una crisis de precariedad económica y política, además de crearse el enfrentamiento entre las distintas tendencias y dependencias ideológicas y políticas, aún estando todas ellas vinculadas al franquismo. Así la situación, en 1955 fue creado el Cine Club “Fax”, de Bilbao, al tiempo que otros en Cuenca, Tortosa, Alicante, San Sebastián, Albacete, Vigo, así como en Barcelona y Madrid. Es también el año en el que se intenta la creación de una Federación Gallega de Cine Clubes, con protagonismo del Cine Club “Pontevedra” que dirigía Juan Manuel Lazcano, uno de los personajes más constantes del cineclubismo español; así como también fue el momento de la creación de la revista “Cinema Universitario”, por parte del Cine Club “Universitario de Salamanca”. Este Cine Club, junto con los miembros de la revista “Objetivo”, en la que colaboraban Juan Antonio Bardem, Eduardo Ducay y Paulino Baragorri (alguno de sus miembros pertenecían ya al Partido Comunista de España), promovieron la convocatoria de las célebres Conversaciones de Salamanca en mayo de 1955, la cual se hizo oficialmente por Basilio Martín Patino y Joaquín de Prada (del Cine Club “Salamanca”), José María Pérez Lozano (Publicaciones de la Iglesia Católica), Marcelo Arroitia Jáuregui (Crítica del Movimiento), Manuel Rabanal Taylor (Jefatura Nacional del SEU), apoyado por el ministro de Educación, Joaquín Ruiz Jiménez (fue cesado al año siguiente), y el director general de Cine, José María García Escudero. La presencia portuguesa estuvo destacada, entre otros, por Manoel de Oliveira y Enrique Alves Costa. Entre las conclusiones de esas conversaciones se haría famosa la siguiente declaración: “El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico.”
Para comprender esta situación es preciso tener en cuenta varias cosas: Que la represión franquista estaba dirigida con mayor virulencia hacia el mundo laboral, hacia la clase trabajadora, que hacia las clases que trabajaban en la cultura. En el mundo del cine todo el mundo se conocía y todos sabían a dónde pertenecían, había una cierta complacencia (lo que no evitó ir a la cárcel a Bardem y a otros), además de que la Universidad y la cultura, en general, sólo estaba al alcance de quienes tenían medios económicos para acceder a ellos y, por mucho que en los jóvenes hubiese preocupaciones sociales y políticas, sus padres se vinculaban, en menor o en mayor medida, al franquismo. Muchos de los jóvenes que participaron en los movimientos de los años sesenta y setenta eran hijos de militares, funcionarios y destacadas figuras del franquismo. Las consecuencias no eran las mismas: mientras los trabajadores o sus hijos iban a la cárcel, los privilegiados eran simplemente “controlados”. Muchos cine clubes y asociaciones culturales salieron adelante gracias a esta curiosa situación política.
Dos años después aparecía la revista “Film Ideal”, a imitación de “Cahiers”, y poco después comenzaría el movimiento del “Nuevo Cine Español”. En las “Conversaciones” estuvieron presentes los cine clubes españoles, organizando al año siguiente unas conversaciones en Anoeta (San Sebastián) convocadas por el entonces jefe del Servicio Nacional de Cine Clubs del SEU José Grañena, en la que, entre otros temas, se presentó un proyecto para la creación de la Federación. Hubo una continuación organizada por el Cine Club “Fax” de Bilbao, patrocinada por la Comisión Diocesana del Cine, con bendición apostólica de los obispos de Sión, Zaragoza, Sevilla, Madrid-Alcalá, Ávila y del secretario del Episcopado, Dr. Tarancón. Entre los asistentes estaban García Escudero, Pascual Cebollada, J. M. Pérez Lozano, Maesso, Berlanga, Cobos, Martín Descalzo, Fernández Cuenca, Florentino Soria, Félix Martialay, Antonio del Amo, Javier Aguirre, Román Gubern, Orencio Ortega, Gómez Mesa, Nieves Conde, Maruchi Fresno… Toda una mezcla de representantes de la Iglesia, de Acción Católica, del Opus Dei, de la Asociación de Padres de Familia (también dependiente de la Iglesia Católica), del Movimiento, del Ejército, de la Falange joseantoniona y de la Falange hedillista, de la Comisión de Censura, gentes de la industria, independientes, etc. que presagiaban lo que sería después una constante en la Federación de Cine Clubs, demostrada en esta reunión: el enfrentamiento de las fuerzas culturales, confesionales y políticas en las que se dividía el estado franquista. Discrepancias e intereses basados en las consecuencias de la práctica del cine forum y del cineclubismo que todos querían utilizar para controlar los sectores de la juventud que, a través del cine considerado como arte, cultura y comunicación, acudían masivamente a las sesiones de varios cientos o miles de asociaciones, colegios, cine clubes, colegios mayores, etc. en toda España; sin considerar que, esos jóvenes, en gran medida, lo que buscaban era un refugio, una parcela de libertad de expresión que no encontraban en ninguna otra parte (salvo los que estaban comprometidos en otras alternativas más ilegales y peligrosas) en la España de los años cincuenta, con unos planteamientos ideológicos que comenzaban a distanciarse del franquismo. Finalmente, Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, había dicho que para la lucha contra el franquismo valía cualquier estrategia, legal o ilegal, mensaje que el propio Juan Antonio Bardem repetía constantemente.
No es de extrañar que, a lo largo de 1957 y 1958, hasta la misma creación de la Federación Nacional de Cine Clubs, desde las convocatorias previas hasta la asamblea fundacional definitiva, las reuniones fuesen tempestuosas.
Las discrepancias eran de todo tipo, desde las meramente formales a las de concepto, desde las dependientes de las diferentes tendencias de las fuerzas sociales implicadas (Iglesia, Estado, Movimiento, etc.) a las que dependían de las representaciones de las distintas regiones (hoy comunidades autonómicas) de la nación (hoy Estado), incluso desde las representaciones de los distintos medios de información y comunicación, especialmente las revistas (“Film Ideal”, “Cinema Universitario”, “Otro Cine”, etc.), sin que la Federación se hubiese creado todavía. Mientras se desarrollaban las convocatorias previas, se llevaban a cabo otras actividades organizadas por directivos de distintos cineclubs, como fueron la creación de la Semana de Cine en Color, de Barcelona, propiciada por José Luis Guarner, Salvador Torres y José María Otero, que sería director general de Cine, entre otros.
En abril de 1957 tenía lugar una asamblea en Madrid, en la que los enfrentamientos fueron de tal envergadura que llegó a pensarse en la imposibilidad de una federación nacional. Al mes siguiente, desde el Cine Club “Monterols”, de Barcelona, se proponía la creación de una Federación Catalana.
En noviembre tuvieron lugar unas “Conversaciones” en el Monasterio de La Rábida (Sevilla) con la asistencia de 76 cineclubs, que funcionaron sin tantas tensiones, convertidas en una “convivencia” para reflexionar, en las que intervino la Administración y en la que tuvo lugar un ciclo de cine con un alto porcentaje de films prohibidos por la censura.
Tras la preparación de las actas y la consiguiente convocatoria tuvo lugar una Asamblea definitiva en el mes de diciembre en la que, con los problemas y enfrentamientos habituales (organizativos, burocráticos, conceptuales, etc.), fue creada la Federación, con unas reuniones conciliatorias posteriores, comenzando a funcionar la oficina federativa el 3 de febrero de 1958.
La consecuencia fue la creación de una gran cantidad de cine clubes en todo el territorio nacional, y con ellos, las críticas, incluso por los mismos medios que los habían propiciado, como fue el caso de la revista “Film Ideal”, acusándolos (tanto a los cine clubes como a quienes los dirigían), de audaces, de falta de preparación, de plagios, exclusivismo, personalismo, elitismo, esnobismo, culturalismo, etc., además de denunciar la falta de medios, de materiales, de películas, etc. Y la realidad es que en algunos puntos había una parte de razón. Una de las características, no sólo de los cineclubs sino también de muchas asociaciones culturales, era el personalismo: Muchos cineclubs funcionaron bien o mal en función de quiénes los dirigían. Y es cierto también que muchos dirigentes aprovecharon su paso por el cineclubismo como trampolín personal para pasar a la Administración, a la Escuela de Cine, a la Televisión, a la producción y distribución comerciales, creación de festivales, etc.
Al propio tiempo se hacían acercamientos a los cineclubs de otros países, como por ejemplo la organización de los “Encuentros con los Cine Clubes Portugueses” organizados por el Cine Club “Pontevedra”; se creaban nuevos cineclubs, algunos del prestigio del Cine Club “Aun” (Madrid); llegaban nuevas personas a la dirección de los mismos, coincidiendo con una temporal estabilización, como Vicente A. Pineda, Fernando Moreno, José Ramón Sánchez (Cine Club “Aun”), Adolfo Bellido (Cine Club “Salamanca”), que organizaría en junio de 1961 un homenaje a Manoel de Oliveira. En el Cine Club SEU, de Madrid entraría Mario Tapia Chao. En esta situación, tuvo lugar un Encuentro Internacional de Cine Clubs en el Festival de Cine de Valladolid, al que asistieron representantes de España, Francia, Italia, Bélgica y Luxemburgo. Y en marzo de 1963, un “Encuentro de Cine Español” (Cine Club “Universitario de Salamanca”) convocada por diversos cine clubs.
Fue ese mismo año de 1963 cuando apareció la nueva Ley de Asociaciones Culturales, llamada Ley de Fraga (entonces ministro de Información y Turismo) que reguló el funcionamiento del asociacionismo en general y que motivó la aparición de nuevos cineclubs. Entre 1964 y 1969, el número de cine clubs federados pasó de 132 a 244. En esa década se creó el carnet nacional de cineclubista, la revista “Cineinformación”, se organizó un encuentro con el cine argentino y, en 1968, se organizó la Asamblea de la Confederación Internacional de Cine Clubs.
Sin embargo, la década de los setenta, se caracterizó por las críticas, nuevos enfrentamientos, nuevas juntas directivas y, con la muerte de Franco y el paso de la transición hacia la democracia, la reestructuración de la Federación: A lo largo de los años setenta y ochenta, la Federación Nacional, pasaría a ser Federación Española, después Federación del Estado, para terminar en Confederación de Cine Clubs del Estado Español, compuesta de las distintas federaciones que se fueron creando en los territorios de lo que, poco tiempo después, serían las comunidades autonómicas. Este movimiento fue rico en actividades, discusiones, reuniones, asambleas, proyectos, promoción y desarrollo del movimiento cineclubístico, pero a la larga, con la falta de medios, la creación de las salas de arte y ensayo, el enriquecimiento de la programación cinematográfica en la televisión, la llegada de los teleclubs, la aparición del vídeo y de la comercialización de las películas para uso privado, la desaparición de la censura, la aparición de las filmotecas autonómicas, etc., los cine clubs fueron desapareciendo, el cine forum dejó de practicarse en los colegios y universidades, las federaciones se vieron forzadas a la realización directa de actividades patrocinadas y, hoy en día, sólo quedan aquéllas en las que, al margen de que existan algunos cine clubes, se haya podido contar con ayudas y subvenciones por parte de los centros e instituciones públicas o privadas.
Aun así, algunas de las alternativas y de los trabajos realizados tanto desde la Federación como de los cine clubes catalanes, vascos, aragoneses, gallegos, etc. son muy de destacar: sesiones organizadas de fronteras hacia fuera, como las muestras de películas prohibidas en España en Perpignan, Pau, Biarritz, Viráis, etc., a los que acudían los aficionados al cine en autobuses en viajes a veces organizados desde instituciones oficiales, como es el caso de la Diputación de Zaragoza, todavía en el franquismo, al amparo del derecho de la existencia de un ya inactivo Cine Club de Zaragoza; o la realización de programas de sesiones itinerantes en los medios rurales (sólo en la provincia de Zaragoza se hicieron más de 1.300 sesiones entre 1978 y 1981, continuando el proyecto en años siguientes); o la organización de sesiones de cine y de cine forum en las cárceles españolas que disponían de salón de actos con medios técnicos, organizadas por la Confederación y patrocinadas por los ministerios de Cultura y del Interior; o el intento de una revista de la que salieron varios números – “Cine Nuevo” –, que intentó salir incluso al mercado, fuera de los limitados circuitos de los cine clubes, etc. En 1987, todavía se intentaba encontrar salidas y posibilidades a los cine clubes de acuerdo con la realidad actual de la industria, el mercado y la cultura.
En enero de 1999, fecha muy reciente, aún hubo un intento de reorganizar la Confederación llevando a cabo una encuesta para la creación de una red de exhibición cinematográfica no comercial, que apenas tuvo respuesta por los pocos cineclubs que aún tenían alguna actividad.
Hoy, el mercado cinematográfico de la industria, no tiene ningún interés en el apoyo a los cineclubs, las películas son caras de alquiler, imposibles de amortizar en las sesiones minoritarias de una asociación, existen también vías consolidadas de crítica y de investigación cinematográfica por parte de filmotecas y universidades, interés de profesionalización por parte de los jóvenes cineastas, incluso del cine y del vídeo que venía considerándose amateur o de aficionado. Ello ha condicionado la función misma de los cineclubs hacia otras actividades distintas de la coordinación o ayuda a los cine clubs (en su mayor parte inactivos, desaparecidos, o independizados de cualquier movimiento asociativo aunque siempre fueron muchos más los cine clubes independientes que los federados), como puede ser el visionado de films que no estén en los circuitos comerciales, televisivos o del mercado del vídeo, y en lugares en los que no exista una filmoteca que realice esa labor divulgativa y cultural o como complemento de la misma; o hacer la labor de extensión cultural sustituyendo al sector industrial de la exhibición en pequeños pueblos manteniendo así el fenómeno cinematográfico en esos lugares; apoyando a organizar la articulación cultural de la cinematografía, extendiéndolo también a otros ámbitos (galerías de arte, asociaciones, institutos, colegios, escuelas…). O teniendo en cuenta un desarrollo más amplio del concepto de imagen más allá de lo cinematográfico. En esa situación creada ya en la década de los ochenta pero con mucha mayor justificación hoy mismo, las federaciones se han ido convirtiendo en oficinas de gestión de servicios cinematográficos culturales, profesionalizadas. Pero para ello, es necesaria la participación, colaboración, generosidad y falta de protagonismo de las instituciones públicas, tanto estatales como comunitarias o autonómicas; y como se viene demostrando en los últimos años, no todas están por la labor y cuentan más los intereses políticos y económicos que los culturales a la hora de considerar el cine como un arte o un medio de comunicación de interés prioritario en la sociedad actual.
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Alberto Sánchez Millán
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