José Luis Borau, en Zaragoza
El director de cine zaragozano José Luis Borau estuvo en febrero de 2005 en la ciudad para dar una charla sobre sus inicios en el Séptimo Arte. El marco fue el Centro de Historia, en el transcurso de las segundas jornadas sobre Zaragoza y la Historia del Cine.
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Esta iniciativa de Luis Antonio Alarcón, secundada y desarrollada por el Ayuntamiento de Zaragoza, se centró esta vez en la trayectoria de seis realizadores de la ciudad: Florián Rey, José María Forqué, Adolfo Aznar, Santos Alcocer, Antonio Sau y Fernando Palacios, de los que se proyectaron algunas de sus obras, y como colofón la intervención presencial de Borau.
La sesión contó con la asistencia de unas decenas de zaragozanos interesados, que habían sido informados por las cadenas de radio y algún otro medio de comunicación local. Pero estuvo muy lejos de completar el aforo, sobre todo debido a la nefasta política informadora del periódico de mayor tirada de nuestro ámbito: ese día la conferencia no fue reseñada en ninguna de sus páginas. Cabe añadir que, días después, una intervención del propio Borau ante periodistas en una provincia lejana fue publicada -con texto y fotografía de agencias- en ese mismo medio escrito, dando como primicia manifestaciones que fueron expuestas en la conferencia que tratamos aquí, y que pasamos a resumir.
José Luis Borau, desde el primer momento que abre la boca, encandila con su humanidad. Además, después de tantos años viviendo fuera de su lugar de origen, conserva todavía la socarronería propia de estos pagos. La posibilidad de escuchar a Borau suma el valor de una vida dedicada al cine desde casi todos los puntos posibles de vista, a la serenidad y sabiduría que da la edad y la pausa en las reflexiones de un anciano de mentalidad siempre joven y atrevida.
Siguiendo el tema propuesto por el organizador de la cita (“Querer ser director de cine en Zaragoza”), Borau comenzó su exposición contando sus orígenes en el mundillo. Con frescura y fino sentido del humor, nos contó su infantil fascinación por el cine, dejando pinceladas que iban mucho más allá de una historia del celuloide, y se convirtieron en una preciosa historia intimista y social de la España de la primera mitad del siglo.
El autor de “Furtivos” relató cómo ya desde niño dibujaba los edificios de la ciudad, para explicar que su primera vocación fue la de arquitecto. Se llegó a jactar de ser uno de los pocos que admiraban la arquitectura de última hora (que él calificó con el genérico de “racionalista”) y cómo el “Rincón de Goya” de Zaragoza fue rechazado por la conservadora sociedad de la época (se trataba de un edificio del Movimiento Moderno) mientras que a él le fascinaba. También en este momento de su vida surgió la pasión por el cinematógrafo: contaba ansioso los días que faltaban para su asistencia a una película, y después la rememoraba en solitario con detalle una y otra vez.
Su grupo de amigos, acostumbrado a sus “extravagancias”, no le dio ninguna importancia al hecho de que declarara abiertamente que se iba a dedicar al audiovisual. Y se fue a Madrid, a la Escuela de Cine. Borau trasladó en su charla la idea de la dificultad que, no sólo en tiempo presente sino ya en el momento de sus inicios, se plantea para cualquiera que quiere iniciarse en el mundo del cine. Sus notas fueron excelentes, siendo un alumno ejemplar en sus estudios, pero resaltó la fuerte jerarquía que dominaba la incipiente industria del cine español. Los directores que ya estaban trabajando en las productoras, de cuyo hacer tras las cámaras Borau confesaba no tener buena impresión, resultaban seres entronizados e inaccesibles, y esa importancia adquirida hacía que a los jóvenes directores que trataban de estrenarse les resultase muy difícil tener una oportunidad de acceder a un proyecto de calidad.
Recordó cómo en aquel momento era muy valorada la vía del aprendizaje tradicional, empezando en una productora, llevando bocadillos o haciendo de chico para todo, y teniendo que soportar el mal carácter e incluso la violencia de algún que otro director. Borau confesó que nunca se le pasó por la cabeza tomar ese camino, aun a sabiendas de que, a la larga, quizá le daría más posibilidades de ser más valorado. Tras su paso por la escuela y las primeras negativas en las productoras, decidió aceptar proyectos de menor enjundia, porque, como recordó, el sabía que debía aprender en la práctica cómo se hacía una película.
La charla tuvo un tono que sólo determinado tipo de sabios saben imprimir a su discurso, entre lo familiar y lo profundo; cualquier comentario al margen aportaba una enorme cantidad de reflexiones y contenidos. Quizá por ello, Borau fue recorriendo con su discurso algunos lugares comunes en la problemática actual del cine en España (y en Aragón por extensión), como las dificultades de los jóvenes (que comparaba con las de sus inicios), el papel de la industria, los hábitos de los espectadores, y el engarce del cine en la sociedad actual del ocio, en comparación con la presencia del cine en la sociedad española de mediados del siglo XX.
Antes de finalizar la sesión, el realizador mostró su disgusto por no poder dirigir películas con la frecuencia que sería deseable. Confesó que no quería dedicarse más a producir cine, y que, pese a que tenía dos guiones acabados (uno en colaboración con el escritor de cine más prestigioso del país, Rafael Azcona), nadie se arriesgaba a ofrecerle el aporte económico necesario.
Tras la conferencia, y en el hall del salón de actos, se encontraban tanto el organizador y algunos responsables del Ayuntamiento de Zaragoza, como el propio Borau y parte del público. En un momento dado, alguien le dijo a la concejala de cultura: “¿Por qué no financia el Ayuntamiento la realización de ese guión coescrito entre José Luis Borau y Rafael Azcona?”. La distendida conversación que Rosa Borraz mantenía con el lanzador de esta idea se cortó abruptamente. Ella se alejó entre risas. Cordialidad, camaradería y nadería.
José Luis Borau nace en Zaragoza el 8 de agosto de 1929. Trabaja como crítico de cine del periódico Heraldo de Aragón hasta 1956 en que marcha a Madrid. Firmaba sus reseñas con su propio nombre o con el pseudónimo David. Se matricula en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (Escuela Oficial de Cinematografía) tras ganar por oposición una plaza en el Instituto de la Vivienda. En 1969 crea su propia productora El Imán. En 1994 fue elegido presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, cargo que ocupa hasta 1998. En 1995 crea una editorial de libros sobre cine, llamada Ediciones El Imán. Es autor de varias películas clave en el cine español, entre las que destacan Furtivos, como director, y Mi querida señorita (de Jaime de Armiñán) como productor y coguionista.
Biografía: http://www.aragob.es/pre/cido/borau.htm
Filmografía: http://www.galeon.com/carpleg/boraubio.htm
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Luis Miguel Ortego y Antonio Tausiet
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