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LA INCINERADORA

revista de opinión cinematografica
número 8

 

 

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Antonio Tausiet desface entuertos gigantes como molinos

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Carrington

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Así se titula una película de 1995, con Emma Thompson y Jonathan Pryce de insuperables protagonistas. Ella hace de Dora Carrington y él de Lytton Strachey, pintora y escritor ingleses que se amaron intensamente.

El director y guionista, Christopher Hampton, había escrito y ganado el Óscar con el guión de “Las amistades peligrosas” (1988), película de Stephen Frears sobre la novela de Choderlos de Laclos de 1782, que tuvo otra versión (“Valmont”) al año siguiente, dirigida por Milos Forman y asistido al guión por Jean-Claude Carrière.

La música, penetrante y machacona, es del inefable Michael Nyman, que sabe poner el tono adecuadamente lírico y/o trágico a cada secuencia.

Pero por encima de actuación, guión adaptado y banda sonora, lo más importante del filme es su origen: la vida de un grupo de personas, su manera de entenderla y la comprensión final de que se trataba de gentes con un fuerte sentido inmoral (“mores”, costumbres) de las cosas, acompañado de una ética robusta y envidiable. Datos que el libreto extrae de la novela del biógrafo Michael Holroyd “Lytton Strachey” (1968).

El escritor homosexual Lytton Strachey (1880-1932), conoce en 1915 a la pintora Dora Carrington, adolescente y andrógina. Ambos forman parte de los círculos artísticos británicos durante la I Guerra Mundial.

Lytton y Carrington se encuentran en la casa de Vanessa Bell (hermana de Virginia Wolf) y el marido de Vanessa, Clive Bell, crítico de arte. Strachey, como el resto del elenco de artistas con el que se relacionaba, fue uno de los miembros del “Grupo de Bloomsbury”, escribió un libro de biografías breves titulado “Victorianos eminentes”, y tuvo relaciones con, entre otros, el economista Keynes o el pintor bisexual Duncan Grant, que convivió varios años con Vanesa Bell, con la que tuvo una hija.

Dora Carrington (1893-1932) fue novia, desde los dieciocho años hasta los veintidós, del pintor Mark Gertler, quien le influyó mucho en su carrera artística. Él le llevó a conocer el Grupo de Bloomsbury, a través de Ottoline Morrell, una de sus benefactoras e integrantes. Cuando Carrington y Strachey se conocieron, Gertler pidió al escritor homosexual que intercediese para mejorar su relación de pareja: Carrington se negaba a perder su virginidad. Pero Dora se enamoró de Lytton y abandonó a Mark en 1917.

En 1919, Dora Carrington empezó una relación con Ralph Partridge, con quien se casó en 1921. La relación y la convivencia con Strachey no se cortaron por ello: incluso los tres fueron de luna de miel a Venecia juntos.

Lytton Strachey continuaba teniendo sus relaciones homosexuales habituales. Ralph comenzó a tener amantes en Londres, lejos de la casa donde vivían los tres, y Carrington mantuvo un romance con Gerald Brenan, escritor de libros de viajes como “Al sur de Granada” (1951) y amigo de su marido. Posteriormente Carrington tendría un affaire con Henrietta Bingham, hija del embajador americano. La relación también fue triangular con el propio Strachey, que había sido amante previo de Henrietta.

En 1926, Ralph comenzó un romance con Frances Marshall, que le llevó a instalarse definitivamente en Londres, aunque la pareja visitaba a Carrington y Strachey los fines de semana. En 1928, Carrington mantuvo relaciones con Bernard Penrose, otro amigo de Ralph con quien colaboró en la realización de tres filmes. Dora quedó embarazada y abortó.

El invierno de 1931, Lytton Strachey enfermó, y Dora intentó suicidarse en el garaje cuando la enfermedad de Strachey se agravó. Ralph la salvó de la muerte. Tras diecisiete años de convivencia con Carrington, Strachey murió, en enero de 1932. Dora tenía 39 años. Días después, se pegó un tiro con una escopeta y murió.

Los miembros del Grupo de Bloomsbury eran objetores de conciencia respecto a la Gran Guerra. En sus obras reflejan su pacifismo activista. También mostraban su repulsa hacia las costumbres sexuales victorianas (practicando con el ejemplo), hacia la religión (“lacra venenosa”, según Lytton) y en general hacia los convencionalismos sociales de su época. Su ideología se sustentaba en el elitismo ilustrado de tendencia humanista que habían respirado en Cambridge. Una actitud tan valientemente radical no se volvió a reproducir hasta los años sesenta en Europa.

La relación de esta peculiar pareja, cuyos detalles nos muestra la película de Hampton, está presidida por un amor intenso, que se concreta en modos de relación diferentes a los habituales, pero en cualquier caso tan válidos al menos como éstos, y sin ninguna duda mucho más atractivos: por lo arriesgado, por lo rompedor, por lo sincero, por lo revolucionario, por lo indudablemente humano.

¿O es que quizás no lo es, profundamente, desear a diferentes personas? Este ejemplo, con sus grandes zonas oscuras (no olvidemos el fin trágico de las vidas de los protagonistas, o la indeseable sumisión que conlleva la pasión extrema), es la tristemente abandonada pauta que creemos debería seguir una sociedad avanzada y adulta. Pero hay muy pocos locos idealistas entre nosotros, y se advierte el mismo tono grisáceo que hace cien años, cuando Carrington y Strachey vivían su apasionado romance.

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Antonio Tausiet

 

 
www.tausiet.com