Por Antonio Tausiet
Simón del desierto (1965)
Última película mexicana de la filmografía de Buñuel. Con un final abrupto y una duración de tres cuartos de hora, provocados por la falta de presupuesto, este mediometraje (que se proyectará en 1968 junto a Una historia inmortal, de Orson Welles, con Jeanne Moreau y de una hora de metraje) trata de un anacoreta que vive subido a una columna, imitando a San Simeón el Estilita.
San Simeón el Estilita
El tono general es de chanza ligera, llegando a parecer una especie de imitación burda del cine anterior de Buñuel. Las reflexiones de más calado son copias exactas de las que ya se nos lanzan en películas como Nazarín (de la que se rescata al mismo actor enano).
El Demonio es Silvia Pinal
Los tambores de Calanda hacen su aparición en tres ocasiones, cuando el protagonista sufre sus crisis. Plagada de numerosos hallazgos estéticos: el ataúd con autopropulsión, la patada al corderito o la caracterización del protagonista. La parte que nunca veremos narra la vuelta al desierto de Simón (Claudio Brook), su caída en la tentación, su muerte en pecado y la declaración de guerra entre dos naciones para conservar sus reliquias.
Simón en su columna; bilocado con su madre; y en la discoteca infernal
La comparación del guion original con el resultado final nos muestra multitud de lagunas en la trama, que explicarían -junto a la precariedad de medios- la sensación de pobreza general. Años después, Buñuel verá este film suyo perfectamente encajable como un posible episodio más de La Vía Láctea.
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