Estudios sobre los creadores de la Escuela Bruguera
Manuel Vázquez, el caradura genial Por Antonio Tausiet
Este artículo no habría sido posible sin la colaboración de Miguel Fernández Soto, que aportó casi toda la documentación utilizada. Gracias, pues, a este amigo y especialista.
Manuel Vázquez Gallego (Madrid, 1930 - Barcelona, 1995), es una leyenda de la historieta española. Baste decir, como introducción, que se trata del creador de Las hermanas Gilda y de Anacleto. Dentro de la editorial Bruguera logró auparse a la cima de los autores, siendo sin duda el más original y audaz, lo que le valió continuos problemas con sus jefes. A lo largo de su dilatada carrera, ideó los personajes más delirantes, llegando a ser el autor de más de sesenta series distintas. Las dos características que mejor definen las ilustraciones de este genio son su grandioso vigor dinámico -logrando sensación perfecta de movimiento-, y la sencillez de sus trazos. Pero como guionista también alcanzó las más altas cumbres, utilizando tanto la elipsis (procedimiento narrativo que ahorra lo superfluo entre una escena y otra) y el ritmo frenético (que acompaña a sus viñetas perfectamente engrasado), como el sentido del humor. Todo ello con maestría absoluta, pese a su peculiar disciplina de trabajo al respecto, que tan buenos resultados le daba: “Yo no tengo guión. Empiezo la historieta y ni siquiera sé como va a terminar. Voy metiendo viñeta tras viñeta hasta que interrumpo la acción cuando llego al número de páginas pactado”. Y las diferentes variables del humor donde “by Vázquez”, como firmaba, se manejó como pez en el agua, eran, por un lado, el absurdo, que dominaba como nadie -en incesantes sucesiones de gags-, y por otro la crítica rotunda, la mala baba, la burla de los tipos sociales. Esta última modalidad, la de la desvergüenza en suma, venía directamente reflejada de la propia personalidad, peculiar personalidad, de este grandísimo autor.
Una página de Heliodoro Hipotenuso, uno de sus primeros personajes.
Se cuenta que Vázquez era un auténtico caradura. Maestro en el arte de dejar a deber, vividor sin límites, mentiroso compulsivo, y dotado especialmente para saltarse cualquier tipo de convenciones. Las anécdotas sobre su vida son un calco exacto de las peripecias que sus parodias experimentaban en las páginas de papel, tanto dibujadas por él mismo -Los cuentos de tío Vázquez-, como por Francisco Ibáñez en la famosa azotea de 13, Rue del Percebe, donde burlaba sin descanso a los acreedores. El propio autor nos lo aclara en una entrevista: “La leyenda de Vázquez deudor se corrió tanto, creció de un modo tan brutal, que podía haberme sentido vilipendiado. En vez de eso, decidí sacarle dinero y crear al tío Vázquez. Lo malo es que lo que yo hubiera querido es ser un estafador inmenso, de gran escala, y no un pobre tío que huye de su sastre. El sueño de mi vida era ser el perfecto sinvergüenza.” Sus biografías oficiales hablan de un dibujo que logró publicar a los 9 años, en la línea precoz de nuestros grandes historietistas (portada en la revista Automovilismo en España). Pero un dato mucho más importante para situarlo nos lo vuelve a aportar él mismo: “Mi padre era amigo de Jardiel Poncela, que era un tío estupendo y uno de mis dos primeros maestros en el terreno del humor. El otro fue Wenceslao Fernández Flórez, un tipo tan genial como olvidado en la actualidad”. En una entrevista posterior añade, explicando su concepción del humor: “Para mí Tip y Coll son los grandes maestros. Por eso no gustan a casi nadie. Son hombres que no cuentan chistes, sino que improvisan a medida que actúan”. A finales de los cuarenta se traslada a Barcelona, donde prosigue su colaboración recién estrenada con su odiada editorial Bruguera, con la que mantendrá constantes encontronazos, debido a sus denuncias de los abusos que se producen en la casa (apropiación de los derechos de autor, continua reedición de los materiales sin pagar por ello, retrasos en los emolumentos...). Todo ello sin hablar de lo que Vázquez llama “las tres censuras” por las que habían de pasar todos los autores: la de la propia editorial, la estatal y la religiosa, o del modo de trabajo que imponían, obligando a dibujar en un hangar a todos los colaboradores, en un concepto más de oficina siniestra que de empresa que comercializa productos para hacer reír...
Caricatura de Vázquez, por Tran
Respecto a sus tirantes relaciones con la editorial que lo encumbró, las versiones son distintas, dependiendo de la fuente, aunque siempre coincidentes en el fuerte carácter de su jefe directo, Rafael González. Según Vázquez, “Éramos como los esclavos de galeras, pegados al tablero de dibujo sin parar de dibujar. Controlándolo todo estaba el inefable señor González. El señor Bruguera iba de respetable burgués catalán y no se rebajaba a tratarse con la chusma que tenía a sus órdenes. Así que buscó un capataz de confianza, que era el amigo González. Este González, era, pues, una especie de Robespierre, de Rasputín que lo controlaba todo y que ejercía de padre de todos nosotros. A veces iba de benévolo, a veces pegaba alguna que otra bronca...”. “El señor González era un gran admirador de Vázquez y se lo cogía todo”, cuenta Julia Galán, secretaria de dirección en la Bruguera de aquellos años. Y añade: “Yo pasaba a máquina cada mes un informe del señor González al señor Bruguera. Y cada mes, añadía el apartado Vázquez al pie: este mes ha venido a pedir un anticipo, ha entregado 3 páginas sin acabar, sigue desaparecido...”. En una ocasión, varios dibujantes de la casa -entre ellos Escobar y Peñarroya- se confabularon para crear una revista por su cuenta (Tío Vivo, 1957). Vázquez se lo advirtió a González, que se enfadó mucho. Posteriormente nombró a Vázquez jefe de dibujantes (entre ellos, los díscolos readmitidos). Vázquez lo relata a su manera: “Cuando aquel grupo de dibujantes dejaron Bruguera para lanzar el Tío Vivo, yo fui uno de los pocos que me quedé y trabajé día y noche para sacar adelante las revistas sin pedir nada a cambio”. A Francisco Ibáñez le pidieron poco después que imitase el estilo de Vázquez. Desde entonces, sus relaciones no fueron demasiado buenas, pese a que Ibáñez siempre ha destacado a Vázquez entre sus dibujantes favoritos...
Página autobiográfica de Vázquez en la revista
Todas estas vicisitudes no serán suficientes para evitar que de su mano salgan los personajes estupendos que todos recordamos. Aunque la lista es, como hemos dicho, extensísima, podemos destacar los monográficos que incluye esta web: Las hermanas Gilda y La familia Cebolleta, de su primera época; y Anacleto, agente secreto y La abuelita Paz, a partir de los años setenta. Pero sería impensable dejar de nombrar también un buen puñado más de creaciones geniales de Vázquez: Ángel Siseñor (DDT, 1953); Serie de media página consistente en desarrollar un gag, casi siempre de humor absurdo, con un personaje que acaba diciendo siempre la frase que le da el apellido, como apuntalando la lógica interna de esas situaciones desbaratadas. La familia Churumbel (El Campeón, 1960) Típica historieta sobre la vida cotidiana de una familia, tratándose esta vez de una familia gitana. A pesar de desarrollar todo el humor libre de que es capaz Vázquez, no se encuentra ninguna referencia racista, al contemplar el mundo desde el punto de vista de los propios gitanos. Las situaciones suelen darse en contraposición con el mundo payo, saliendo triunfantes siempre los miembros de este particular clan humorístico. Angelito (Tío Vivo, 1963) Hallazgo impagable: un bebé que aún no sabe hablar, sobre su capazo, dando botes por el mundo, en una historieta muda de principio a fin. La peculiaridad del nene es su capacidad para crear conflictos, sin sufrir nunca las consecuencias. No hay facineroso que pueda con él, y es la representación más genuina del espíritu libre e inteligente, barnizado de una supuesta inocencia que no aparece por ninguna parte. Feliciano (Gran Pulgarcito, 1969) Personaje que no logró gran popularidad. Se trataba de un ciudadano con una buena suerte proverbial. Todo lo que hacía le salía bien, y cuanto le ocurría eran golpes de suerte. Los lectores buscaban más bien alguien con quien ensañarse, con penurias (como casi todo el resto de los personajes que le rodeaban). Pese a todo, un nuevo hito, con tanta gracia como el resto. Ali-Oli, vendedor oriental (Tío Vivo, 1968) Un árabe enano, sobre su mini alfombra voladora, vende a sus víctimas todo tipo de objetos, que les van llevando a comprarle el siguiente. Parodia del vendedor capaz de colocarte cualquier cosa, no tuvo mucha aceptación. Impregnado de la ingenuidad falsa de Angelito. Los casos del inspector O’Jal (DDT, 1968) Fantástico proceso de una página en el que O’Jal debe resolver intrincados misterios. Parodia de las series de detectives tan de moda las pasadas décadas (tanto en novela como por televisión), tanto la cuestión delictiva planteada como su resolución (que aparece en una última viñeta que se lee en vertical) son absolutamente absurdas. Los cuentos de tío Vázquez (Din Dan, 1968) Su última gran creación para el emporio Bruguera. Como ya se ha expuesto antes, es el propio autor desarrollando situaciones humorísticas en torno a su supuesta capacidad para ganarse acreedores. El ingenio del autor se traslada a su personaje, que sale victorioso siempre de los acosos de sus perseguidores. A finales de los setenta, Vázquez sigue colaborando en la editorial de sus desvelos, pero adopta también un seudónimo para crear personajes de humor adulto: gamberro y relacionado con el sexo. Publica como Sappo -en la revista de sátira social y política El Papus- tiras genéricas y personajes fijos como Don Cornelio Ladilla y su señora María (1978), que recopiló Bruguera (bajo el nombre de editorial Ceres) en 1979. Dos años después el propio Vázquez se autoeditó un segundo volumen. Con ese mismo seudónimo también aparecen sus colaboraciones en la revista Hara Kiri.
Volumen de Sappo editado en 1983 por Ediciones Zinco
Hasta su muerte en 1995 colabora en otras publicaciones no infantiles como Complot (1985), Makoki (1990), Viñetas -Vázquez, agente del fisco- (1993) e incluso los libritos de la colección By Vázquez, que le publica Glénat -Gente peligrosa (1993) y Más gente peligrosa (1994)- y seis tebeos recopilatorios de su obra: By Vázquez (1995, el año de su muerte).
Ilustración para la portada de la revista "By Vázquez", núm. 5, 1995
Su última serie de comic-books publicada fue Genios del humor, también para Glénat (1994-1998), incluyendo Sábado, sabadete, Agente del fisco (recopilación de la obra que había publicado en Viñetas), Las cartas sobre la mesa, en tres volúmenes, e Historias verdes, en dos (reeditando la recopilación que hizo Makoki en el 90 de sus colaboraciones para El Papus). Entre 1990 y 1993, publicó una tira diaria en el periódico El Observador, demostrando que también era un maestro en el humor gráfico periodístico.
"La herensia del tío Baldomero", de 1994,
Todo ello sin abandonar al público infantil, primero volviendo a los últimos años de Bruguera e incluso colaborando con Ediciones B en los primeros (desde 1986, hasta coincidir su etapa de Makoki con la del Mortadelo de 1990), llegando a venderles páginas publicadas ya (Vámonos al bingo, transformado en Yo, binguero profesional) en una revista de su creación, Jauja (1982), para la que ideó nuevos personajes como Ana y Cleto. Luego retomando a Angelito con el nombre de Gu-gú (su onomatopeya infantil, la única concesión al lenguaje de esta serie), y convirtiendo a Ana y Cleto en Tita & Nic (las mismas historietas, retocadas), todo ello en la revista Garibolo (1986).
Portada del Garibolo Especial núm. 4, dedicado a Gu-Gú (1987)
Poco antes de que Bruguera desapareciese, Vázquez aportó un nuevo personaje a su extensísima lista: Bip-Bip, bebé interplanetario. En realidad, no era más que una versión galáctica de Angelito, y sólo hay documentada una historieta de dos páginas, firmada en 1985 y publicada en el número 655 de la revista Zipi y Zape, de enero de 1986 (datos e imágenes recuperados por Tchupón, miembro del foro de la TIA).
Las dos páginas de Bip-Bip publicadas en 1986
Manuel Vázquez también aportó su maestría a las páginas infantiles de El País, con su propia autoparodia una vez más -Así es mi vida- (1982), y con los personajes infantiles Jurassy (1993) y Mónica (1994).
Ver Todas las páginas de Váquez para El Pequeño País:
De sus múltiples ocupaciones, desde proxeneta (“Tuve una casa de prostitución en Madrid, en la calle de Ayala”) hasta preso (“Estuve tres veces en la cárcel; lo pasé bien”), pasando por variados oficios (“Yo he hecho decorados para teatro y he trabajado en cine”), se entresaca la impresión aplastante de que Vázquez era todo un personaje, que superaba su propia creación. De la que, por otro lado, llegó a renegar (“Toda esa porquería la hacía para los niños, que son tontos”), aunque siempre inmerso en sus propias contradicciones (“Toda la culpa la tenía la censura, porque si no todos los personajes son buenos”; “Los críos no son idiotas, saben lo que quieren y desean verse reflejados como seres inteligentes”). En 1982, el director de cine de animación Jordi Amorós realizó un cortometraje de 16 minutos basado en el personaje Angelito, bajo su nueva denominación: “Gu-gu”. Aunque fue un proyecto modesto, supuso el salto a la pantalla grande de Vázquez, una especie de reválida de todas esas décadas de éxitos. En 1990, el Salón del Cómic de Barcelona le concedió su Gran Premio anual, en reconocimiento de toda su trayectoria profesional. Por encima de su atropellada (y, en muchos aspectos, envidiable) vida, nos queda su obra, una de las cumbres de la historieta humorística.
Ver también Entrevista a Manuel Vázquez en El País Entrevista a Manuel Vázquez en Amaníaco Entrevista a Manuel Vázquez en Diario de Avisos
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