Por Antonio Tausiet
El río y la muerte (1954)
Con formato de western, está basada en la novela Muro blanco sobre roca negra. Buñuel la convierte en un repaso antropológico por las costumbres rurales mexicanas. “La vida del pueblo está presidida por la muerte”, dice el prólogo añadido por el director.
Orquesta de calaveras; pulmón de acero y enfermera; y el cura de la pistola
El autor de la obra original, Manuel Álvarez Acosta, corrige el guión para preservar la tesis de confianza en el progreso que mantenía su historia y en la que Buñuel no cree. Ésta aparece encarnada en Gerardo, el médico protagonista (Joaquín Cordero, que interpretaba la misma profesión en Una mujer sin amor), que vive en Ciudad de México ajeno a los conflictos de honor de su pueblo natal. En el otro lado, el cura armado de la aldea (Carlos Martínez Baena, también sacerdote en Ensayo de un crimen y Él). Éste justifica las continuas matanzas porque son voluntad de Dios y es respetado por el ejército cuando la autoridad civil ordena desarmar al pueblo. Los personajes entran por la ventana, como en Abismos de pasión o Nazarín; las gallinas hacen su aparición remarcando una escena de coito, en la que se concibe a Gerardo, que luego será el experto en poliomelitis tras haberla padecido.
Miguel Torruco (Felipe Anguiano en el film),
Según cuenta después, Buñuel no puede añadir al final, tras la beatífica reconciliación de los bandos rivales, un nuevo tiroteo y el rótulo: “Más muertos la próxima semana”. Cierra la trilogía documental sobre la endogamia mísera iniciada con Tierra sin pan y Los olvidados, aunque carece de la ferocidad poética de sus predecesoras.
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